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La proximidad del otoño
tiene el olor de la hiedra seca
que asesinó el feroz estío.
En párvulos charcos que irisan
la tenue luz en las aceras
la ciudad ve un mensaje tácito
que llama a volver al hogar.
Las tardes son cortas historias
escritas en lápiz añil
que rápido se vuelve noche.
Todo tiene color de nuevo,
de libreta por estrenar
y los bosques se visten de ocre.
La alegre danza del regreso,
que, sin embargo, tiene un son
de profunda melancolía.
El grito que se escuchó al fondo no fue lo suficientemente claro para saber si era de alegría, para pedir auxilio o simple exclamación de quien no puede contener el impulso y tiene que ir más allá de los límites de la comunicación cotidiana.
Poco a poco se va alejando, pero sigo escuchando su corazón latir. Todavía domina mi cuerpo pero su actuación, pronto terminará. El escritor se muere, se apagará para siempre, no volverá a nacer, yo espero que no, pues nació de un parto difícil y pocas cosas aportó.
2002, 2003, 2004, 2005, 2006, 2007, 2008: siete años que no nos deja la lluvia, siete años llevándolo y es mucho tiempo en que no comprendo la razón. ¿Cuándo acabará ésto?, tendré paciencia. Lulita, hijita, coge el paraguas, soy la de la sombrilla en que descansas, la de las sábanas blancas, la que consigue el amor cuando la lluvia le cae encima de manera despiadada.
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