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¡Que se mueran los viejos!

Darwinismo social en el siglo XXI
Francisco J. Caparrós
miércoles, 28 de marzo de 2018, 07:48 h (CET)

Acoquina que siglo y medio después de la muerte de Thomas Malthus, pastor de la Iglesia Anglicana y autor del polémico ensayo sobre los principios de población, sus ideas sigan teniendo en nuestros días la vigencia suficiente como para inspirar buena parte de los idearios neoliberales y reaccionarios de la mayoría de las democracias avanzadas de Occidente. Y España, por descontado, no es una excepción.


Seguro que los aficionados al cine de ciencia ficción recordarán la adaptación cinematográfica de la novela Make Room! Make Room!, que el escritor estadounidense Harry Harrison, pseudónimo de Henry Maxwell Dempsey, publicó en 1966. Soylent green, película dirigida por Richard Fleischer en 1973, una inquietante distopía que se proyectó en las pantallas de nuestro país bajo el título Cuando el destino nos alcance, nos habla de la acuciante falta de recursos que sufre la megalópolis en donde se desarrolla la trama, para poder alimentar a una población exponencialmente en aumento, pero sobre todo de la espeluznante forma en que sus gobernantes intentan poner remedio al problema.


Es una suerte para los que, como yo mismo, vamos teniendo una edad, de que se trate tan solo de una obra de ficción cuya verosimilitud, a día de hoy o en un futuro más o menos próximo, parece carecer de todo fundamento. Quizá sea por eso, por inconsistente quiero decir, que las élites económicas que gobiernan el mundo a su antojo se hayan decantado, entre otras estrategias de dominación, por amedrentarnos con la precariedad de las pensiones presentes y futuras como una nueva manera de perpetuar su hegemonía sobre las masas.


Sólo faltaba que lo pregonasen a los cuatro vientos para acabar de cerciorarnos de que era así, y así ha sido. Es cierto que no fue tan directa como Taro Aso, ministro japonés de finanzas que en 2013 espetó que el mejor servicio que los ancianos podían hacer por su país era morirse, pero la señora Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, lo pudo decir más alto pero no más claro: los ancianos viven demasiado y son un riesgo para la economía. Con lo cual llegamos a la conclusión de que han acabado trocando la comida por las pensiones, si bien las rancias ideas maltusianas que les inspiran siguen siendo las mismas.

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