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Mientras insultáis a De Gea

De Gea se ha convertido en la diana de los furibundos españoles. ¿Diana orquestada o diana sin más?
Marcos Carrascal Castillo
miércoles, 4 de julio de 2018, 06:38 h (CET)

Los romanos eran tipos muy astutos; y esta astucia se materializó, entre otros aspectos, en la ingeniería civil… y social. Un ejemplo de ingeniería social es aquella locución latina que reza: “Panem et circenses”. Con esta locución, se plasmaban los intentos de eclipsar las dificultades de Roma con pan y circo; es decir, con algún medio que evadiera a la ciudadanía de los problemas reales. Los españoles de los siglos XIX y XX acuñarían: “Pan y toros”. En el siglo XXI, advierto: “Pan —y no mucho— y fútbol”.


No tengo criterios futbolísticos suficientes como para aseverar que De Gea es un buen o mal portero. Sospecho, eso sí, que malo no es; pues, si no, no sería el cancerbero titular del combinado nacional. ¿Que Kepa es mejor? Pues ya no lo sé. Lo que sí que sé es que la corrupción que creíamos patrimonio del PP también anega al PSPV —federación valenciana del PSOE— y a Ciudadanos de Arroyomolinos, que hay una crisis migratoria sin precedentes y que Europa se está debatiendo entre el cierre o no de fronteras, que se están dando nuevos episodios del machismo que abriga a nuestra sociedad, que nuestra televisión pública nacional amaga con convertirse en el altavoz del otro lado del tablero político, que Trump exige a nuestro presidente que incremente su gasto en Defensa… Pero el debate es si De Gea debió de ser o no titular; o si Rubiales es más terco que Florentino Pérez, y al revés.


Mientras haya quien insulte a De Gea, de alguna forma, se está envolviendo con la impunidad a delincuentes, desalmados, populistas… Mientras el foco del escarnio público se sitúa en De Gea, el Poder amplía su ventaja frente a la ciudadanía. Mientras más se hable de De Gea, más razón tendrán los romanos que anunciaron que, con pan y con circo, la conciencia social del común de las gentes se anestesia. Mientras De Gea sea la llave para la paz social, más peligroso será el virus inoculado por los que quieren que no pensemos.


Hoy, por desgracia, en nuestro querido país, hay muchos nombres que habrían de recibir la mitad de la rabia con la que se le embadurna al apellido del joven guardameta madrileño. No obstante, esos nombres nos han ganado. Han ganado una batalla; una batalla sin ideología, y, a la vez, cargada de ideología. Una batalla en la que está en juego la madurez política de una sociedad. Sin madurez política, estamos ante una sociedad huérfana.


Qué necesario sería hoy Vázquez Montalbán. Este escritor catalán supo disfrutar las mieles del fútbol, sin entronarlo como el ídolo que durante estas semanas lo han erigido los medios de comunicación. Empero, Vázquez Montalbán también supo diferenciar qué es el circo y qué son los problemas, y en qué cajones deben estar el circo y los problemas. Leyendo los artículos de Vázquez Montalbán sobre el Barcelona F.C, cualquiera puede reparar en que el fútbol es belleza; una suerte de arte popular que muchos, aún, no acertamos a paladear. Pero lo que nunca debió de ser nunca el fútbol es el mecanismo de ciertas élites para apartar a una nación de los problemas que la aquejan.  

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Me van a perdonar tres veces: por empezar hablando de fútbol, por el título en inglés, y por dividir este escrito en dos partes; esto último para que nadie se atragante demasiado pronto y deje de leer pensando que va sólo de fútbol, aunque ya se sabe lo que pasa con la prensa deportiva, se lee -en mi modesta opinión- más de lo debido, y el fútbol acapara titulares a la más mínima.

En un mundo cada vez más interconectado, pero paradójicamente más dividido, el respeto parece haberse convertido en una palabra vacía, en un eco lejano de lo que alguna vez fue la base de la convivencia humana. Hoy, las diferencias políticas, culturales, religiosas o ideológicas, ya no se interpretan como riqueza, sino como amenaza. Se descalifica con rapidez, se insulta sin filtros, y se señala al otro con la dureza del prejuicio.

Discernimiento es “la acción y el efecto de discernir”. Es decir aplicar la clarividencia, el juicio o la sensatez ante una disyuntiva. En romance paladino: hacer uso del sentido común. Justo lo contrario de lo que pretende la mayoría de los seres humanos. Que piensen y decidan por ellos. Sin mojarse lo más mínimo.

 
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