MADRID, 12 (OTR/PRESS) Me dicen que he tenido suerte, aunque a la hora en la que escribo, las 11.45 de la mañana, ignoro si tengo o no casa. Mi incendio, Tres Cantos, ha batido el récord de todos los incendios que simultáneamente se producían en los cuatro puntos cardinales de España: miles de desalojados. Y ello, sin que ni un ministro, excepto el tuitero que siempre mete la pata, haya abandonado su relax para dar al menos explicaciones, que es lo que siempre falta en estos casos: cientos de personas desalojadas de sus hogares seguían, diecisiete horas después, sin saber qué va a ser de sus vidas, si sus casas y enseres se han salvado o si por el contrario. Sí, he tenido suerte, porque no logro apartar de mi mente el caso del vecino quemado en el 98 por ciento de su cuerpo y que murió, seguramente fue afortunado, a las pocas horas. Ni puedo olvidar a los que han perdido su negocio, tantas cosas valiosas para ellos, mis vecinos, amigos, algún familiar, que seguían, a mediodía de este martes, en la incertidumbre parcial y en la desesperación total. Lo mismo seguramente en Orense, en Castilla y León, en Andalucía. ¿No hemos aprendido aun que los incendios se apagan en febrero, con previsión y dando responsabilidades a los vecinos, y no al funcionario de turno que decide desde un despacho sin pisar la realidad en toda su vida? Sospecho que hace falta confiar más en la sociedad civil y menos en la burocracia autoritaria; solo así mejoraremos el país. No soy experto en la materia --¿por qué iba a serlo?-- aunque ahora estoy recibiendo la lección durísima de la experiencia propia. Pero, sin ser experto, sé, claro está, que los incendios proliferan en agosto, se incrementan con el calor extremo y prenden mejor cuando las lluvias de primavera han hecho crecer mucho la hierba. No hace falta estudiar mucho para saberlo. Y, por tanto, para saber que la prevención debe extremarse precisamente en esas épocas vacacionales, cuando todos han partido a descansar, qué le vamos a hacer. Sí, he tenido suerte. Seguramente, a falta de plena confirmación oficial, he salido solamente con algunos rasguños domésticos, que tardarán meses en cicatrizar del todo. A otros les ha ido peor. El daño es, sobre todo, moral: hace tiempo que he dejado de confiar en quienes dicen representarme. Es urgente restablecer esa confianza, y eso se logra actuando de forma muy diferente a como se está haciendo. Que el país vuelva a funcionar es, simplemente, imprescindible.
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