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Un ejemplo más de intolerancia amparada por lo “políticamente correcto”

La "ley mordaza" de la izquierda

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Esa izquierda provinciana, ramplona y zafia que admirablemente representa el PSOE liderado por Pedro Sánchez, prepara una proposición de ley (imagino que una suerte de addenda a la absurda y zapateril “ley de memoria histórica) según la que se considerará delito ensalzar la figura del general Franco o referirse en términos elogiosos al periodo de casi 40 años en que fue Jefe del Estado. Y aunque es evidente que, de momento, se trata sólo de un proyecto anunciado por la marisabidilla portavoz del grupo socialista en el Congreso, Margarita Robles (que además, para más inri, es juez) resulta fácil imaginar que contará con el apoyo de otras fuerzas de izquierda e independentistas que, aunque mal avenidas, coinciden en dos cosas: utilizar la demagogia como herramienta argumental y considerarse garantes de la auténtica democracia. Esos mismos que en su día protestaron airadamente contra la que llamaron “ley moradaza”, se arrogan ahora el derecho a decidir lo que Vd. o yo podamos expresar, so pena de ser multados o incluso acabar en chirona. Juegan de manera saducea con el pretexto de que, tanto en Alemania como en Italia, alabar a Hitler o Mussolini constituye una ilegalidad penada con dureza; estableciendo con ello una equiparación torticera y manipuladora entre dos megalómanos (uno de ellos un loco responsable de un terrible genocidio) y un militar que asumió el Poder en una situación crítica – la Guerra Civil, apenas comenzada- que tuvo que decidir entre permanecer leal a un gobierno corrompido y favorable al avance del estalinismo o sumarse a los sublevados.

Conforme voy escribiendo estas líneas me doy cuenta de que me estoy metiendo en un berenjenal que no deseaba: No trato de hacer el panegírico de una época que apenas conocí, sino de procurar algo que como periodista y estudioso de la Historia me considero con el deber y el derecho de defender: la verdad y la objetividad.

A estas alturas nadie duda de que el franquismo fue una dictadura, un sistema político ante el que sentimos un rechazo instintivo los que somos demócratas. Sin embargo, cabe preguntarse si los millones de personas que apoyaron aquel régimen durante casi cuatro décadas estuvieron todos equivocados o actuaron de mala fe. Yo, sinceramente no lo creo. A lo largo de mi vida he conocido mucha gente que consideraba a Franco un salvador; alguien que evitó que nuestro país se convirtiera en el bastión soviético del suroeste de Europa.

Pocos dudan hoy de los horrores del estalinismo, con sus gulags, sus encarnizadas purgas y su represión. Y llama la atención que los que hoy desean amordazar la libertad de expresión con una ley represora, jamás se refieren a monstruos como Stalin, Pol Pot o Mao y parezcan añorar una época en la que el individuo dejó de serlo para convertirse en carne de cañón. Del “paraíso soviético” no salía nadie; sus cancerberos se encargan de pegar un tiro a cualquiera que lo intentara. De la “terrible España del franquismo” podía uno marcharse si quería, emigrar o exiliarse con sólo solicitar un pasaporte.

No se trata de poner en duda la represión inherente a cualquier dictadura. Y aquí la hubo. Pero repugna bastante el comprobar cómo tratan de imponer su particular “culto a Moloch”; cómo tratan de hacernos comulgar con ruedas de molino, presentando su propio “santoral de hombres y mujeres edificantes”.

Creo que, por ejemplo, José Antonio Primo de Rivera fue bastante mejor persona que Santiago Carrillo y la Pasionaria; lo menos que puede decirse de él es que sus manos no estuvieron manchadas de sangre. Pero aplicando esa nefasta “ley de memoria histórica”, el fundador de Falange es considerado algo así como un criminal facineroso y, por lo tanto, no merece que ninguna calle o plaza lleve su nombre. Por el contrario, el “carnicero de Paracuellos” o la Pasionaria (que instigó, entre otros, el asesinato de José Calvo Sotelo) son presentados como dos venerables ancianos que regresaron a España, tras la muerte del “sanguinario dictador”, para contribuir a la gran y definitiva reconciliación. Otra patraña.

En fin, termino aquí a sabiendas de que muchos “demócratas” me habrán puesto su etiqueta favorita: “facha”. Así somos.

Pero los que defendemos la libertad de expresión debemos oponernos a que tal ley prospere.

Como escribió Bertold Brecht: “el lodo a los podridos”

La "ley mordaza" de la izquierda

Un ejemplo más de intolerancia amparada por lo “políticamente correcto”
Luis del Palacio
viernes, 2 de febrero de 2018, 06:57 h (CET)
Esa izquierda provinciana, ramplona y zafia que admirablemente representa el PSOE liderado por Pedro Sánchez, prepara una proposición de ley (imagino que una suerte de addenda a la absurda y zapateril “ley de memoria histórica) según la que se considerará delito ensalzar la figura del general Franco o referirse en términos elogiosos al periodo de casi 40 años en que fue Jefe del Estado. Y aunque es evidente que, de momento, se trata sólo de un proyecto anunciado por la marisabidilla portavoz del grupo socialista en el Congreso, Margarita Robles (que además, para más inri, es juez) resulta fácil imaginar que contará con el apoyo de otras fuerzas de izquierda e independentistas que, aunque mal avenidas, coinciden en dos cosas: utilizar la demagogia como herramienta argumental y considerarse garantes de la auténtica democracia. Esos mismos que en su día protestaron airadamente contra la que llamaron “ley moradaza”, se arrogan ahora el derecho a decidir lo que Vd. o yo podamos expresar, so pena de ser multados o incluso acabar en chirona. Juegan de manera saducea con el pretexto de que, tanto en Alemania como en Italia, alabar a Hitler o Mussolini constituye una ilegalidad penada con dureza; estableciendo con ello una equiparación torticera y manipuladora entre dos megalómanos (uno de ellos un loco responsable de un terrible genocidio) y un militar que asumió el Poder en una situación crítica – la Guerra Civil, apenas comenzada- que tuvo que decidir entre permanecer leal a un gobierno corrompido y favorable al avance del estalinismo o sumarse a los sublevados.

Conforme voy escribiendo estas líneas me doy cuenta de que me estoy metiendo en un berenjenal que no deseaba: No trato de hacer el panegírico de una época que apenas conocí, sino de procurar algo que como periodista y estudioso de la Historia me considero con el deber y el derecho de defender: la verdad y la objetividad.

A estas alturas nadie duda de que el franquismo fue una dictadura, un sistema político ante el que sentimos un rechazo instintivo los que somos demócratas. Sin embargo, cabe preguntarse si los millones de personas que apoyaron aquel régimen durante casi cuatro décadas estuvieron todos equivocados o actuaron de mala fe. Yo, sinceramente no lo creo. A lo largo de mi vida he conocido mucha gente que consideraba a Franco un salvador; alguien que evitó que nuestro país se convirtiera en el bastión soviético del suroeste de Europa.

Pocos dudan hoy de los horrores del estalinismo, con sus gulags, sus encarnizadas purgas y su represión. Y llama la atención que los que hoy desean amordazar la libertad de expresión con una ley represora, jamás se refieren a monstruos como Stalin, Pol Pot o Mao y parezcan añorar una época en la que el individuo dejó de serlo para convertirse en carne de cañón. Del “paraíso soviético” no salía nadie; sus cancerberos se encargan de pegar un tiro a cualquiera que lo intentara. De la “terrible España del franquismo” podía uno marcharse si quería, emigrar o exiliarse con sólo solicitar un pasaporte.

No se trata de poner en duda la represión inherente a cualquier dictadura. Y aquí la hubo. Pero repugna bastante el comprobar cómo tratan de imponer su particular “culto a Moloch”; cómo tratan de hacernos comulgar con ruedas de molino, presentando su propio “santoral de hombres y mujeres edificantes”.

Creo que, por ejemplo, José Antonio Primo de Rivera fue bastante mejor persona que Santiago Carrillo y la Pasionaria; lo menos que puede decirse de él es que sus manos no estuvieron manchadas de sangre. Pero aplicando esa nefasta “ley de memoria histórica”, el fundador de Falange es considerado algo así como un criminal facineroso y, por lo tanto, no merece que ninguna calle o plaza lleve su nombre. Por el contrario, el “carnicero de Paracuellos” o la Pasionaria (que instigó, entre otros, el asesinato de José Calvo Sotelo) son presentados como dos venerables ancianos que regresaron a España, tras la muerte del “sanguinario dictador”, para contribuir a la gran y definitiva reconciliación. Otra patraña.

En fin, termino aquí a sabiendas de que muchos “demócratas” me habrán puesto su etiqueta favorita: “facha”. Así somos.

Pero los que defendemos la libertad de expresión debemos oponernos a que tal ley prospere.

Como escribió Bertold Brecht: “el lodo a los podridos”

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