MADRID, 23 (OTR/PRESS) El subsuelo del conflicto en Oriente Próximo guarda una mueca burlona de la historia. Es su forma de desquitarse. Por si aprendemos de una puñetera vez. Una mueca seguramente compartida -al menos, comprendida- por las opiniones públicas a esta parte del mundo si alguien les explicase la trastienda del enfrentamiento de Israel con Hamás, por un lado. Y de Estados Unidos con Irán, por otro. Nadie lo hubiera dicho, pero es la verdad: aunque ahora se maten, Hamás es una criatura de Israel y la República Islámica de Irán lo es de EE.UU. Como lo oyen. Nada que argumentar. Basta ir a los manuales de historia o las hemerotecas de la época. Todo está documentado. Que el entonces presidente, James Carter, forzó la salida del sha, Reza Palhevi, en enero de 1979 para alfombrar la llegada del imán Jomeini un mes después. Y que quien fue alto responsable israelí en asuntos religiosos hasta 1994, Avner Cohen, sentenció en una entrevista concedida al Wall Street Journal: "Hamás, a mi pesar, es una creación de Israel, fue un error enorme y estúpido". Están verificadas las maniobras de Giscard y Carter (1979) para convertir al clérigo Jomeini (en París, tras su exilio en Irak) en el líder de la revuelta que pretendía instalar una democracia frente al sesgo pro-soviético de los comunistas iraníes. Como lo están también las declaraciones públicas de altos funcionarios israelíes reconociendo a posteriori el error de haber favorecido la fundación de Hamás en la Franja de Gaza. Ahora, treinta y tantos años después, Israel busca la explanación de la Franja de Gaza a sangre y fuego so pretexto de exterminar a la organización de Hamás, no solo su brazo terrorista. Por otra parte, los bombardeos de EE.UU. sobre las instalaciones nucleares de Irán nos ponen al borde del abismo por cuenta del odio eterno de la América grande otra vez de Donald Trump al fundamentalismo medieval de los ayatolás. Pero el fundamentalismo religioso de Jomeini está ahí porque en su día, al final de la década de los setenta del siglo pasado, así lo quiso una alianza occidental formada por Francia, Reino Unido, Alemania y EE. UU., conjurados para frenar la expansión del comunismo en la Persia que acababa de expulsar al sha, Reza Pahlevi. Y si el brazo terrorista de Hamás cometió la salvajada del 7 de octubre de 2023 fue porque el Gobierno israelí y sus servicios de inteligencia habían incubado el huevo de la serpiente a finales de los años ochenta del siglo pasado, convencidos de que una nueva generación de palestinos nacidos y crecidos en la Gaza religiosa y asistencial controlada por Hamás serviría para frenar a la Cisjordania nacionalista de la OLP que lideraba Yasser Arafat (el acta fundacional de Hamás es de 1988).
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