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Una remozada “Celestina” resucita en la magnífica adaptación de la productora Un Pingüino

Celestina o “el Tinder” prerrenacentista

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Tuve ocasión nuevamente de disfrutar con otra de las magníficas obras entretejidas por Un Pingüino Producciones sobre la base de intemporales clásicos. En esta ocasión tocó el turno a “La Celestina”, a la que sometieron a un sorprendente proceso actualizador. Ya “La Celestina” es una obra transgresora que no ha dejado de serlo con el correr de los siglos, cosa que nuestros comediantes han sabido exprimir en clave contemporánea haciendo ver al espectador cómo han cambiado o no determinadas circunstancias del humano existir. Mediante la fórmula de los dosificados guiños anacrónicos bien traídos en pos de la suscitación de la más encantadora hilaridad, los tres actores (Isabel Di Llobet, Lara Alaiz y David Z. Vaquero) simultanearon personajes a lo largo de un argumento subdividido en dos tramas, paralelas y, en algunos momentos puntuales, confluyentes.


Hay en la obra un componente transgénero, toda vez que a Calisto lo interpreta una actriz y a Melibea un actor; además, Sara, el personaje de la adolescente que se duerme mientras lee “La Celestina”, a través de un sueño que le sobreviene, se percata de que ella se ha encarnado en Calisto, no tardando en contárselo a una amiga a la que llama nada más allegarse nuevamente a la vigilia tras tan insólito sueño, y a la que asimismo expone sus sensaciones al respecto de lo que le refiere. Y en ese duermevela va sufriendo otros sobresaltos, por ejemplo, cuando se le aparecen en distintos momentos Celestina o Melibea, con la que se hace el “selfie” que da nombre a la obra (“Un selfie con Melibea”). Y es que, al fin, el personaje de mayor enjundia cómica en la pieza que nos ocupa es el de Melibea, a la que un barbado David Z. Vaquero otorga un cariz rudo por demás, rayano incluso con lo poligonero por momentos. Quizá la idea de que Melibea fuese encarnada por un varón les surgiese al leer aquel pasaje en el que Calisto, en plena enajenación sentimental, llega a decir aquello de “Melibeo soy”, exhalando ese vasallaje a la dama propio del amor cortés que parodia la sempiterna obra prerrenacentista, y que aquí es canalizado en el sentido de materializar la fusión de dos seres de géneros opuestos en un ejercicio de travestismo que, seguro, hubiese sido del agrado de Tirso de Molina.

Celestina o “el Tinder” prerrenacentista

Una remozada “Celestina” resucita en la magnífica adaptación de la productora Un Pingüino
Diego Vadillo López
miércoles, 14 de noviembre de 2018, 08:32 h (CET)

Tuve ocasión nuevamente de disfrutar con otra de las magníficas obras entretejidas por Un Pingüino Producciones sobre la base de intemporales clásicos. En esta ocasión tocó el turno a “La Celestina”, a la que sometieron a un sorprendente proceso actualizador. Ya “La Celestina” es una obra transgresora que no ha dejado de serlo con el correr de los siglos, cosa que nuestros comediantes han sabido exprimir en clave contemporánea haciendo ver al espectador cómo han cambiado o no determinadas circunstancias del humano existir. Mediante la fórmula de los dosificados guiños anacrónicos bien traídos en pos de la suscitación de la más encantadora hilaridad, los tres actores (Isabel Di Llobet, Lara Alaiz y David Z. Vaquero) simultanearon personajes a lo largo de un argumento subdividido en dos tramas, paralelas y, en algunos momentos puntuales, confluyentes.


Hay en la obra un componente transgénero, toda vez que a Calisto lo interpreta una actriz y a Melibea un actor; además, Sara, el personaje de la adolescente que se duerme mientras lee “La Celestina”, a través de un sueño que le sobreviene, se percata de que ella se ha encarnado en Calisto, no tardando en contárselo a una amiga a la que llama nada más allegarse nuevamente a la vigilia tras tan insólito sueño, y a la que asimismo expone sus sensaciones al respecto de lo que le refiere. Y en ese duermevela va sufriendo otros sobresaltos, por ejemplo, cuando se le aparecen en distintos momentos Celestina o Melibea, con la que se hace el “selfie” que da nombre a la obra (“Un selfie con Melibea”). Y es que, al fin, el personaje de mayor enjundia cómica en la pieza que nos ocupa es el de Melibea, a la que un barbado David Z. Vaquero otorga un cariz rudo por demás, rayano incluso con lo poligonero por momentos. Quizá la idea de que Melibea fuese encarnada por un varón les surgiese al leer aquel pasaje en el que Calisto, en plena enajenación sentimental, llega a decir aquello de “Melibeo soy”, exhalando ese vasallaje a la dama propio del amor cortés que parodia la sempiterna obra prerrenacentista, y que aquí es canalizado en el sentido de materializar la fusión de dos seres de géneros opuestos en un ejercicio de travestismo que, seguro, hubiese sido del agrado de Tirso de Molina.

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