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Moral social y ética son cosas diferentes e imprescindibles

Éticas desbordadas

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En esto de los comportamientos, casi diría que la desorientación refleja una lógica natural. Proliferan múltiples situaciones con sus variantes, ignorancias, puntos de vista, errores y aciertos. La precisión en las apreciaciones podemos considerarla imposible. Sobre esa base intrincada inciden un sinfín de circunstancias complejas, dependientes de las zonas geográficas, recursos naturales, organización social, intereses o simples caprichos, por separado o de manera simultánea. La pretensión, individual o colectiva, de un mínimo de tranquilidad frente a los retos ambientales, nos aboca sin remisión al interrogante crucial, si habrá alguna vía útil para conseguir la ARMONÍA soñada, una aspiración exigente para asimilar la realidad.


En los ámbitos de actuación del momento suele desdeñarse la sutil DIFERENCIACIÓN entre el concepto de moral y el de ética. Con ligereza preocupante, se atiende con preferencia a la confusión e interpretaciones tendenciosas, con las consecuencias nefastas, pero previsibles. El genio de Kant ya nos perfilaba como evitar el atropello de unos individuos por otros, con la idea de la justicia universal insistió en el concepto de moralidad; establecido como comprensión de la presencia humana con sus rasgos comunes. Para llevarlo a la práctica es necesario contar con la libre disposición de los individuos en sus circunstancias; con la ética de sus comportamientos. Ni la moral ni la ética toleran imposiciones, pero son exigentes.


Conviene aclarar pronto el desvío de los MORALISMOS, como apropiaciones del sentido moral por parte de determinados sujetos, tratando de dictarlo e imponerlo a otros; semejante desliz se convierte en monstruosidad cuando alcanzan dimensiones colectivas carentes de escrúpulos. La apropiación de aquel concepto común ya dejó de ser universal, para plegarse a los razonamientos de los particulares. Precisamente, un constituyente esencial de la moralidad es la apertura para seguir pensando las circunstancias humanas; sin esa libertad decisoria no hay moral, sería una fijación impensable. La moral no tiene propietarios, sólo colaboradores para esa laboriosa búsqueda en común sin subterfugios ni secuestros impertinentes.


Enseguida nos percatamos de la otra vertiente tendenciosa englobada en los ETICISMOS aplicados en los diferentes sectores sociales. Es innegable la variedad de condicionantes para cada caso en concreto, la complejidad del bagaje aportado por esa persona y la serie de conexiones influyentes en sus decisiones. Por eso la moralidad sólo la puede aplicar él en su ámbito; su autonomía es insustituible e insoslayable. Las ínfulas de ese supuesto nunca serán suficientes para justificar la coacción sobre nadie. Es tenebroso el peligro de los posibles adoctrinamientos en ese sentido; sus tergiversaciones empeoran si se extienden a los colectivos con mayores atributos de fuerza, amedrentando y obligando a los discrepantes.


Insisto, no estamos hablando de posiciones fijadas de antemano. Primero, porque el cambio es incesante a través del tiempo; aunque para un momento dado tampoco disponemos del conocimiento al completo. Dichas condiciones no consiguen la justificación relativista de conceder una validez rotunda a cualquier expresión de los ciudadanos. Una determinada opción tomada libremente por un ciudadano puede ser nefasta si evade su incuestionable relación con el resto de personas, no los tiene en cuenta, o bien, al enajenarse de sus propios elementos constituyentes. El FONDO MORAL no se puede tergiversar caprichosamente, se desintegra así el propio protagonista. Si falsifica ese fondo no quedará él indemne.


Una cosa tan sencilla como lo es el límite de la libertad de una persona cuando se opone a la libertad de los demás, si llega a entenderse, no se lleva a la práctica. Por encima de las normas y criterios reguladores considerados por la sociedad, los afanes desmesurados imponen sus reales a costa de quien sea. Dejan aparcadas las ideas morales, de ellas apenas se habla y al final ni se recuerdan sus contenidos. Mientras, se proclaman las éticas, pero liberadas de los criterios comunes y centradas en las cuitas personales. Se fraguan así las múltiples éticas LIBERTARIAS al servicio de las actitudes acomodaticias del protagonista de turno. Se transforman en ramas sueltas con capacidad de proyectar sus actitudes alejadas del resto de ciudadanos.


La distinción moral trata de no perjudicar a nadie sin desconocer las diferencias de los particulares, es su objetivo. La ética planea la manera de comportarse en cada situación práctica. No son lo mismo, y eso se aprecia con rapidez en las éticas EMPRESARIALES, en especial de los grandes emporios, sean públicos o privados. Se relegan los aspectos morales, suplantados por los razonamientos plegados a la gestión y a las directrices de los mandos; con la pérdida evidente del sentido universal. El panorama bien visible sobrepasa los cauces de los comportamientos razonables. Los beneficios se incrementan con métodos desmesurados en una sola dirección. El reparto de migajas no disminuye el desfase lamentable e inmoral.


El intento de compensar una exageración con la de sentido contrario, el abuso de unos dominios por el abuso reactivo; no resuelve las discordancias, se ciñe exclusivamente a las éticas particulares. De nuevo asoma el desdén hacia el sentido moral de un enfoque centrado en las características comunes; aquel objetivo social de todos para la convivencia comunitaria. La variación de percepciones, estudios, esfuerzos, dedicación, es natural y enriquecedora. El DESBORDAMIENTO sobreviene al hilo de la actitud particular cuando intenta arrollar al resto de posicionamientos. Se hable de aspectos espirituales, historia, memorias recientes o simples conflictos del momento, resuena la contradicción con la justicia del equilibrio de fondo.


Como parece lógico, en cuanto a las responsabilidades de los actuantes, aquellos sujetos mejor posicionados en la organización social, perfilan con mayor potencia las maneras de comportarse, incluso se convierten en dominadores de la situación. Los altos cargos públicos, y muchos otros ocultos detrás de contubernios poco accesibles, reflejan estas desproporciones. Para la experiencia de cualquier ciudadano, las decisiones SECTARIAS emergen de dichas agrupaciones; además de ser fácilmente detectables por sus consecuencias, les repercuten como una realidad intransigente. La milonga de las declaraciones no encubre la penosa realidad de un desconcierto valorativo, confunden las raíces de la moral y la ética, básicas para la armonía.


El atribuirse una conducta ética no demuestra mucho, distanciada de la moralidad adopta rumbos al servicio de intereses particulares sin una mínima exigencia de continuidad. Abundan esas declaraciones INSINUANTES de unos rasgos éticos poco fiables. No suelen estar bien definidas, no aseguran coherencias con una ligereza incongruente con unas relaciones humanas inteligentes con mejores aspiraciones.


Algunos desbordamientos no loran encubrirse con ningún subterfugio, ni encuentran justificaciones y desconocen las limitaciones razonables. Se transforman en éticas FILIBUSTERAS, arramblan sin miramientos comunitarios cuanto encuentran a su paso. En las esferas políticas, ideológicas, culturales o del ocio, suelen ser intolerantes y sorprende la escasa reacción observada en su contra.

Éticas desbordadas

Moral social y ética son cosas diferentes e imprescindibles
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 30 de diciembre de 2022, 09:06 h (CET)

En esto de los comportamientos, casi diría que la desorientación refleja una lógica natural. Proliferan múltiples situaciones con sus variantes, ignorancias, puntos de vista, errores y aciertos. La precisión en las apreciaciones podemos considerarla imposible. Sobre esa base intrincada inciden un sinfín de circunstancias complejas, dependientes de las zonas geográficas, recursos naturales, organización social, intereses o simples caprichos, por separado o de manera simultánea. La pretensión, individual o colectiva, de un mínimo de tranquilidad frente a los retos ambientales, nos aboca sin remisión al interrogante crucial, si habrá alguna vía útil para conseguir la ARMONÍA soñada, una aspiración exigente para asimilar la realidad.


En los ámbitos de actuación del momento suele desdeñarse la sutil DIFERENCIACIÓN entre el concepto de moral y el de ética. Con ligereza preocupante, se atiende con preferencia a la confusión e interpretaciones tendenciosas, con las consecuencias nefastas, pero previsibles. El genio de Kant ya nos perfilaba como evitar el atropello de unos individuos por otros, con la idea de la justicia universal insistió en el concepto de moralidad; establecido como comprensión de la presencia humana con sus rasgos comunes. Para llevarlo a la práctica es necesario contar con la libre disposición de los individuos en sus circunstancias; con la ética de sus comportamientos. Ni la moral ni la ética toleran imposiciones, pero son exigentes.


Conviene aclarar pronto el desvío de los MORALISMOS, como apropiaciones del sentido moral por parte de determinados sujetos, tratando de dictarlo e imponerlo a otros; semejante desliz se convierte en monstruosidad cuando alcanzan dimensiones colectivas carentes de escrúpulos. La apropiación de aquel concepto común ya dejó de ser universal, para plegarse a los razonamientos de los particulares. Precisamente, un constituyente esencial de la moralidad es la apertura para seguir pensando las circunstancias humanas; sin esa libertad decisoria no hay moral, sería una fijación impensable. La moral no tiene propietarios, sólo colaboradores para esa laboriosa búsqueda en común sin subterfugios ni secuestros impertinentes.


Enseguida nos percatamos de la otra vertiente tendenciosa englobada en los ETICISMOS aplicados en los diferentes sectores sociales. Es innegable la variedad de condicionantes para cada caso en concreto, la complejidad del bagaje aportado por esa persona y la serie de conexiones influyentes en sus decisiones. Por eso la moralidad sólo la puede aplicar él en su ámbito; su autonomía es insustituible e insoslayable. Las ínfulas de ese supuesto nunca serán suficientes para justificar la coacción sobre nadie. Es tenebroso el peligro de los posibles adoctrinamientos en ese sentido; sus tergiversaciones empeoran si se extienden a los colectivos con mayores atributos de fuerza, amedrentando y obligando a los discrepantes.


Insisto, no estamos hablando de posiciones fijadas de antemano. Primero, porque el cambio es incesante a través del tiempo; aunque para un momento dado tampoco disponemos del conocimiento al completo. Dichas condiciones no consiguen la justificación relativista de conceder una validez rotunda a cualquier expresión de los ciudadanos. Una determinada opción tomada libremente por un ciudadano puede ser nefasta si evade su incuestionable relación con el resto de personas, no los tiene en cuenta, o bien, al enajenarse de sus propios elementos constituyentes. El FONDO MORAL no se puede tergiversar caprichosamente, se desintegra así el propio protagonista. Si falsifica ese fondo no quedará él indemne.


Una cosa tan sencilla como lo es el límite de la libertad de una persona cuando se opone a la libertad de los demás, si llega a entenderse, no se lleva a la práctica. Por encima de las normas y criterios reguladores considerados por la sociedad, los afanes desmesurados imponen sus reales a costa de quien sea. Dejan aparcadas las ideas morales, de ellas apenas se habla y al final ni se recuerdan sus contenidos. Mientras, se proclaman las éticas, pero liberadas de los criterios comunes y centradas en las cuitas personales. Se fraguan así las múltiples éticas LIBERTARIAS al servicio de las actitudes acomodaticias del protagonista de turno. Se transforman en ramas sueltas con capacidad de proyectar sus actitudes alejadas del resto de ciudadanos.


La distinción moral trata de no perjudicar a nadie sin desconocer las diferencias de los particulares, es su objetivo. La ética planea la manera de comportarse en cada situación práctica. No son lo mismo, y eso se aprecia con rapidez en las éticas EMPRESARIALES, en especial de los grandes emporios, sean públicos o privados. Se relegan los aspectos morales, suplantados por los razonamientos plegados a la gestión y a las directrices de los mandos; con la pérdida evidente del sentido universal. El panorama bien visible sobrepasa los cauces de los comportamientos razonables. Los beneficios se incrementan con métodos desmesurados en una sola dirección. El reparto de migajas no disminuye el desfase lamentable e inmoral.


El intento de compensar una exageración con la de sentido contrario, el abuso de unos dominios por el abuso reactivo; no resuelve las discordancias, se ciñe exclusivamente a las éticas particulares. De nuevo asoma el desdén hacia el sentido moral de un enfoque centrado en las características comunes; aquel objetivo social de todos para la convivencia comunitaria. La variación de percepciones, estudios, esfuerzos, dedicación, es natural y enriquecedora. El DESBORDAMIENTO sobreviene al hilo de la actitud particular cuando intenta arrollar al resto de posicionamientos. Se hable de aspectos espirituales, historia, memorias recientes o simples conflictos del momento, resuena la contradicción con la justicia del equilibrio de fondo.


Como parece lógico, en cuanto a las responsabilidades de los actuantes, aquellos sujetos mejor posicionados en la organización social, perfilan con mayor potencia las maneras de comportarse, incluso se convierten en dominadores de la situación. Los altos cargos públicos, y muchos otros ocultos detrás de contubernios poco accesibles, reflejan estas desproporciones. Para la experiencia de cualquier ciudadano, las decisiones SECTARIAS emergen de dichas agrupaciones; además de ser fácilmente detectables por sus consecuencias, les repercuten como una realidad intransigente. La milonga de las declaraciones no encubre la penosa realidad de un desconcierto valorativo, confunden las raíces de la moral y la ética, básicas para la armonía.


El atribuirse una conducta ética no demuestra mucho, distanciada de la moralidad adopta rumbos al servicio de intereses particulares sin una mínima exigencia de continuidad. Abundan esas declaraciones INSINUANTES de unos rasgos éticos poco fiables. No suelen estar bien definidas, no aseguran coherencias con una ligereza incongruente con unas relaciones humanas inteligentes con mejores aspiraciones.


Algunos desbordamientos no loran encubrirse con ningún subterfugio, ni encuentran justificaciones y desconocen las limitaciones razonables. Se transforman en éticas FILIBUSTERAS, arramblan sin miramientos comunitarios cuanto encuentran a su paso. En las esferas políticas, ideológicas, culturales o del ocio, suelen ser intolerantes y sorprende la escasa reacción observada en su contra.

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