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Empieza a ser vergonzoso ver al exvicepresidente del Gobierno «trabajando» en la Complutense. Y lo es porque un personaje así no puede dar buena imagen a la principal universidad pública de Madrid. En el buen sentido de la palabra es un monstruo tal universidad con sus casi 6.000 profesionales docentes. Su lema es de sobra conocido en el mundillo universitario: «Libertas Perfundet Omnia Luce» que en román paladino viene a decir que «La libertad ilumina todas las cosas».
El desarrollo de la economía convencional tal como hoy la conocemos, ha sido en parte debido a la promoción del modelo social de los siglos XIX y XX, sustentado en la tabla del crecimiento únicamente material y tecnológico que sostienen las sociedades occidentales.
Corto, efímero y puramente emocional. Así es el estilo de vida que define a una sociedad en búsqueda constante de estímulos que permiten que sus ojos permanezcan abiertos. Las mariposas en el estómago. Estímulos de usar y tirar que confunden vivir con correr. Como en las relaciones modernas, o en las redes sociales. Memoria cortoplacista.
La hipocresía es una realidad que afecta a nuestro mundo cada vez más. Estamos rodeados por personas que hablan una cosa y hacen otra, se comportan de una forma en un contexto y de otra en otro. Esta doble moral nos afecta directamente, ya que muchas veces somos los primeros en ser juzgados sin conocer la totalidad de los hechos.
El dichoso COVID, que se coló en nuestras vidas y en nuestros pulmones hace ahora tres años, nos obligó a aceptar la dichosa mascarilla quirúrgica en todo el mundo, hasta el punto que esta se llegó a transformar en un objeto imprescindible que hasta llegó a crear una moda y un diseño adaptado a diversas situaciones.
Nunca he tenido dudas de que la actividad política debe ser enfocada para la solución de los problemas de la sociedad. Ha llegado un momento en que se confunden los objetivos y las perspectivas: prima lo ideológico, el insulto, el desprecio y la humillación fácil al contrincante, que no enemigo. Empiezan a no servir de nada los ideológicos y estériles debates, más orientados al marketing electoral que a hacer más fácil la vida de la ciudadanía.
Tenemos que comprometernos. Es tarea de todos colaborar y cooperar en mejorar la vida. No se debe ignorar la pobreza, la falta de hálito de tantos desfavorecidos y tampoco el sufrimiento de una parte grande de seres humanos. Los Estados han de ser más sociales y democráticos de derecho, sin duda. Nos merecemos una existencia decente.
Está muy de moda decir que no, es no, y lo veo genial, yo podría salir medio desnuda a la calle y no por eso dar el derecho a ningún hombre para que me viole. Y, a pesar de seguir escuchando comentarios de “es que no sé qué hacía una mujer sola a esas horas”, por lo menos, creo que ha quedado claro que, cuando una mujer dice no, es no. Lo que no entiendo es que esto mismo no se aplique a la intimidad de las personas por el simple hecho de ser un personaje público.
Nos desenvolvemos en una serie de paralelismos de direcciones contrapuestas. La inusitada proliferación de expectativas, genera a su vez desengaños atribuibles a infinidad de factores. La cruda realidad interrumpe gran parte de los proyectos.
Estamos llamados a custodiar la vida y a sostenernos mutuamente como caminantes. Para ello tenemos que entrar en sintonía, extender los brazos especialmente hacia los más necesitados de aire, que son los desfavorecidos de un sistema excluyente por principio. Esto implica un cambio radical de actitudes, la aceptación y el respeto hacia toda existencia.
Con la caída del bloque de naipes de los últimos estados de la URRS, observamos como el imperante capitalista ha desarrollado su dimensión más universalista, integradora y globalizadora. Empezamos a mover nuestra existencia alrededor de la hegemonía del capital total, nuestra cultura general se mueve alrededor del negocio, la cultura literaria, musical, los nacimientos, la muerte, etc.
Según Alexis Racionero, “desde el punto de vista de la filosofía oriental, la raíz de todo miedo es la dependencia. Es esencial podernos liberar del miedo y por esto tenemos que desprendernos de toda clase de dependencia. Tenemos miedo porque tememos perder alguna cosa. Si relativizamos la importancia, los temores se reducen.
En estos momentos de continuos trances, con un oleaje fuerte de pandemias y catástrofes naturales, a lo que hay que sumar un aluvión de contiendas absurdas, deberíamos ejercitarnos en saber vivir y en tender puentes. Ciertamente, hemos pasado uno por uno los límites. Urge, por consiguiente, aprender a reprendernos.
La muerte de un sacristán y heridas a un sacerdote y otros files católicos, plantea si ha sido un ataque de terrorismo islámico por parte del marroquí que vivía de modo ilegal en España. Rápidamente, la federación de organizaciones islámicas, tanto de España como de Andalucía, han escrito comunicados lamentando profundamente ese hecho. No quiero referirme aquí a juzgar este hecho que se está investigando, sino al contexto religioso que se invoca en ese acto terrorista.
Los parloteos han llegado hasta extremos inauditos, nos acribillan a verdades desde las perspectivas acomodaticias de cada pronunciamiento. Ni teorías son, ni afirmaciones llegan a ser, apenas se presentan como unos dichos insolentes, pero se cuelan. Cargadas con el estigma de la subjetividad más intempestiva e intolerante, apenas logran adaptarse a su propio protagonista.
George Simmel, critico alemán, puntualiza, que las personas no son extranjeras en sí mismas sino para la otra que así los conceptualiza. En este proceso se refuerzan en muchos casos la identidad nacional, se trata de un proceso de confrontación o lucha personal en el que se refuerzan lazos de pertenencia del lugar de origen o se rechazan, y se construye una nueva identidad.
La realidad es la que es, está ahí para bien o para mal, instándonos a reflexionar. Por incontables que sean los análisis que se hagan, y nuestros propios sueños queramos convertirlos en savia, las luces como las sombras no dejan de acompañarnos.
Aquello que un día se llamó el Estado del bienestar da la impresión de que está camino de pasar a la historia, por encontrarse en proceso de desguace. Probablemente el motivo fundamental sea que al capitalismo que lo apadrinó en su momento ya no le interesa, al menos en su dimensión real.
Si bien es un hecho que, de forma general, ha subido la longevidad esto no significa que esté bien éticamente subir la edad de jubilación, por razones que se pueden fundamentar muy bien. En primer lugar, son promedios estadísticos que, como es lógico, no tienen en cuenta los millones de personas que mueren antes de llegar a jubilarse o que fallecen a los pocos meses o años de haber llegado a ser pensionistas.
Multitud de comportamientos son etiquetados como «machismo» en la opulenta sociedad actual, e incluso se han creado de la nada categorías hasta ahora inexistentes, como los ya familiares «micromachismos». Y no parece descabellado pensar que a no mucho tardar seremos bombardeados por supuestos «inframachismos», «supramachismos», «paramachismos», y todos los equismachismos que se le ocurra a la clase dominante.
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