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Etiquetas | Fallas | 2024 | Crítica | Fiesta | Masificación
La fiesta ha ido a más, ha crecido sin medida, riadas de gente inundaban las calles de la ciudad, los monumentos falleros son cada día más grandes y menos críticos

Las Fallas pueden morir de éxito

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Escribo cuando hace tan sólo una semana  que las calles de València quedaron limpias de las cenizas y los excesos falleros. Mis Fallas han consistido en horas de televisión, cada mediodía desde el 1 de Marzo cómodamente sentado en el salón de casa y con una cerveza en la mano esperando a que el grito de “señor pirotécnico, puede empezar la mascletá” iniciara el estallido de los cohetes en la plaza Mayor de la ciudad, donde  día a día iba aumentado el público en torno al Ayuntamiento de València. Y cada día al terminar la demostración pirotécnica la pareja de presentadores, al unísono, dein que había sido “una barbaritat valenciana”. Porque esto es lo que me han parecido las fallas de este 2024, toda una barbaridad de ruido, y no sólo el de las mascletás, una barbaridad de gente por todas partes, se nota que la conexión ferroviaria madrileña funciona bien, aunque en los trenes de cercanías los viajeros tengan que ir apretados como sardinas en lata.


La fiesta ha ido a más, ha crecido sin medida, riadas de gente inundaban las calles de València, los monumentos falleros son cada día más grandes y menos críticos, las Fallas han pasado de ser una herramienta de crítica a una competición donde, en las más  grandes y poderosas económicamente, parecen jugar a ver quién la “tiene más grande”, y los pocos artistas y comisiones que tienen el atrevimiento de navegar por los caminos de la innovación reciben como único premio, en la mayoría de casos, la incomprensión del personal y los jurados.  En un artículo publicado en 1957 en el Levante Joan Fuster escribía “Pero las fallas han prosperado, han crecido, quizá hasta su máximo de posibilidades”. Pues no, casi 70 años después de las palabras de Fuster las fallas han crecido y han prosperado sin llegar a su máximo de posibilidades.  El número de fallas que se plantan cada año y el dinero que se mueve en torno a la fiesta demuestran que para  sus rectores todavía no han llegado a tocar techo.  Y las fallas pueden morir de elefantiasis y éxito si no se toman medidas.


La ofrenda, un añadido del franquismo a la fiesta, se ha convertido en un enorme desfile de indumentaria en el que, este año, 120.000 personas han tomado las calles del centro de la ciudad para ir a ofrendar, con más o menos  devoción, un ramo de flores a la Virgen de los Desamparados, mezclando el tema religioso con el festivo. Los responsables de la fiesta deberían buscar soluciones para evitar las largas horas en las que el centro de Valencia queda paralizado por este evento.  La solución no es fácil.  Pero mucho más fácil es acabar con los inconscientes, que son muchos, que disparan  todo tipo de artefactos pirotécnicos allí donde les parece bien, sin mirar si molestan o pueden ser un peligro, he visto que la señora Català, alcaldesa de la  ciudad, ha creado una especie de hombres de Harrelson en la policía local y esta banda de fornidos agentes podrían encargarse de poner orden entre la banda de pirotécnicos amateurs.


Al llegar las Fallas muchos valencianos dejan la ciudad, y otros muchos no lo hacen y no es por falta de ganas.  Las carpas, el olor a fritanga de las churrerías esparcidas por todas partes, las dificultades para circular por la ciudad desde días antes de la planta fallera, el olor a orines de algunas calles y la suciedad hacen que algunos valencianos dejen la ciudad  , una ciudad donde los únicos, o casi únicos, que ganan son los miembros de la patronal hostelera, enemigos de la tasa turística con la que el Ayuntamiento podría pagar parte de los gastos que ha producido la invasión turística en Falles, en lugar de  ir a cargo de los valencianos. Solo nos faltaba en Fallas el toro embolado.


También he observado que el uso del valenciano en el mundo fallero sigue siendo una excepción, raras eran las falleras mayores entrevistadas en la televisión pública valenciana que lo utilizaban, entendían las preguntas que los periodistas les hacían en valenciano, pero la inmensa mayoría de veces responden en la lengua de Cervantes. Por no hablar de la música emitida desde el Ayuntamiento en horario de mascletá en el que la lengua del País, con la llegada de la alcaldesa del PP y sus socios del fascio ha desaparecido. 

Las Fallas pueden morir de éxito

La fiesta ha ido a más, ha crecido sin medida, riadas de gente inundaban las calles de la ciudad, los monumentos falleros son cada día más grandes y menos críticos
Rafa Esteve-Casanova
miércoles, 27 de marzo de 2024, 12:19 h (CET)

Escribo cuando hace tan sólo una semana  que las calles de València quedaron limpias de las cenizas y los excesos falleros. Mis Fallas han consistido en horas de televisión, cada mediodía desde el 1 de Marzo cómodamente sentado en el salón de casa y con una cerveza en la mano esperando a que el grito de “señor pirotécnico, puede empezar la mascletá” iniciara el estallido de los cohetes en la plaza Mayor de la ciudad, donde  día a día iba aumentado el público en torno al Ayuntamiento de València. Y cada día al terminar la demostración pirotécnica la pareja de presentadores, al unísono, dein que había sido “una barbaritat valenciana”. Porque esto es lo que me han parecido las fallas de este 2024, toda una barbaridad de ruido, y no sólo el de las mascletás, una barbaridad de gente por todas partes, se nota que la conexión ferroviaria madrileña funciona bien, aunque en los trenes de cercanías los viajeros tengan que ir apretados como sardinas en lata.


La fiesta ha ido a más, ha crecido sin medida, riadas de gente inundaban las calles de València, los monumentos falleros son cada día más grandes y menos críticos, las Fallas han pasado de ser una herramienta de crítica a una competición donde, en las más  grandes y poderosas económicamente, parecen jugar a ver quién la “tiene más grande”, y los pocos artistas y comisiones que tienen el atrevimiento de navegar por los caminos de la innovación reciben como único premio, en la mayoría de casos, la incomprensión del personal y los jurados.  En un artículo publicado en 1957 en el Levante Joan Fuster escribía “Pero las fallas han prosperado, han crecido, quizá hasta su máximo de posibilidades”. Pues no, casi 70 años después de las palabras de Fuster las fallas han crecido y han prosperado sin llegar a su máximo de posibilidades.  El número de fallas que se plantan cada año y el dinero que se mueve en torno a la fiesta demuestran que para  sus rectores todavía no han llegado a tocar techo.  Y las fallas pueden morir de elefantiasis y éxito si no se toman medidas.


La ofrenda, un añadido del franquismo a la fiesta, se ha convertido en un enorme desfile de indumentaria en el que, este año, 120.000 personas han tomado las calles del centro de la ciudad para ir a ofrendar, con más o menos  devoción, un ramo de flores a la Virgen de los Desamparados, mezclando el tema religioso con el festivo. Los responsables de la fiesta deberían buscar soluciones para evitar las largas horas en las que el centro de Valencia queda paralizado por este evento.  La solución no es fácil.  Pero mucho más fácil es acabar con los inconscientes, que son muchos, que disparan  todo tipo de artefactos pirotécnicos allí donde les parece bien, sin mirar si molestan o pueden ser un peligro, he visto que la señora Català, alcaldesa de la  ciudad, ha creado una especie de hombres de Harrelson en la policía local y esta banda de fornidos agentes podrían encargarse de poner orden entre la banda de pirotécnicos amateurs.


Al llegar las Fallas muchos valencianos dejan la ciudad, y otros muchos no lo hacen y no es por falta de ganas.  Las carpas, el olor a fritanga de las churrerías esparcidas por todas partes, las dificultades para circular por la ciudad desde días antes de la planta fallera, el olor a orines de algunas calles y la suciedad hacen que algunos valencianos dejen la ciudad  , una ciudad donde los únicos, o casi únicos, que ganan son los miembros de la patronal hostelera, enemigos de la tasa turística con la que el Ayuntamiento podría pagar parte de los gastos que ha producido la invasión turística en Falles, en lugar de  ir a cargo de los valencianos. Solo nos faltaba en Fallas el toro embolado.


También he observado que el uso del valenciano en el mundo fallero sigue siendo una excepción, raras eran las falleras mayores entrevistadas en la televisión pública valenciana que lo utilizaban, entendían las preguntas que los periodistas les hacían en valenciano, pero la inmensa mayoría de veces responden en la lengua de Cervantes. Por no hablar de la música emitida desde el Ayuntamiento en horario de mascletá en el que la lengua del País, con la llegada de la alcaldesa del PP y sus socios del fascio ha desaparecido. 

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