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Llevo casi toda la vida conviviendo con el dolor de espalda. Por eso me siento muy agradecido con aquellos que me lo dulcifican

Nati, manos de plata

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Mis recuerdos de los padecimientos óseos se pierden en la noche de los tiempos. Hace más de cincuenta años me diagnosticaron la primera hernia discal y, desde entonces, me he acostumbrado a vivir con las molestias propias de una columna vertebral algo perjudicada. Una fuerte caída hace algunos años dejó mis lumbares para el arrastre.

       

Desde primera hora los mensajes de “radio macuto” me han ido martilleando con remedios y especialistas “maravillosos”. Comencé por la medicina tradicional, pasé por curanderos, arregla-huesos, digitopuntores, acupuntores, masajistas, quiroprácticos, hidroterapia, pinchazos, infiltraciones, etc. Cincuenta años de búsqueda.

      

Mal que bien me he ido bandeando. Con episodios puntuales tales como aquel viaje en coche a Suiza del que me bajaron entre cuatro y tuve que recurrir a una fisio alemana que medio me arregló y que, como contrapartida, quedó maltrecha al cargarme sobre sus espaldas.

      

La última “gracia” de mi dolencia se ha producido apenas hace diez días. Habito ahora en el ático de un maravilloso edificio al que se accede por un ascensor o por la escalada de 129 escalones. Inopinadamente determinaron que el ascensor estaba para el arrastre y deciden cambiarlo. Solo hay uno en el edificio y decretan hacerlo inmediatamente y sin anestesia. De eso hace seis semanas y apenas se percibe la vuelta a la normalidad. Trabajan en ello, sin demasiada aceleración, y prometen “instalarlo a corto plazo”. Los 129 escalones se convierten en “el pan nuestro de cada día”.

      

Las imprescindibles subidas en busca del hogar, han sido la puntilla. Inopinadamente las vértebras me pinzaron un nervio y el fuerte dolor, medio paralizó mi cuerpo. Ahí surgieron las “manos de plata de Nati”.

     

Nati es una fisioterapeuta que desarrolla su labor en la “escuela de espalda” de la UMA, a la que acudo regularmente desde hace tres años. Al conocer mi situación me da una cita inmediatamente y durante una hora trabaja sobre mi maltrecha espalda. Salí peor que entré. Ahora me dolía en sitios que antes ignoraba. Me dijo que reposara e “hiciera la esfinge”. Mano de santo. Mejor dicho: “Manos de plata”.

      

Gente joven. Muy preparada. Guapa por fuera y por dentro. Ole por Nati. Seguiré conviviendo con el dolor. Pero menos.

Nati, manos de plata

Llevo casi toda la vida conviviendo con el dolor de espalda. Por eso me siento muy agradecido con aquellos que me lo dulcifican
Manuel Montes Cleries
jueves, 11 de mayo de 2023, 11:22 h (CET)

Mis recuerdos de los padecimientos óseos se pierden en la noche de los tiempos. Hace más de cincuenta años me diagnosticaron la primera hernia discal y, desde entonces, me he acostumbrado a vivir con las molestias propias de una columna vertebral algo perjudicada. Una fuerte caída hace algunos años dejó mis lumbares para el arrastre.

       

Desde primera hora los mensajes de “radio macuto” me han ido martilleando con remedios y especialistas “maravillosos”. Comencé por la medicina tradicional, pasé por curanderos, arregla-huesos, digitopuntores, acupuntores, masajistas, quiroprácticos, hidroterapia, pinchazos, infiltraciones, etc. Cincuenta años de búsqueda.

      

Mal que bien me he ido bandeando. Con episodios puntuales tales como aquel viaje en coche a Suiza del que me bajaron entre cuatro y tuve que recurrir a una fisio alemana que medio me arregló y que, como contrapartida, quedó maltrecha al cargarme sobre sus espaldas.

      

La última “gracia” de mi dolencia se ha producido apenas hace diez días. Habito ahora en el ático de un maravilloso edificio al que se accede por un ascensor o por la escalada de 129 escalones. Inopinadamente determinaron que el ascensor estaba para el arrastre y deciden cambiarlo. Solo hay uno en el edificio y decretan hacerlo inmediatamente y sin anestesia. De eso hace seis semanas y apenas se percibe la vuelta a la normalidad. Trabajan en ello, sin demasiada aceleración, y prometen “instalarlo a corto plazo”. Los 129 escalones se convierten en “el pan nuestro de cada día”.

      

Las imprescindibles subidas en busca del hogar, han sido la puntilla. Inopinadamente las vértebras me pinzaron un nervio y el fuerte dolor, medio paralizó mi cuerpo. Ahí surgieron las “manos de plata de Nati”.

     

Nati es una fisioterapeuta que desarrolla su labor en la “escuela de espalda” de la UMA, a la que acudo regularmente desde hace tres años. Al conocer mi situación me da una cita inmediatamente y durante una hora trabaja sobre mi maltrecha espalda. Salí peor que entré. Ahora me dolía en sitios que antes ignoraba. Me dijo que reposara e “hiciera la esfinge”. Mano de santo. Mejor dicho: “Manos de plata”.

      

Gente joven. Muy preparada. Guapa por fuera y por dentro. Ole por Nati. Seguiré conviviendo con el dolor. Pero menos.

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