MADRID, 21 (OTR/PRESS) En el momento de pergeñar éstas líneas han transcurrido 24 horas desde que la ONU alertó de que en 48 morirían de hambre 14.000 bebés palestinos. ¿Cuántos han muerto ya? ¿A cuántos el furor genocida del gobierno de Israel ha privado ya en éstas horas, y de la manera más cruel, de la vida a la que apenas habían amanecido? ¿Sucumbirán todos ellos a la perversidad de esa banda criminal como sucumbieron los veinte o treinta mil despedazados por sus bombas? Demasiado tarde el mundo comienza a reparar, ante la infernal magnitud de ese holocausto, en que todos esos bebés, los que han muerto, los que están muriendo y los que agonizan, son los bebés de todos, los hijos de todos, bien que de todos los dignos de llamarse personas. Los gobiernos de España, de Francia, de Canadá, del Reino Unido, de la Unión Europea en su conjunto, han emplazado al genocida ejecutivo de Israel a detener la masacre, o, cuando menos, a permitir la entrada en la destruida Gaza de alimentos, medicinas y otros suministros críticos que pudieran salvar la vida de algunos de esos 14.000 bebés que llevan inscrito en sus ojos hundidos por el hambre el horror. Entre tanto, en España, embrutecida por la compulsión de destruir al adversario político que gobierna, enajenada por sus prisas en lograrlo, la derecha y la ultraderecha callan ante los crímenes de Israel, cuando no los justifican y jalean. Conozco y me trato con personas de derechas, conservadoras, y no son así, les horroriza lo que está pasando, darían lo que fuera por detener la masacre, se sienten interpeladas por las miradas sin fondo de esos ojos hundidos, pero éstos que conozco, con los que me trato, con los que comparto valores esenciales de humanidad, no son los que estarán en el cónclave que ha montado el que hace chistes sobre la posición del gobierno de España frente al salvajismo del de Israel o sobre su siniestra sombra en Eurovisión. 14.000 bebés serán asesinados en 48 horas. Tal vez más.
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