Los papados están llenos de gestos grandilocuentes y mediaticos. Mis paisanos los Borja se dedicaban al incesto y el veneno sutil, los más recientes andaban a hombros de la feligresía montados en aquella inmensa silla gestatoria, el anterior Papa inventó el Papamóvil y los besos a las pistas de todos los aeropuertos del mundo y el actual, no contento con cambiar de sastre lo que se nota en su dandismo y sus sotanas, es capaz de trocar el solideo papal por cualquier clase de tocado, desde un casco de bombero hasta un sombrero de húsar. Pero la foto que esta semana ha dado la vuelta al mundo ha sido la de Joseph Ratzinguer luciendo un brillante tricornio acharolado cual comandante de puesto de nuestra Benemérita. Cascos de bombero hay muchos en el mundo y los tocados de húsar están un poco pasados de moda, pero todo el mundo hace unos cuantos años vio otro tricornio famoso: el de Tejero, y tal vez por eso la foto más buscada y editada ha sido la del Papa con tricornio. ¡Qué buen poema hubiera escrito García Lorca si estuviera entre nosotros!
Ahora que los tricornios están desacreditados desde aquel intento de asonada de un Tejero acharolado y pistola en mano y la Guardia Civil se toca con gorras teresianas aparece Ratzinguer dando un salto al pasado. Pero es lo suyo. Empezó como reformista y acabó, antes de ser Papa, como jefe de la Inquisición eclesial. Justo por estas fechas se cumplen cuarenta años de la finalización del Concilio Vaticano II. Aquella convocatoria de todos los obispos a instancias del bueno de Juan XXIII supuso un intento de renovación y entrada de aire fresco en la Iglesia. Entre los asistentes un joven, todavía tan sólo sacerdote, Joseph Ratzinguer acudía como asistente del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia y una de las voces del ala reformista de la Iglesia.
Pero a finales de los años sesenta el actual Papa da un giro a la derecha. Abandona la Facultad de Teología de la Universidad de Tubinga, centro de renovación eclesial, dejando de lado el “aggiornamento” que una parte de los clérigos querían dar a la Iglesia aplicando las teorías del Concilio Vaticano II y emprende una vertiginosa carrera que le llevaría en cuatro años del simple sacerdocio al cardenalato y a ser el guardián de la fe contra los clérigos reformistas y los padres de la “teología de la liberación”, sin que su pasado por las filas de las juventudes hitlerianas haya supuesto ningún óbice.
Coincidiendo con su “alistamiento” en la Benemérita se ha hecho publico que próximamente verá la luz su primera encíclica firmada precisamente el día de la Inmaculada, fecha en la que hace cuarenta años se clausuró el Vaticano II. Los nombres que se barajan para el documento son los de “Deus caritas est” o “Caritas ex deo” dado que estará dedicada a la caridad cristiana y en ella se hablará a los cristianos del “no cumplimiento” por parte de muchos de ellos de dicha caridad, de la común responsabilidad de unos ante otros y de la solidaridad. Son temas interesantes sobre el papel pero que luego devienen en puras y simples declaraciones programáticas. Y si no que se lo digan a los emigrantes a los que la alcaldesa de Valencia, presidenta de todas las procesiones que por aquí se hacen, hecha de los sitios, al aire libre, donde duermen a manguerazos de agua. Todavía están esperando que el Arzobispo García Gasco, tan preocupado por la política actual, hable de ellos en una homilía o en una de sus cartas pastorales.
Pero ahora nuestras autoridades no tienen tiempo para dedicarse a tales menudencias. El próximo Julio con motivo del V Encuentro Mundial de la Familia el Papa estará dos días en Valencia y esta visita requiere mucho trabajo. Son muchas las fotos que durante esos días se podrán hacer Rita Barberá y Francisco Camps y que luego podrán utilizar en las campañas electorales. Esta Valencia ya no es la Valencia que fue famosa por tener el mejor burdel del siglo XV, aquella “pobla de les dones pecadrius”, ni es tampoco la Valencia que fue durante un tiempo capital de la República y sede del Congreso de Intelectuales. Ahora es una ciudad que huele a esa España vieja de cirio y sacristía, a despotismo e intransigencia, tapado todo ello con obras faraónicas que impiden la construcción de nuevos y suficientes colegios, o que hacen que la sanidad pública no funcione como debiera derivando los enfermos a los “amiguetes” de la privada” o que los ancianos enfermos no reciban la debida atención.
Bienvenido sea Benemérito XVI entre nosotros. Se encontrará como en su casa pero si le acercan una peineta de fallera no intente ponérsela, le podrían expulsar de la Iglesia y del “cuerpo”. Mas vale que José Bono, nuestro inefable Ministro de Defensa, que seguro acudirá al evento le regale un gorro de legionario, y, si es preciso, también a “Blanquita”, la mascota guiñolesca de la Legión.
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