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Cuando escuchamos a los expertos acabamos convencidos de que nuestro estado natural es la controversia; un poco de aquí, otro poco de allá, y vamos a condimentar alguna componenda. Se nos suele olvidar el carácter interrogativo de cualquier aproximación a la realidad; expertos o no, caemos en el error de comenzar avasallando con la idea propia.
El hombre es la especie que nace más desprotegida de la creación, su aprendizaje tarda años en serle útil y valerse por sí mismo también le resulta un tanto complicado. Son la familia y la sociedad las encargadas de darle todo aquello que necesita para que pueda desarrollarse de una manera completa y satisfactoria. ¿Y qué hace falta para ello? Una buena base educativa constituida por unos conocimientos morales y científicos.
Tenemos que buscar los vínculos de pertenencia, hacer memoria de los caminos recorridos hasta ahora, rehacernos con optimismo frente al destino del mundo cuajado de esclavitudes, con esa capacidad de mirar hacia los horizontes con buen ánimo y nívea actitud.
Viajar solo; con un destino esperado; recordando el pasado, diverso, nunca monótono; arrepentido con penitencia; consolado por los que olvidó; agarrado a los libros maestros de ilusiones y proyectos; sentado sobre piedras puntiagudas; horizonte abierto, como siempre, inalcanzable... Viajar solo... como ermitaño abandonado... con memoria... sin tertulias... palabras interiores... lenguaje oculto...
Me quedo con sumar fuerzas, jamás dividirlas o partirlas por intereses mundanos. Nuestra propia vida es un cúmulo de sendas comunitarias, donde todos somos necesarios e imprescindibles, para llevar a buen término las tareas encomendadas en función del bien colectivo.
Se dirá, se proclamará o se silenciará, pero se siente con toda crudeza; la desorientación se infiltra por cualquier resquicio de lo que experimentamos en la vida. Cuantas más informaciones recibimos, se agranda la sensación de la presencia humana desnortada, el reflejo de un progreso nefasto hacia una existencia turbulenta.
A poco que nos adentremos en nosotros mismos y ensanchemos la mirada en nuestro alrededor, observaremos un aluvión de sufrimientos que estimulan a la desesperación, generando una atmósfera verdaderamente inaguantable, en todos nuestros pueblos, sociedades y etapas vivientes. Los nubarrones son tan fuertes, que el mundo parece haber caído en una recesión de principios y valores.
A menudo la novedad nos da miedo. Sin embargo, en cada despertar nos sorprende un infinito oleaje de abecedarios, que renuevan nuestra vida, aunque atravesemos por momentos oscuros y multitud de debilidades. Lo importante es no dejarse de asombrar.
En esta Epifanía, la única revelación que me alcanza, y no sé si desde las alturas, es la evocación de una serie dirigida y protagonizada por Adolfo Marsillach en TVE, la mejor, y única, cadena televisiva de España en aquellos tiempos del tardofranquismo. La serie venía a tratar sobre la censura y acometía ser una crítica de aquel sistema que vivía sus estertores finales.
Las rutinas habituales responden a una tríada peculiar: la actitud displicente ante los estímulos novedosos, la comodidad del menor esfuerzo y la disposición servil con las conductas aprendidas previamente. Tanto tienen que ver con los procesos mecanizados o manuales, como con las elucubraciones ocupantes de los circuitos mentales.
A punto de clausurar el año, o de emprender uno nuevo, nos hacemos conscientes del paso del tiempo. Y, merodeando por la Red, leo que “vivimos una sociedad que ensalza la juventud y niega el proceso natural de envejecimiento invitando a disimular sus efectos sobre el aspecto físico y a realizar actividades de ocio que transmitan una imagen juvenil”.
La espiral es una figura geométrica esbelta, inspiradora de dibujos e incluso de objetos dedicados al uso común. Ese alejamiento progresivo del punto inicial le confiere un carácter evolutivo fundamental, no siempre se puede conocer el final, ni tampoco las circunstancias adheridas a su trayecto.
A punto de cerrar un año y comenzar otro, tenemos que estar en alerta, con el corazón precavido. Urge estimular lenguajes más auténticos. Sirvan como muestra, el tomar iniciativas de conciencia, el envolvernos de actitudes activas para desenvolvernos de cualquier atmósfera cómoda, o el olvidarnos de los encantamientos y rememorar lo armónico como abecedario universal.
Si acaso tratamos de asimilar nuestro aterrizaje en el mundo, ha de destacar a la fuerza el carácter menesteroso del hallazgo; ni sabemos de dónde, ni a donde, ni el porqué. Por lo tanto, es lógico que vayamos a remolque de cuantas impresiones percibimos, en un contraste sucesivo con la chispa interior de entrañables condiciones.
Por muy poderosas que sean, las artes no menosprecian ni aíslan a nadie, son inclusivas, están diseñadas para el mundo, su relación es universal, para quien las quiera. Tienen su propio gobierno. La “Cultura de las Artes” se relaciona con quien la busca y es elaborada por el artista para todos, no para determinadas personas; que algunas vayan dedicadas es otra cosa.
Las hay de distintos tipos. Están las financieras, fuente de muchas zozobras y adversidades y resultado de un tipo de práctica que se ha dado en llamar especulativa. Discurrimos, desde este punto de vista, sobre burbujas como la de los activos tóxicos, que explosionó en 2008, o la de las empresas “punto.com”, pero las hay más antiguas, y entre ellas se suele destacar la de los tulipanes, allá por el siglo XVII, que cumple con todos los requisitos propios del fenómeno.
Precisamente en estos ambientes de tanta fanfarria, crispación y desconsideraciones de toda laña, se echa de menos la posibilidad de algunas alternativas tranquilizadoras. Aunque la misma dinámica de los comportamientos comunitarios no permite la mínima pausa reflexiva; que además, quizá serviría de poco, porque se fueron destruyendo cualquiera de los lazos conceptuales encaminados a una existencia satisfactoria.
En el artículo previo al presente dejamos asentado bajo siete sellos que es posible vivir en una mentira (o varias, también), mediante la mentira, en pos de la mentira y algunos, muy pocos, en contra de la mentira. La ausencia de verdad y coherencia es algo a lo que los seres humanos nos hemos acostumbrado sobradamente sin problema aparente alguno.
Tenemos que acercarnos a la peregrinación, para poder conjugar el vivir con el amor; puesto que nada somos por sí mismos y ahora es el instante preciso de permanecer atentos, de tomar la decisión adecuada. Indudablemente, hemos de conceder tiempo al tiempo, entrar en un proceso de discernimiento, participar nuestra propia creatividad a los demás, manifestándonos con renovada energía y fuerza de ánimo.
Cualquier momento es bueno para emprender nuevos caminos que nos armonicen; y, de este modo, poder reforzar nuestra nostalgia de hermanamiento en un mundo cada vez más dividido y tenso. Sin duda, hay que tomar otras actitudes de dimensión universal, porque hemos de ser uno, aunque seamos distintos.
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