Las Fallas, fiesta que ha llegado a la actualidad desde la época medieval, empezaron como una tradición del gremio de carpinteros en los que se quemaban en una hoguera, en la víspera de su patrón San José, virutas y trastos viejos de forma que se hacía limpieza de los talleres antes de entrar la primavera.
Con el paso de los años esta tradición fue cambiando. Ya en el siglo XVIII la quema del sobrante de los almacenes dio paso a las hogueras y a los primeros monumentos satíricos en los que se exponían la vergüenza pública y se quemaban simbólicamente personas y situaciones de la vida real.

Miguel Cañigral / SIGLO XXI
El paso de la historia hizo que a la quema de los ‘parots’ (estructuras de las que colgaban los candiles) se le añadió ropa con la intención de que se parecieran a personas. A continuación se le añadieron carteles y el contenido empezó a ser satírico. Estos parots fueron los primeros ninots conocidos.
A medida que avanzaba el tiempo los niños y los vecinos se fueron sumando a la fiesta y empezaron a construirse estructuras más grandes con varias figuras. Así, las fallas más parecidas a las de la actualidad eran las que se construían a principios del siglo XX, cajones altos con tres o cuatro muñecos de cera vestidos con ropas de tela. A continuación los maestros artesanos introdujeron una nueva técnica, la reproducción de los monumentos en cartón piedra.
Las fallas evolucionan a pasos agigantados y, en la actualidad, se ha vuelto a cambiar de material para componer los monumentos de poliestireno expandido, más conocido como el poliexpán, corcho blando fácilmente moldeable con sierras de calor y le aporta más brillo a la pieza.
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