MADRID, 20 (OTR/PRESS) Después de dos años de autoexilio, el rey emérito ha decidido venir a pasar unos dÃas a España. Repasada la agenda, dedicará el triple de tiempo a ver a sus amigos y a regatear, si puede, que a ver a su todavÃa esposa, a su hijo y al resto de la familia. En cualquier familia real, que no Real, difÃcilmente sucederÃa algo asÃ.
Paradójicamente, quien fue constitucionalmente sÃmbolo de la unidad de España durante cuarenta años ha conseguido dividir a los españoles con su vuelta. Y la frontera no separa a monárquicos y republicanos, sino a ciudadanos y súbditos.
Los primeros, legÃtimamente molestos, expresan su malestar; los segundos, en su condición de súbditos, consideran que a un monarca hay que disculparle siempre cualquier cosa. Lo que hizo Juan Carlos fue indigno. A pesar de haber salido indemne de los procesos judiciales, por prescripción o por la especial protección que le concede una anacrónica inviolabilidad constitucional, conviene recordar que la justicia consigno hasta trece ilÃcitos penales imperseguibles por esas circunstancias, y que tuvo que realizar tres regularizaciones para no acabar procesado y condenado por un delito fiscal, como le sucederÃa a cualquier ciudadano.
También convendrÃa recordar a estos monárquicos consentidores que no son los republicanos quienes minan la credibilidad de la institución, sino el emérito con su indigna actitud. Y que es el rey actual, su hijo, quien le retiró al padre la asignación pública, quien renunció a su manchada herencia y quien le ha dicho que si vuelve se tendrá que alojar fuera del palacio de la Zarzuela. Es decir, que quizás crean que poniendo la alfombra roja al emérito fortalecen la monarquÃa, pero lo único que hacen es dificultar el trabajo del actual rey y poner en riesgo el futuro de su heredera. Algo que no importará a los republicanos, sin duda, pero deberÃa preocupar a estos súbditos tan apasionados.
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