MADRID, 28 (OTR/PRESS)Eso: ¿para qué sirve la Constitución española, si ha dejado de cumplirse con excesiva frecuencia, si es 'retorcible', valga el palabro, y moldeable para que se adapte a lo que quieran el Ejecutivo u otros poderes y si, por supuesto también, se ha quedado anticuada en muchos aspectos? Pienso que es urgente admitir la necesidad de pactar una reforma profunda de nuestra ley fundamental y de otras leyes que deberían, y no lo hacen, defender la fortaleza del Estado y las instituciones. Así, hay que coincidir en que el argumento esgrimido por el Tribunal Constitucional, según el cual la amnistía se ajusta a la Constitución porque no está expresamente prohibida en la ley fundamental abre una compuerta peligrosa por la que se puede colar una riada de cosas. Porque son muchos los temas obviamente ilegales que no están citados en la Carta Magna y que podrían, por ejemplo un referéndum de autodeterminación, colarse en la nueva normativa legal que el Gobierno quiera traer para contentar a sus socios independentistas catalanes. O para, simplemente, satisfacer sus propios intereses. La Constitución ha quedado, con este paso, devaluada. Se queda en meramente un texto orientativo, no taxativo. Claro que los variados incumplimientos que nuestra ley fundamental ha registrado, desde la convocatoria inconstitucional de las últimas elecciones generales a la no presentación de los Presupuestos, sin que nadie apenas alce la voz por ello, hacen de la Carta Magna un instrumento casi inútil. ¿Cómo puede concebirse que, sin ir más lejos, un periodista pueda proclamar por radios y televisiones que el presidente del Gobierno incumple la Constitución y nada les ocurra ni al presidente ni al periodista? Los descarados incumplimientos y retorcimientos por parte del Ejecutivo de la norma fundamental -y de otras, especialmente el Código Penal-deberían ser mucho más causa de la protesta de jueces y fiscales, como la registrada este sábado ante el Tribunal Supremo, que otros motivos corporativos. Y para qué citar el constante mirar hacia otro lado de una oposición mucho más preocupada por las cuestiones familiares del jefe del Gobierno que por la salvaguarda de una Constitución que, bien es cierto, necesita muchos remiendos para estar actualizada y ser plenamente válida en una época en la que todo está cambiando aceleradamente. Se me dirá que todas las constituciones del mundo están anticuadas, son previas a la era de la digitalización y a los avances tecnológicos y geoestratégicos que se han producido en las últimas décadas. Puede que así sea, pero España es una 'rara avis' en la que la pujanza de las tendencias separatistas fuerza a extremar el cuidado en la defensa, no solo la territorial, del Estado. La Historia no entenderá, sin duda, que las dos principales fuerzas políticas nacionales no se hayan puesto de acuerdo para modernizar una Constitución que nos ha servido bien durante cuarenta años, pero que ya no aguanta más sin la remodelación de al menos tres Títulos -sí, no solo el de las Autonomías-y más de cuarenta artículos. Y unos cuantos añadidos. A veces me da por ser optimista y me fuerzo a pensar que tal vez los dos principales partidos españoles, hartos de sus propias corruptelas, flaquezas y desvaríos, tal vez aprovechasen sus 'cumbres' inminentes -a comienzos de julio, el congreso extraordinario del PP y el comité federal del PSOE-para volar algo más alto que la mera designación de un secretario de Organización que sustituya al corrupto o de una secretaria general más dinámica. De nada servirá cambiar cosméticamente, lampedusianamente, unas cuantas caras si no se cambian profundamente formas y fondos pensando en el futuro, en pavimentar esa 'era de Leonor I' en la que todo va a ser diferente. Luego, oteo el panorama y adiós al rapto de optimismo: me desalientan el cortoplacismo, los duelos a garrotazos y la absoluta falta de ideas 'grandes' y de patriotismo que caracterizan nuestra mísera, mal educada, vida política. Como se dice en el canto III del Infierno de la Divina Comedia de Dante, "lasciate ogni speranza". Con estos moldes actuales, abandonad toda esperanza; ya ni la Constitución nos ampara. Sálvese el que pueda.
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