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Piedras rajadas por el sol

Panza de burro, de Andrea Abreu

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Andrea Abreu no tiene miedo. Se lanza a la creación literaria como los gladiadores a la arena: jugándose la vida en cada golpe. Escribe con las manos llenas de sangre, mierda y alma. Así es Panza de burro, una novela lanzada a tumba abierta, de la que mi amigo Luis Gamo, el Pastor de Libros, dice que está llamada a convertirse en un clásico. Pudiera ser.


Panza de burro se desenvuelve con la fuerza y la soltura de un río desmelenándose entre las piedras. Crea una corriente que se lleva por delante al lector y, de paso, la infancia de la protagonista. Lo hace con esa naturalidad que tienen los grandes narradores en primera persona: Holden Caulfield, Huckleberry, Lázaro. Y, claro, como sucede en tales casos, para que la cosa funcione hace falta técnica. La buena artesanía literaria es como la de las buenas sillas, como la dirección de John Ford: no se piensa en ella, pero funciona.


Abreu construye una voz auténtica, en la que conviven con potentísima sinergia el habla local, la voz de una infancia moribunda y la expresividad lírica. Shit (así llama su amiga Isora a la protagonista) dice cosas como “y cuanto más me decía espabílate, muchachita del demonio, más lento lo hacía y por eso a veces mi madre me decía que me quedase jugando, porque yo le atrasaba el trabajo mirando a través de la capita de fil que había entre yo y los clientes” (página 63). Un análisis extenso daría cuenta de los recursos de los que se vale Abreu para crear la voz Shit. Tal vez ya se haya hecho y, si no es así, no faltarán candidatos para ello. 


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Baste aquí con señalar que tras esta narración se aprecia el latido de una poeta que ha bregado con el “mezquino idioma” en muchas batallas. Pero no se llame a engaño el lector de esta crítica:Panza de burro no es un poemario (salvo dos o tres breves capítulos decididamente líricos) ni una novela reflexiva en la que no pasa nada. Shit no deja de contar sus cosas, las que se pasan por fuera y por dentro. Por eso el libro atrapa.


La violencia convive con la sensualidad, el amor con la rabia, la crueldad con la generosidad, la realidad con la ensoñación. Porque la autora no cae en el error de juzgar a su personaje. “Muérdeme el pepe o te mato. Qué es el pepe? El pepe es el pepe. Me bajé los pantalones. Me dejé las bragas puestas. Las bragas eran moradas con un lacito blanco y tenían un gatito dibujado que decía miau miau en inglés” (página 155). Así es Shit, libre y “alta como el chopo que al cielo se despereza”.


Sabemos que la narrativa es un intento de ordenar la realidad, de hacer coherente lo que no lo es, de dar sentido a ese magma enloquecido que es nuestra visión del mundo. Abreu se olvida de esta idea y busca la realidad total, la auténtica, la que existe de verdad, la de su personaje. En ello es fundamental el barrio de Tenerife donde viven Isora y Shit, un salpicón de casas de colores entre dos mundos: la gente del barrio y los guiris; la amenaza del “vulcán” y el mar; la realidad que raspa y la mentira que adormece; y en medio, siempre entre nubes como panza de burro, el barrio y el último verano de la infancia. Shit e Isora son de allícomo los cactus del desierto.


Caigamos en el tópico: una novela enraizada en su entorno y en su generación, fruto de un lugar y un tiempo claramente definidos y, sin embargo, universal; claro, porque es buena.Tal vez por eso diga el Pastor de libros que un algún día será un clásico: es así cómo se hacen.


Acierta Abreu también en los temas que aborda, en los ritos de tránsito propios de la etapa en que se halla la protagonista. Un mundo que se acaba y otro que despierta: las barbis que juegan a “estregarse” con los Kens. Ya lo cuenta Borges en “El hacedor”. Al final todo queda reducido a los dos impulsos esenciales: Érebo y Éter, Eros y Tánatos.


En fin, no se olvide, desocupado lector, de Panza de burro si secruza con ella en una librería. No deje de leer el intenso y personal prólogo de Sabina Urraca, editora del libro, que parece dejarse empapar por Shit. Elisa Victoria, autora de Vozdevieja, obra que comentamos en su día, dice de este libro que es “puro y ágil como el fuego, una potencia arrolladora” (se llevarían bien sendas protagonistas si se conocieran).


Todo cabe en esta novela: la rabia y la risa, el deseo y el asco, el amor y el odio; en definitiva, como dice el dadaísmo, el cruce de todas las inconsecuencias; esto es: la vida. Ni más ni menos que eso: piedras rajadas por el sol. 

Panza de burro, de Andrea Abreu

Piedras rajadas por el sol
Raúl Galache
jueves, 4 de agosto de 2022, 10:35 h (CET)

Andrea Abreu no tiene miedo. Se lanza a la creación literaria como los gladiadores a la arena: jugándose la vida en cada golpe. Escribe con las manos llenas de sangre, mierda y alma. Así es Panza de burro, una novela lanzada a tumba abierta, de la que mi amigo Luis Gamo, el Pastor de Libros, dice que está llamada a convertirse en un clásico. Pudiera ser.


Panza de burro se desenvuelve con la fuerza y la soltura de un río desmelenándose entre las piedras. Crea una corriente que se lleva por delante al lector y, de paso, la infancia de la protagonista. Lo hace con esa naturalidad que tienen los grandes narradores en primera persona: Holden Caulfield, Huckleberry, Lázaro. Y, claro, como sucede en tales casos, para que la cosa funcione hace falta técnica. La buena artesanía literaria es como la de las buenas sillas, como la dirección de John Ford: no se piensa en ella, pero funciona.


Abreu construye una voz auténtica, en la que conviven con potentísima sinergia el habla local, la voz de una infancia moribunda y la expresividad lírica. Shit (así llama su amiga Isora a la protagonista) dice cosas como “y cuanto más me decía espabílate, muchachita del demonio, más lento lo hacía y por eso a veces mi madre me decía que me quedase jugando, porque yo le atrasaba el trabajo mirando a través de la capita de fil que había entre yo y los clientes” (página 63). Un análisis extenso daría cuenta de los recursos de los que se vale Abreu para crear la voz Shit. Tal vez ya se haya hecho y, si no es así, no faltarán candidatos para ello. 


8174hRdoffL


Baste aquí con señalar que tras esta narración se aprecia el latido de una poeta que ha bregado con el “mezquino idioma” en muchas batallas. Pero no se llame a engaño el lector de esta crítica:Panza de burro no es un poemario (salvo dos o tres breves capítulos decididamente líricos) ni una novela reflexiva en la que no pasa nada. Shit no deja de contar sus cosas, las que se pasan por fuera y por dentro. Por eso el libro atrapa.


La violencia convive con la sensualidad, el amor con la rabia, la crueldad con la generosidad, la realidad con la ensoñación. Porque la autora no cae en el error de juzgar a su personaje. “Muérdeme el pepe o te mato. Qué es el pepe? El pepe es el pepe. Me bajé los pantalones. Me dejé las bragas puestas. Las bragas eran moradas con un lacito blanco y tenían un gatito dibujado que decía miau miau en inglés” (página 155). Así es Shit, libre y “alta como el chopo que al cielo se despereza”.


Sabemos que la narrativa es un intento de ordenar la realidad, de hacer coherente lo que no lo es, de dar sentido a ese magma enloquecido que es nuestra visión del mundo. Abreu se olvida de esta idea y busca la realidad total, la auténtica, la que existe de verdad, la de su personaje. En ello es fundamental el barrio de Tenerife donde viven Isora y Shit, un salpicón de casas de colores entre dos mundos: la gente del barrio y los guiris; la amenaza del “vulcán” y el mar; la realidad que raspa y la mentira que adormece; y en medio, siempre entre nubes como panza de burro, el barrio y el último verano de la infancia. Shit e Isora son de allícomo los cactus del desierto.


Caigamos en el tópico: una novela enraizada en su entorno y en su generación, fruto de un lugar y un tiempo claramente definidos y, sin embargo, universal; claro, porque es buena.Tal vez por eso diga el Pastor de libros que un algún día será un clásico: es así cómo se hacen.


Acierta Abreu también en los temas que aborda, en los ritos de tránsito propios de la etapa en que se halla la protagonista. Un mundo que se acaba y otro que despierta: las barbis que juegan a “estregarse” con los Kens. Ya lo cuenta Borges en “El hacedor”. Al final todo queda reducido a los dos impulsos esenciales: Érebo y Éter, Eros y Tánatos.


En fin, no se olvide, desocupado lector, de Panza de burro si secruza con ella en una librería. No deje de leer el intenso y personal prólogo de Sabina Urraca, editora del libro, que parece dejarse empapar por Shit. Elisa Victoria, autora de Vozdevieja, obra que comentamos en su día, dice de este libro que es “puro y ágil como el fuego, una potencia arrolladora” (se llevarían bien sendas protagonistas si se conocieran).


Todo cabe en esta novela: la rabia y la risa, el deseo y el asco, el amor y el odio; en definitiva, como dice el dadaísmo, el cruce de todas las inconsecuencias; esto es: la vida. Ni más ni menos que eso: piedras rajadas por el sol. 

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