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La sociedad, tal y como la conocemos hoy en día, nada tiene que ver con épocas anteriores, y eso es porque se encuentra en constante evolución. Las personas que formamos dicha sociedad también lo estamos ya que nuestras relaciones con los demás no son estáticas, sino que están en permanente cambio con diversas modificaciones según nuestras acciones.
Navidad es la fiesta religiosa más popular del año, descubre un sentimiento de nostalgia que nos hace anhelar paraísos perdidos, fomenta sueños llenos de esperanza de que se hagan realidad, nos habla de que lo mejor siempre está por llegar... Estas emociones, ¿de dónde salen, cuándo afloran?: no sólo de la publicidad y películas que estos días pone la televisión… surgen de nuestro interior, donde se remueven ciertas fibras en lo más profundo...
Una de las antífonas que el ritual católico conserva para la ceremonia del Jueves Santo es "Ubi charitas et amor deus ibi est". En Español: "Donde hay caridad y amor allí está Dios", pero dado el caso de que caridad y amor, en la lengua latina tienen acepciones idénticas, me he tomado la libertad de sustituir la palabra 'charitas' por 'pax'.
Cuentan de un joven llamado Daniel que aunque estaba bien en casa con una familia amorosa, se aburría y decidió abandonar su hogar en busca de una vida más emocionante. Daniel exploró el mundo, disfrutando de momentos de libertad y experimentando con diferentes estilos de vida. Sin embargo, después de tener éxito, cayó en las drogas y la depresión, las emociones de antes ya no le llenaban.
En el artículo previo al presente dejamos asentado bajo siete sellos que es posible vivir en una mentira (o varias, también), mediante la mentira, en pos de la mentira y algunos, muy pocos, en contra de la mentira. La ausencia de verdad y coherencia es algo a lo que los seres humanos nos hemos acostumbrado sobradamente sin problema aparente alguno.
Llueve y deja de llover, pasará hasta la medianoche, lloverá y entonces ¿qué?, nada, que llueva, que me quedo dormida viendo las series de acción de televisión, entre las olas tempestuosas de sentirme vieja e indecisa, pero con suerte, también.
No hay edad para el amor. Lejos de ser una frase cliché asociada a la eterna juventud de los enamorados, es una realidad también para las personas que quisieran compartir la vida con alguien pero pisan ya el umbral de los 60 años de edad. Porque, a fin de cuentas, la vida es un proceso constante de compartir con personas y plantearse objetivos en todos los niveles.
Nada se entiende sin amor, será el modo de abrazar la paz y de resplandecer armónicamente de manera auténtica, cuestión más que requerida en estos tiempos de confusión y simulación permanente. Parece que nos hubiésemos globalizado para martirizarnos entre sí, en lugar de hermanarnos, de engrandecernos como familia y generar moradas con un símbolo de esperanza.
Nuestra misión es practicar el bien para establecer un final para la discordia. Por desgracia, hay un mal de males que nos deshonra y nos obliga a huir al género humano; son las guerras que no cesan para revés de todos, pues son tan destructivas que, el mismo brío compasivo, queda empedrado por el odio y la venganza.
En esto de atenderse y entenderse como compensación a los cuidados existenciales, se nos requiere hacer humanidad vinculante, o sea, familia para que a nadie le falte el calor y el afecto de una comunidad. Ponernos en camino no es fácil, es cierto, máxime si tenemos que convivir próximos al prójimo. Unos y otros somos muy diversos. De ahí la importancia de saber acercarnos a los demás, haciéndolo de corazón a corazón, ocupándonos y preocupándonos entre sí.
Freud habló de los dos instintos básicos de la persona: vida y muerte, a los que llamó con sus términos griegos deificados "Eros y Thanatos", y aunque el freudismo ha dominado en nuestra cultura, los dos son los grandes olvidados en la educación: Amor y Muerte. Y están relacionados, pues si has perdido un ser querido, querría decirte: “a ti que lloras, porque has amado, has perdido a quien amas, y te duele… El dolor de la pérdida es el precio de haber amado”.
Septiembre o "la vuelta al cole" significa para muchos un nuevo comienzo, convirtiéndose prácticamente en un punto de inflexión en el año. Y si la vuelta a la rutina ya es lo suficientemente dura para la mayoría, para las familias monoparentales implica también compaginar los compromisos de sus hijos con su vida profesional y personal. A pesar de ello, es un buen momento para conocer gente nueva.
¿Sentirse bien con uno mismo es la clave para tener una relación exitosa?, ¿está el dating afectando a nuestra salud mental?, ¿es sana la presión para encontrar el amor o está pesando sobre el estado de ánimo de las personas que están solteras?
Acabo de terminar de ver la nueva película de Peter Pan y Wendy, no sabría qué decir, bueno, sí que sabría qué decir, pero no os iba a gustar mi opinión. Cuando la película estaba empezando, mi hijo hizo un comentario con el que extrañamente estaba de acuerdo; dijo que no deberían transformar los dibujos en personajes reales, ya que hace que pierdan toda la magia.
Afuera una lluvia leve termina de decorar la escena que me inspira a escribir. A mi costado el libro más reciente de mi querido amigo Carlos Pereira Cohen: Los colores del amor. Wafles con un sabor por el que recuerdo inevitablemente las populares crepas de dónde vengo, acompañados de jamón, queso y jitomate. Jugo de manzana. Señal wifi, ¡bendita señal wifi gratuita!
Parece ser que el primer ministro inglés Disraeli –que conocía bastante bien el tema- decía que hay tres tipos de mentiras: mentiras pequeñas, mentiras grandes y encuestas. No se si llevaba razón, pero a mí, personalmente, me parece que no andaba muy equivocado.
Hace ya algún tiempo tuve ocasión de asistir a una boda, la primera en muchos años. Quienes me conocen saben bien que no soy precisamente forofo irredento de tales eventos sociales. Siempre me parecieron un tanto decadentes, dicho sea sin ánimo de ofender a nadie (y con la esperanza de no estar jodiendo el artículo ya en su primer párrafo).
Gata muy dulce...
A todo lo que nos circunda, los humanos tenemos que darle un sentido profundo, si en verdad queremos restablecer la concordia en el planeta. Mirarse a sí mismo, para verse y poder oírse, puede ser un buen estímulo para comenzar a reconocerse con sentido de responsabilidad.
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