MADRID, 23 (OTR/PRESS)Es probable que usted ya esté empacando, listo para el regreso, si es que no ha regresado ya, casi olvidadas las vacaciones incendiadas. No anima, no, pensar en el otoño. El otoño de Begoña, que el día 11 recibe en Moncloa la visita del juez Juan Carlos Peinado para tomarle declaración por un presunto rosario de no menos presuntos delitos. Sospecho que un caso de segunda categoría, como el de la mujer del presidente, va a acabar opacando otros muchos más sustanciosos, como el del fiscal general, los audios de Koldo o la actitud más o menos 'cooperadora' que puedan tomar, por ejemplo, Santos Cerdán o José Luis Ábalos en sus respectivas comparecencias futuras ante los jueces. Si usted, como yo, se atreve a criticar frontalmente la instrucción del juez Peinado en el 'caso Begoña Gómez', opinando que se busca materia penal donde solo hay una escandalosa actuación antiética y antiestética, será mirado con desconfianza por la oposición más acérrima: "quiere salvar in extremis al presidente". Si usted, como yo, opina que la directora de Protección Civil, Virginia Barcones, se pasó de los límites de su papel 'institucional' criticando, desde su condición de militante del PSOE, la actuación ante los incendios de las comunidades del PP, será considerado un 'pepero' cómodamente instalado en la fachosfera. Pero, eso sí, si critica usted que desde el PP se haya llamado "pirómana" a la señora Barcones, una clara desmesura, será tachado de la lista de posibles adeptos que manejan en la calle Génova. En fin, que si se atreve usted a afirmar que la culpa de los incendios es del Gobierno central, pero también de las autonomías y de no pocos ayuntamientos, o sea, en el fondo, de nuestros descoordinados poderes varios, es posible que le consideren, como a mí, un "ácrata amargado y desfasado". Y así, en medio de la polarización ya usual, que hace imposible una crítica objetiva a esta miseria política que nos anega, encaramos el otoño. Este inminente otoño que hoy a mí me ha dado por llamar 'el otoño de Begoña'. No tengo el menor empacho en decir que a mí la figura de Begoña Gómez me resulta, como creo que les ocurre a muchos españoles, poco simpática. Hay muchas cosas que me disgustan en ella, como, en otro orden de cosas, me ocurre con su marido. Pero no estoy dispuesto a llamarla delincuente, así, sin más, ni estoy dispuesto a callar que la instrucción del juez, contra ella y sus circunstancias, por ejemplo contra el triministro Bolaños, es claramente persecutioria y va más allá de lo razonable. Que en torno a la mujer del presidente del Gobierno de la cuarta potencia de Europa se vaya a centrar una de las grandes polémicas de este Oroño -otra se enredará en las piernas del fiscal general del Estado, nada menos--, es una pésima noticia para la democracia española y para la imagen exterior (e interior) de nuestro país: el tema ha sido portada del Financial Times, ahí queda eso. La defensa a ultranza, como si fuera un espejo de virtudes, de la honradez y probidad de la señora Gómez por parte de ministros/as más bien pelotas, lo mismo que los excesos verbales desde la oposición que habla de prostíbulos y qué sé yo cuántas otras inconveniencias, tampoco favorece precisamente la fortaleza del diálogo democrático. Ni de ese pacto de Estado tan necesario que Sánchez propone ahora de boquilla para prevenir los incendios y el PP rechaza con el ardor de quien está convencido de que hacer oposición es decir 'no' a todo. Hay que recordar, porque nunca está de más recordarlo, que, por mucho menos de lo que está ocurriendo en torno al Gobierno de España, en el vecino Portugal -ah, Portugal*-- dos sucesivos primeros ministros, socialdemócrata uno y conservador el otro, se sometieron a cuestiones de confianza y a elecciones. Siento mucho, la verdad, que aquí nunca sigamos el ejemplo democrático de nuestros vecinos ibéricos. Ni el de los alemanes, siempre dispuestos a los grandes acuerdos de gobierno. El 'caso Begoña Gómez' no lo sería mucho tiempo en ninguno de esos dos países. Ni en Francia, ni en el Reino Unido: se resolvería por vías de pura decencia política y democrática. En cambio, aquí, por estos lares, va a protagonizar el otoño, ya ve usted la diferencia.
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