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En bastantes ocasiones he escrito sobre este pobre hombre que preside, para desgracia de todos, el gobierno de España. Y otras tantas le he tachado de cateto (solo hay que ver cómo se contonea, para exhibir su supuesta guapura), también de plagiador (porque ha plagiado más de una vez) y de embustero (porque ha mentido en innumerables ocasiones).
Siguiendo su inveterada costumbre, ayer, 29 de abril de 2024, a las 11 horas, volvió a las andadas y en la comparecencia “ante los españoles” pero sin españoles presentes y ni siquiera los “molestos preguntones de la prensa”, se explayó en mentir en su exposición de los motivos que -según él- le llevaron a esconderse, como un Puigdemont cualquiera, durante cinco días para reflexionar sobre si merecía la pena dimitir o quedarse.
No puedo presumir (como muchos dicen “a toro pasado”) de que me imaginaba su decisión, porque sería mentir, pero una vez producido “el parto” parece lo más acorde con su personalidad. Lo único que se me ocurre comentar (o mejor resaltar) de su parlamento que duró 8 o 9 minutos, es que perdió la ocasión de decir una verdad, una sola verdad, pero no pudo ser, va contra su credo. Y era muy fácil, porque siendo las 11 horas, tendría que haber empezado diciendo Buenos Días. Pues no fue así, dijo: Buenas Tardes. ¡Nada más que añadir, señorías!
En este año 2024, se está doblando prácticamente, la cifra de migrantes que llegan a nuestras costas, algo que es imposible de impedir, ya que vienen de continentes, como África, huyendo de hambrunas, opresiones y diversos conflictos, donde se les hace inviable vivir y su único objetivo, es poder alcanzar un país donde poder tener una vida digna y en paz.
Afirmó Heidegger que “el hombre es un ser de lejanías”. Conocí dicha aseveración, ya hace muchos años, a través de Francisco Umbral, que la embutía con frecuencia en sus escritos; incluso hay una obra, entiendo que póstuma, del vallisoletano titulada así (“Un ser de lejanías”). La frase puede ser descifrada de maneras muy diversas pero, en todo caso, creo que se refiere a nuestra fascinación, como humanos, por lo lejano en el espacio o en el tiempo.
Con unas dimensiones variables, cada persona deja su impronta con un sinfín de peculiaridades, de matices recónditos en muchas de sus actuaciones; pero con los suficientes indicadores como para hablar del sello particular de su presencia. La consideración de como se perciba entre el entramado de observaciones es asunto distinto.
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