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El verano es tiempo en que el artista procesual David Príncipe pone en práctica muchas de sus ideaciones performativas

Principescas performatividades

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Llegado el verano, David Príncipe Licini halla el momento pintiparado para sacar a escena sus tentativas procesuales, pues formado en Bellas Artes en las técnicas tradicionales, Príncipe es ávido lector que se ha ido escorando por las lindes del arte performativo. En los últimos tiempos, se ha sentido urgido por el universo señalético, por observar, en sus paseos por la naturaleza, que el entorno natural está plagado de cartelería (“coto privado de caza”, kilometrajes varios, accesos a tales sitios…) y que, por ende, hay muchas lecturas humanas en el paisaje natural, cosa que le llama notoriamente la atención a este artista.


Entre sus lecturas inspiradoras se puede mencionar el libro de Walter Benjamin en el que habla de sus vacaciones en Ibiza, donde constataría que los pescadores daban nombres a los montes diferentes a los que otorgaban los campesinos a los mismos accidentes geográficos, de lo que colegía Príncipe que la naturaleza termina siendo una lectura y una organización que cada uno hace sobre el mismo objeto.

            

Le interesan muy encarecidamente las proyecciones culturales sobre el paisaje a Príncipe Licini.

            

Él pasea por el campo y observa las señales de peligro, de numeración… de donde elucida que transitar por la naturaleza es quedar expuesto a un montón de códigos que lo fascinan. Y ahí es donde comienza su labor traviesamente performativa: gusta de portar carteles diversos que instalar en medio del campo, que comporten un mensaje al que sea imposible extraerle un mensaje diametral en tal contexto. Recurre a referencias asimismo como “Los Pastores de Arcadia” de Poussin, quienes introducen elementos culturalistas en el entorno natural erigiéndose en metáfora de la humana finitud. Así, a fuer de sublimar el paisaje más “a priori” anodino, le otorga una significación impensada haciéndolo susceptible de múltiples lecturas.

            

Pasea David Príncipe el entorno natural mediterráneo y se deja sorprender por los elementos, a los que aprehende como susceptibles receptores de impensadas y múltiples catalogaciones. Y ahí, sobre dicha pista de aterrizaje, atrae Príncipe al absurdo con ímpetu lúdico por demás en pos de generar extrañeza y desconcierto.

            

Quiere hacer enigmático el paseo, que en principio no es un paseo impremeditado.

            

Gusta de agitar posibles nuevos significados en el itinerario, eso lo mueve y lo incentiva sobremanera. Es el arte de la aventura el viento que mueve sus pasos por los parajes del estío.

            

Por ejemplo, numera las ramas de una higuera, o las grietas de una formación rocosa de raigambre volcánica, como queriéndole otorgar al paisaje un cartesianismo magmático (lo matemático de lo magmático).

            

Hay mucha bibliografía subyacente en lo aparentemente gratuito de las empresas principescas, quien, verbigracia, en el excremento de las gaviotas sobre la roca negra atisba ese contraste tan apreciado por él del blanco en el negro (o a la inversa).

            

Inserta enclaves de surrealismo en el entorno natural Príncipe. Busca el estallido que provoca lo entre sí alejado y oximorónico.

            

Y al fotografiar sus acciones y contemplar el conjunto se embebe de una atmósfera que, a la vez, marca una trayectoria de por dónde han ido sus pensamientos.

            

Una nasa de pescador es un universo para David Príncipe. Lo atestiguo; no en vano, este que aquí les escribe es fedatario de cómo, sorprendido por un pescador, mientras Príncipe fotografiaba con fruición sus útiles de faena, no podía el marino dar crédito a la fascinación de nuestro artista por sus desgastadas herramientas (morosamente justificada ante el oriundo hombre de mar, que no acertaba a dar crédito).

            

Con ímpetu lautremontniano degusta los encuentros fortuitos entre objetos concebidos con lógicas entre sí del todo ajenas. Es Príncipe un saboreador de lo sorpresivo.

            

No hallaremos fundamentalmente en galerías el arte de David Príncipe, pues este, ávido lector, ha erigido una poética propia inasible de puro accesible… eso sí, a quien quiera transitar por los sugerentes vericuetos trazados por este apasionado de Georges Perec o Ian Hamilton Finlay entre otros muchos.

Principescas performatividades

El verano es tiempo en que el artista procesual David Príncipe pone en práctica muchas de sus ideaciones performativas
Diego Vadillo López
jueves, 31 de agosto de 2023, 12:48 h (CET)

ACCIONES


Llegado el verano, David Príncipe Licini halla el momento pintiparado para sacar a escena sus tentativas procesuales, pues formado en Bellas Artes en las técnicas tradicionales, Príncipe es ávido lector que se ha ido escorando por las lindes del arte performativo. En los últimos tiempos, se ha sentido urgido por el universo señalético, por observar, en sus paseos por la naturaleza, que el entorno natural está plagado de cartelería (“coto privado de caza”, kilometrajes varios, accesos a tales sitios…) y que, por ende, hay muchas lecturas humanas en el paisaje natural, cosa que le llama notoriamente la atención a este artista.


Entre sus lecturas inspiradoras se puede mencionar el libro de Walter Benjamin en el que habla de sus vacaciones en Ibiza, donde constataría que los pescadores daban nombres a los montes diferentes a los que otorgaban los campesinos a los mismos accidentes geográficos, de lo que colegía Príncipe que la naturaleza termina siendo una lectura y una organización que cada uno hace sobre el mismo objeto.

            

Le interesan muy encarecidamente las proyecciones culturales sobre el paisaje a Príncipe Licini.

            

Él pasea por el campo y observa las señales de peligro, de numeración… de donde elucida que transitar por la naturaleza es quedar expuesto a un montón de códigos que lo fascinan. Y ahí es donde comienza su labor traviesamente performativa: gusta de portar carteles diversos que instalar en medio del campo, que comporten un mensaje al que sea imposible extraerle un mensaje diametral en tal contexto. Recurre a referencias asimismo como “Los Pastores de Arcadia” de Poussin, quienes introducen elementos culturalistas en el entorno natural erigiéndose en metáfora de la humana finitud. Así, a fuer de sublimar el paisaje más “a priori” anodino, le otorga una significación impensada haciéndolo susceptible de múltiples lecturas.

            

Pasea David Príncipe el entorno natural mediterráneo y se deja sorprender por los elementos, a los que aprehende como susceptibles receptores de impensadas y múltiples catalogaciones. Y ahí, sobre dicha pista de aterrizaje, atrae Príncipe al absurdo con ímpetu lúdico por demás en pos de generar extrañeza y desconcierto.

            

Quiere hacer enigmático el paseo, que en principio no es un paseo impremeditado.

            

Gusta de agitar posibles nuevos significados en el itinerario, eso lo mueve y lo incentiva sobremanera. Es el arte de la aventura el viento que mueve sus pasos por los parajes del estío.

            

Por ejemplo, numera las ramas de una higuera, o las grietas de una formación rocosa de raigambre volcánica, como queriéndole otorgar al paisaje un cartesianismo magmático (lo matemático de lo magmático).

            

Hay mucha bibliografía subyacente en lo aparentemente gratuito de las empresas principescas, quien, verbigracia, en el excremento de las gaviotas sobre la roca negra atisba ese contraste tan apreciado por él del blanco en el negro (o a la inversa).

            

Inserta enclaves de surrealismo en el entorno natural Príncipe. Busca el estallido que provoca lo entre sí alejado y oximorónico.

            

Y al fotografiar sus acciones y contemplar el conjunto se embebe de una atmósfera que, a la vez, marca una trayectoria de por dónde han ido sus pensamientos.

            

Una nasa de pescador es un universo para David Príncipe. Lo atestiguo; no en vano, este que aquí les escribe es fedatario de cómo, sorprendido por un pescador, mientras Príncipe fotografiaba con fruición sus útiles de faena, no podía el marino dar crédito a la fascinación de nuestro artista por sus desgastadas herramientas (morosamente justificada ante el oriundo hombre de mar, que no acertaba a dar crédito).

            

Con ímpetu lautremontniano degusta los encuentros fortuitos entre objetos concebidos con lógicas entre sí del todo ajenas. Es Príncipe un saboreador de lo sorpresivo.

            

No hallaremos fundamentalmente en galerías el arte de David Príncipe, pues este, ávido lector, ha erigido una poética propia inasible de puro accesible… eso sí, a quien quiera transitar por los sugerentes vericuetos trazados por este apasionado de Georges Perec o Ian Hamilton Finlay entre otros muchos.

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