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Perdónenme mis amigos y los lectores que se hayan querido asomar al contenido de estas letras por el testimonio de dolor e indignación que siento a la hora de dar testimonio de mis sentimientos. Cuando miro atentamente la televisión para conocer las últimas noticias que con tanta persistencia nos ofrece la corrompida actividad política del país, hay un momento en que pierdo los estribos y sin poderlo evitar increpo de viva voz a los soldados israelíes.
La reciente exigencia de Donald Trump de que los países de la OTAN eleven su gasto militar hasta el 5% del PIB no es solo una propuesta desproporcionada, es un intento de imponer un modelo unilateral que ignora las realidades sociales, económicas y políticas de sus aliados. Entre ellos, España, que con firmeza democrática ha respondido que no está dispuesta a sacrificar su Estado del bienestar para complacer caprichos ajenos a su soberanía.
Veo en la televisión la imagen de un tipo con apellido de cárcel, porque sin darse cuenta lo lleva ya registrado en su onomástica. Un individuo de más de sesenta y cinco años que ha vivido casi toda su vida de la política. El gran refugio de los vagos y delincuentes. Es uno de esos individuos prototipos que describió certeramente Stefan Zweig en su libro Momentos estelares.
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