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Etiquetas | Puigdemont | Política | Cataluña
Al ser humano le gusta más el rito que a un tonto un lápiz

Puigdemont ante Prima Porta

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Lo inevitable ha terminado por suceder. Puigdemont ha sido divinizado, como lo fue Augusto y como lo han sido un montón de políticos (Augusto también era un político). Recientemente, nos hemos despertado con la noticia de que ya hay un posible presidente de la Generalidad catalana, un desconocido que el pasado 21 de diciembre iba el número diez u once en la lista de Puigdemont por Barcelona, un tipo gris, de perfil sectario, esto es, comprometido en cuerpo y alma con el grupo (o secta) al que pertenece, es decir, devoto de Puigdemont, que ha aceptado (parece ser que otros no lo hicieron) llevar a cabo unos gestos tales como no sentarse a la mesa que ocupara Puigdemont o no utilizar el que fuera su despacho cuando era presidente de la Generalidad.


El lenguaje de los gestos es importante. A mí, el gesto de la mesa del despacho me ha recordado inmediatamente a la impresionante escultura de Augusto ante Prima Porta en la que el emperador, fue representado con los atributos de su divinización.


En dicha escultura, que se encuentra actualmente en los museos vaticanos, aparece Augusto arengando a las tropas. Fue encargada por su viuda, Livia, poco después de morir este. Hoy se ve en el color y la textura del mármol, aunque en su día estuvo policromada, a juzgar por restos de pintura que se han conservado.


En el rostro y la actitud se aprecia una serenidad y una seguridad propia de los dioses. La anatomía es perfecta, recordando la perfección de los griegos, con pleno dominio de la técnica de los paños mojados para resaltar las formas musculares. Augusto aparece descalzo, es decir, como un dios, aunque con ropas militares de gala (la thoracata, propia del militar-emperador con poder absoluto, en la que aparecen representadas deidades romanas), con el bastón consular en la mano izquierda y Cupido sosteniendo su pierna derecha.


Aunque la estatua se realizó en fecha algo posterior a su muerte, parece que es copia de otra en bronce, realizada en vida del emperador. Es decir, que Augusto ya había sido idealizado en vida. Ya antes de morir, Augusto era visto como un ser imponente, excepcional, divino, glorioso.


La propaganda, siempre la propaganda, como siglos después haría Goebbels.


Lo propio de la divinidad es que es sagrada. Lo sagrado es lo que pertenece a la divinidad y no a otros.

Cuando la mesa del despacho que utilizara quien estaba de paso por ese cargo, se idealiza y se deja de utilizar por reverencia a aquel político que ya pasó, en ese gesto hay ya algo de divinización, de culto a esa persona. Se la ha subido al Olimpo, en vez de dejarla donde realmente está: Antes, en Bruselas, después, en Alemania, y un poco después, quién sabe si en alguna cárcel española.


La divinización de personajes es algo muy común. Parece como si el ser humano tuviera una necesidad imperiosa de fabricarse idolillos. Cuando en el Antiguo Testamento leemos la tendencia tan imperiosa del pueblo de Israel de adorar a los ídolos, puede parecer algo exagerado, pero no es así. Al ser humano le gusta más el rito que a un tonto un lápiz. La vida política y diplomática está llena de ritos, de gestos, de ceremonias, de divinizaciones más o menos explícitas.


El despacho de Puigdemont es sagrado para los de su secta. La divinización de la comunidad autónoma, del parlamento autónomo, de la "patria" catalana, del "Estado" catalán, del "honorable" presidente o ex-presidente de la Generalidad, el boato de los edificios institucionales, el despacho de Puigdemont; todo ello es un conjunto de ritos que responden a una concepción mesiánica de la política que deviene en religión, pero en lo peor que puede tener una religión, esto es, cuando se hace secta.


Todo esto degenera en un fanatismo en el que la razón ya no tiene cabida. Hace tiempo, oí una entrevista a un tipo de Tabarnia. Dijo algo que me pareció interesante: En Cataluña hace tiempo que ya no existe el raciocinio. Por tanto, es una pasión inútil pretender utilizar ese método - el razonamiento - para intentar convencer sobre cosas lógicas. El único modo de conectar intelectualmente con esa gente es a través del estrambote, de lo surrealista, de la excitación emocional, de lo intuitivo e inmediato; pero nunca razonando, porque es perder el tiempo.


Quizá no venga mal hacer algo de memoria y recordar los modales claramente totalitarios que se apreciaban en la actuación de los políticos catalanes, felizmente en la cárcel o fugados, antes de que se aplicara el artículo 155. La huída de unas 3.000 empresas catalanas de su propio suelo es algo elocuente. No se cómo no les dice nada a esta gente que La Caixa, el Banco de Sabadell, Freixenet o Planeta hayan tenido que salir por piernas de ese "paraiso en la Tierra".


No olvidemos que Hitler también llegó al poder por las urnas, en unas elecciones democráticas.

Puigdemont ante Prima Porta

Al ser humano le gusta más el rito que a un tonto un lápiz
Antonio Moya Somolinos
sábado, 12 de mayo de 2018, 13:08 h (CET)

Lo inevitable ha terminado por suceder. Puigdemont ha sido divinizado, como lo fue Augusto y como lo han sido un montón de políticos (Augusto también era un político). Recientemente, nos hemos despertado con la noticia de que ya hay un posible presidente de la Generalidad catalana, un desconocido que el pasado 21 de diciembre iba el número diez u once en la lista de Puigdemont por Barcelona, un tipo gris, de perfil sectario, esto es, comprometido en cuerpo y alma con el grupo (o secta) al que pertenece, es decir, devoto de Puigdemont, que ha aceptado (parece ser que otros no lo hicieron) llevar a cabo unos gestos tales como no sentarse a la mesa que ocupara Puigdemont o no utilizar el que fuera su despacho cuando era presidente de la Generalidad.


El lenguaje de los gestos es importante. A mí, el gesto de la mesa del despacho me ha recordado inmediatamente a la impresionante escultura de Augusto ante Prima Porta en la que el emperador, fue representado con los atributos de su divinización.


En dicha escultura, que se encuentra actualmente en los museos vaticanos, aparece Augusto arengando a las tropas. Fue encargada por su viuda, Livia, poco después de morir este. Hoy se ve en el color y la textura del mármol, aunque en su día estuvo policromada, a juzgar por restos de pintura que se han conservado.


En el rostro y la actitud se aprecia una serenidad y una seguridad propia de los dioses. La anatomía es perfecta, recordando la perfección de los griegos, con pleno dominio de la técnica de los paños mojados para resaltar las formas musculares. Augusto aparece descalzo, es decir, como un dios, aunque con ropas militares de gala (la thoracata, propia del militar-emperador con poder absoluto, en la que aparecen representadas deidades romanas), con el bastón consular en la mano izquierda y Cupido sosteniendo su pierna derecha.


Aunque la estatua se realizó en fecha algo posterior a su muerte, parece que es copia de otra en bronce, realizada en vida del emperador. Es decir, que Augusto ya había sido idealizado en vida. Ya antes de morir, Augusto era visto como un ser imponente, excepcional, divino, glorioso.


La propaganda, siempre la propaganda, como siglos después haría Goebbels.


Lo propio de la divinidad es que es sagrada. Lo sagrado es lo que pertenece a la divinidad y no a otros.

Cuando la mesa del despacho que utilizara quien estaba de paso por ese cargo, se idealiza y se deja de utilizar por reverencia a aquel político que ya pasó, en ese gesto hay ya algo de divinización, de culto a esa persona. Se la ha subido al Olimpo, en vez de dejarla donde realmente está: Antes, en Bruselas, después, en Alemania, y un poco después, quién sabe si en alguna cárcel española.


La divinización de personajes es algo muy común. Parece como si el ser humano tuviera una necesidad imperiosa de fabricarse idolillos. Cuando en el Antiguo Testamento leemos la tendencia tan imperiosa del pueblo de Israel de adorar a los ídolos, puede parecer algo exagerado, pero no es así. Al ser humano le gusta más el rito que a un tonto un lápiz. La vida política y diplomática está llena de ritos, de gestos, de ceremonias, de divinizaciones más o menos explícitas.


El despacho de Puigdemont es sagrado para los de su secta. La divinización de la comunidad autónoma, del parlamento autónomo, de la "patria" catalana, del "Estado" catalán, del "honorable" presidente o ex-presidente de la Generalidad, el boato de los edificios institucionales, el despacho de Puigdemont; todo ello es un conjunto de ritos que responden a una concepción mesiánica de la política que deviene en religión, pero en lo peor que puede tener una religión, esto es, cuando se hace secta.


Todo esto degenera en un fanatismo en el que la razón ya no tiene cabida. Hace tiempo, oí una entrevista a un tipo de Tabarnia. Dijo algo que me pareció interesante: En Cataluña hace tiempo que ya no existe el raciocinio. Por tanto, es una pasión inútil pretender utilizar ese método - el razonamiento - para intentar convencer sobre cosas lógicas. El único modo de conectar intelectualmente con esa gente es a través del estrambote, de lo surrealista, de la excitación emocional, de lo intuitivo e inmediato; pero nunca razonando, porque es perder el tiempo.


Quizá no venga mal hacer algo de memoria y recordar los modales claramente totalitarios que se apreciaban en la actuación de los políticos catalanes, felizmente en la cárcel o fugados, antes de que se aplicara el artículo 155. La huída de unas 3.000 empresas catalanas de su propio suelo es algo elocuente. No se cómo no les dice nada a esta gente que La Caixa, el Banco de Sabadell, Freixenet o Planeta hayan tenido que salir por piernas de ese "paraiso en la Tierra".


No olvidemos que Hitler también llegó al poder por las urnas, en unas elecciones democráticas.

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