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El viajero llevaba tanto tiempo en la estación que casi era ya parte de ella. Iba cargado de equipaje, prácticamente se podía decir que más que de viaje iba de mudanza.
Los demás usuarios subían y bajaban de los ferrocarriles. Él permanecía impertérrito, dejando pasar los trenes igual que dejaba pasar la vida.
Cuando algún empleado, extrañado por su larga permanencia en aquella modesta estación de pueblo, le preguntaba hacia dónde se dirigía, el viajero solo respondía: “lejos, muy lejos. Voy a buscar mi vida”.
Nadie se atrevía a decirle, apiadándose de lo cargado que iba, que aquella estación, igual que la vida, solo era de cercanías.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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