MADRID, 9 (OTR/PRESS) Las democracias funcionan no solo en los procesos electorales o en las alianzas más o menos éticas. Se justifican en normas estrictas de respeto a los contendientes y a los ciudadanos y, sobre todo, en la legitimidad de sus actos, en las libertades que la hagan realmente significativa, en la transparencia de todos los procesos públicos y en instituciones que funcionen sin estar colonizadas o secuestradas por un Gobierno y siempre respondiendo al interés y a las preferencias de los ciudadanos y no a intereses partidistas. Pero la democracia es también diálogo con el contrario, escucha del otro, limpieza en los procedimientos, asunción de responsabilidades y decir la verdad. Si no hay diálogo con el contrario, más aún cuando este representa al partido más votado en las elecciones, hay una crisis de la democracia. Si no se tolera la discrepancia ni la disidencia, lo dice Byung Chul Ham, se provoca la erosión de la lógica democrática. Si no hay limpieza en los procedimientos y eso se hace desde el mismo poder, la corrupción institucional campa a sus anchas. Si, cuando has elegido a los corruptos para cargos de máxima confianza, no te has enterado de lo que hacían, has negado que lo hicieran, te has negado a que los jueces investigaran los hechos delictivos y las irregularidades groseras en tu círculo familiar, en el partido que controlas férreamente, en el Gobierno y en las instituciones, y asumir responsabilidades es pedir perdón y seguir en el poder, lo que hay es una degeneración de la democracia. Y si se miente, lo que puede ser una crisis de la verdad, de la conciencia o de ambas, eso lleva a perder la credibilidad entre los actores políticos y los ciudadanos. Y cuando ese sucede, todo está perdido. El autismo narcisista de Pedro Sánchez le he llevado al Congreso a no asumir responsabilidades sino a proponer medidas que no van a solucionar nada. Y a sus socios a decirle que ha sido malo, pero poquito, no lo bastante como para negarle su apoyo y su amistad. Ya se lo cobrarán y ya lo pagaremos los ciudadanos. Todos menos Sumar que en un ejercicio de cinismo vergonzante se ha arrastrado por la alfombra indignamente con tal de seguir en el poder al precio que sea, tragando lo que le digan y dispuestos a seguir haciéndolo hasta que les dejen. Existe una manera de quebrar la democracia sin golpes de Estado como el que intentaron los socios independentistas de Sánchez, sin disparos por la espalda como los herederos de ETA que se sientan en el Congreso y siguen homenajeando a los asesinos que salen de la cárcel, sin traiciones como la del PNV a Rajoy, o sin movimientos de indignación que ocupan las calles durante unas semanas hasta que las cambian por un escaño en el Congreso o una poltrona en las Administraciones Públicas, para no hacer nada o meter la pata legislando por ideología y no por justicia. La democracia se puede quebrar mediante dirigentes políticos que eligen, protegen o ignoran a los corruptos, que deslegitiman o secuestran las instituciones, que aplican discrecionalmente la justicia constitucional, que buscan, la intervención de los órganos judiciales, que descalifican a los adversarios o incluso a los compañeros que se atreven a disentir de sus acciones. Es una erosión casi imperceptible pero que daña el núcleo esencial del sistema político, el único que permite una vida más digna para todos los ciudadanos. Necesitamos una democracia fuerte, unos políticos que se comprometan a decir la verdad y a no mentir, unos ciudadanos bien informados que no se limiten a criticar sino que actúen y no toleren a los que mienten y engañan, a los que fomentan la polarización y se sirven de las redes sociales para echar basura sobre todo y sobre todos. Necesitamos que hablen los ciudadanos y digan quién quiere que les gobierne. La moción de censura o la de confianza ya no está en el Parlamento donde unos no pueden y otros no quieren, sino en las urnas. El cuento del presidente es una película acabada.
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