La presencia simultánea en la naturaleza de gran cantidad de individuos de diferentes generaciones puede resultar un foco vivo de numerosas infecciones de fácil transmisión, pero hay veces en que esta situación también tiene sus beneficios.
El patógeno del chocolate
El árbol del cacao (Teobroma cacao), del que se obtiene la materia prima para la fabricación del chocolate, es una planta ampliamente cultivada en regiones tropicales de América del Sur y África, cercanas a selvas húmedas, pues su origen se sitúa en las selvas amazónicas. Su cultivo puede verse fuertemente amenazado por el ataque de diferentes patógenos que encuentran en ese ambiente húmedo y cálido las condiciones perfectas para su desarrollo.
Uno de sus enemigos de mayor importancia es el oomiceto Phytophthora palmivora, causante de la pudrición de sus bayas y de la formación de heridas a lo largo del tronco. Este patógeno reporta pérdidas en la producción mundial de cacao de entre el 10 y el 20% del total.
¿Cómo lo hacen las plantas?
En la naturaleza, existen gran cantidad de microrganismos (hongos y bacterias) capaces de interaccionar con las plantas y aportarles numerosos beneficios, tanto nutricionales como defensivos, al ser capaces de preactivar sus respuestas de resistencia frente al futuro-posible ataque de plagas o patógenos.
En los seres humanos, la madre transmite a sus hijos una serie de microorganismos beneficiosos capaces de fortalecer su sistema inmune, en el paso del bebé a través del canal de parto. La pregunta que se hicieron el grupo de investigadores del Instituto Smithsonian de Enfermedades Tropicales, fue si algo similar pude ocurrir en la naturaleza entre árboles de cacao y sus plantas hijas.
La investigación se basó en esterilizar superficialmente semillas de cacao, eliminando todos los microorganismos que pudieran contener. Posteriormente, las plántulas provenientes de estas semillas se pusieron en contacto con hojarasca de árboles sanos y se las infectó con el patógeno a estudiar (P. palmivora). Frente a plantas a las cuales no se las había puesto en contacto con la hojarasca, se observó como el patógeno causaba la mitad de daño.
Esta observación hizo pensar a los investigadores la posibilidad de que algún microorganismo presente en las hojas de los árboles pudiera ayudar a las pequeñas plantas en la lucha contra el patógeno. Tras un análisis microbiológico y genético se determinó como los árboles estaban transmitiendo a sus plantas hijas, a través de sus hojas, un hongo beneficioso denominado Collecotrichum tropicale.
“La ciencia que no es divulgada hacia la sociedad es como si no existiera”
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FUENTE: http://rspb.royalsocietypublishing.org/content/284/1858/20170641