
El jefe de estudios adjunto del madrileño IES Isabel la Católica, César Molina Prados, ha explicado este miércoles cómo el centro educativo gestionó el apagón eléctrico del pasado martes, manteniendo a una treintena de alumnos que no podían regresar a sus domicilios.
"A partir de las 13.30 horas vimos que la luz no volvía y empezamos a pensar cómo desalojar a los alumnos", ha señalado Molina en una entrevista con Europa Press.
El instituto, ubicado cerca de Atocha y con 1.700 alumnos matriculados, se encontró con la dificultad de gestionar a estudiantes de entre 12 y 18 años procedentes de localidades como Parla, Valdemoro o Chinchón.
"No podíamos dejar que estos chicos estuvieran solos por la calle sin posibilidad de volver a su casa", ha manifestado Molina Prados, que ha destacado que inicialmente trataron de contactar con las familias, pero la comunicación resultaba "imposible".
El centro habilitó inicialmente un espacio para los alumnos que no podían regresar, ofreciéndoles servicios básicos y comenzando a plantearse la opción de que los alumnos se quedaran a dormir en el centro, acompañados de dos profesores que vivían relativamente cerca.
"Tenemos un servicio de cafetería y les pudimos dar algo de comer (...) Los chicos se lo tomaron como un campamento urbano. Improvisamos unas pequeñas linternas y unas linternas portátiles", ha explicado.
Después, sobre las 20.25 horas aproximadamente, organizaron una cena en el exterior, momento en el que finalmente se restableció el suministro eléctrico, por lo que la posibilidad de hacer noche en el centro, quedó descartada. "Fue el momento en el que comenzaron a llegar las familias para recoger a sus hijos, con la última familia recogiendo a uno de ellos a las 23.55 horas", ha añadido.
La Comunidad de Madrid ha decretado este martes como día no lectivo, permitiendo a las familias llevar a sus hijos al centro para conciliar. "Han venido unos treinta alumnos esta mañana, pero después de informarles de la situación, se han marchado a casa", ha indicado el jefe de estudios adjunto, quien ha reconocido que el centro carece de generadores o fuentes alternativas de energía.
Molina Prados ha señalado que corresponderá a la Comunidad de Madrid valorar la instalación de infraestructuras de emergencia en los centros educativos. "Es un centro público dependiente de la Comunidad de Madrid, así que será ella quien deba determinar si es necesario dotarnos de este tipo de recursos", ha concluido.
Otros colegios también se volcaron ante la situación, como fue en el caso del Colegio Salesianas de Madrid. "Casi tuvimos que dejar el colegio abierto toda la noche", ha recordado la conserje del centro en declaraciones a Europa Press.
"Nos quedamos hasta las 23.30 horas, con algunos niños que vivían en la sierra o de zonas más lejos y no podían volver porque no había transporte ni forma de comunicarse con sus familias", ha añadido.
El protocolo habitual de recogida colapsó sin Internet ni teléfono: "Era mandar gente planta por planta, a ver si localizaban a cada niño. Venían a una hora el padre y luego la madre a por el mismo niño, cómo no había forma de comunicarse venían ambos a por los niños", ha explicado la trabajadora.
Pero donde faltó electricidad, sobró solidaridad. En el colegio Salesianas, los vecinos acudieron con lo que tenían: embutidos, pan, termos de caldo. "Traían cosas para que los chavales pudieran cenar. Fue muy bonito", ha relatado con emoción. A falta de luz, hubo humanidad.
Los niños, por su parte, vivieron la jornada con una mezcla de asombro e inocencia. "Preguntaban: '¿por qué me vienes a buscar tan pronto?'. No entendían del todo qué pasaba", dicen en el colegio.
Al anochecer, con velas encendidas y una lista de alumnos aún por recoger, la comunidad educativa improvisó una guardia sin manual, pero con mucha vocación.
La escena se repetía en otros centros, como el Colegio Pío XI, aunque allí tuvieron algo más de suerte. "Estuvimos abiertos hasta las cinco y cuarto. Los padres venían intermitentemente, nos organizamos como pudimos", cuenta la directora del colegio, Rocío Verdú, de 43 años. "Algunas familias dejaron a los niños a comer aquí porque teníamos cocina a gas. En sus casas no podían cocinar", ha confirmado la directora.
Hoy, las puertas volvieron a abrirse. No hubo clases, pero sí presencia. "Por apoyar a los padres que trabajan", ha comentado la Jefa de estudios Raquel López, de 29 años
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