MADRID, 25 (OTR/PRESS)Escuché a mi compañero Ángel Expósito apostar por el fin de la legislatura: Sánchez logrará llegar hasta el final, allá por julio de 2027, piensa, que no es lo mismo pensar que desear. Es también lo que Sánchez va diciendo a los periodistas que le acompañaron en su viaje por Latinoamérica y lo que seguramente dirá la semana próxima: que completará esta Legislatura. Que es, por cierto, la más accidentada que yo recuerde desde comienzos de los años ochenta, y mira que ya ha pasado tiempo desde entonces. Me atreví, en la radio, a contradecir al 'tron' Expósito: me parece imposible que esta situación enloquecida pueda prolongarse muchos meses más. Sí: ahora, a partir del miércoles de la semana próxima, entramos en las relativas vacaciones agosteñas y eso siempre es una tregua. Pero... Pero, primero, agosto ya no es lo que era. Ya no hace falta inventarse serpientes de verano, porque proliferan los tiburones, los cocodrilos, los escorpiones*y los dinosaurios de Monterroso, que siempre están ahí cuando, en septiembre, nos despertamos de la siesta de la hamaca playera. O sea, que en agosto pasan cosas, no como antes: tan densa es la actualidad política, tan cierto es que vivimos en Audiolandia, en manos de cualquier Koldo que saque una grabación de la chistera, que en cualquier momento se puede producir un nuevo terremoto en la vida pública de este sorprendente, aunque sesteante, país. Y, segundo, mire usted el rostro de Pedro Sánchez. Quienes le han acompañado a Latinoamérica dicen que el presidente aparenta tranquilidad, pero se le nota un íntimo estado de agitación. Su rostro es todo un poema, para no hablar de su adelgazamiento. No, no es una frivolidad lo que digo: la cara es el espejo del alma, y el gobernante tiene que transmitir calma y sosiego a la ciudadanía, no un permanente estado de incertidumbre y desasosiego. Lo que quiero decir, y colóqueseme por ello en la fachosfera si se quiere, qué le vamos a hacer, es que Pedro Sánchez no me parece estar en su mejor capacidad para gobernar a la cuarta potencia de la Unión Europea en tiempos de máxima agitación mundial (y nacional). No quisiera confundir especulaciones con realidades, ni deseos con acontecimientos ciertos. Nada de eso: lo que ocurre es que Sánchez se ha quedado incluso sin sus aliados tradicionales desde 2018, comanda un Gobierno en el que al menos los ministros de Justicia, Sanidad, Interior, Exteriores, Energía, Función Pública, para no hablar de la vicepresidenta primera y segunda y de la portavoz, pasan por momentos angustiosos ante los sectores sociales a los que tienen que regular: jueces y fiscales, medios, funcionarios públicos, guardias civiles, diplomáticos, medios de comunicación, viven en el descontento. Y así, encima sin presupuestos, con un fiscal general en el alero y contrariando a la Constitución, no se puede ir mucho más allá del otoño. Quién sabe quién ganará la apuesta, si Expósito y los que como él ven el futuro inevitable con Sánchez, o los que lo vemos -somos quizá minoría-como yo, tan tambaleante que no puede sino caerse. En todo caso, España se ha convertido en un inmenso apostadero --¿se dice así cuando las apuestas llenan el ambiente en las cenas veraniegas?--. Y eso, claro, la inseguridad, la falta de certezas en el futuro, buen síntoma, lo que se dice bueno, no es.
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