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El Papa confía, tras el Acuerdo con el Gobierno del país, que los católicos en China, como ciudadanos de pleno derecho, contribuyan a promover el desarrollo integral de la sociedad, asegurando un mayor respeto por la persona humana, también en el ámbito religioso.
Se trata del inicio de un camino inédito que debe ayudar a sanar las heridas del pasado, pero el Papa advierte que el Acuerdo firmado es sólo un instrumento, y que resultaría inútil sin un compromiso profundo de renovación personal y eclesial. Con esta Carta, Franciscoha escrito una nueva página en la historia de la Iglesia en China.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
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