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Sí, es ciertamente curioso, pero no irreal, que el artista y pintor francés Henri Matisse, a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, y uno de esos pintores atormentados que vivía en un constante estado de insomnio, fuese capaz de pintar el cuadro “La alegría de vivir”. Luego están los que por dar el autor ese título a ese lienzo le llamasen o lo sigan llamando “el pintor de la alegría”.
Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un asunto que puede parecerles académico o excesivamente formal, pero que tiene que ver con la intrincada danza del discurso y la confrontación de ideas: las falacias argumentativas, las cuales se erigen como trampas sutiles, desvíos lógicos que, a menudo inadvertidos, socavan la solidez de nuestros razonamientos y envenenan el intercambio comunicacional constructivo.
Esta mañana he recibido una llamada de un número desconocido. Al contestar, enseguida una voz masculina me pide antes que nada disculpas por haberme llamado. Me dice que lee habitualmente lo que escribo y que estaba preocupado porque no le llegaba nada desde hacía tiempo. Me sentí conmovido porque no esperaba recibir semejante muestra de afecto y yo diría que de cuidado. Por eso escribo estas letras por si acaso le ha pasado lo mismo a otras personas.
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