Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | El minuto más engreído
Quizá la risa de Demócrito y el llanto de Heráclito obedecían a la misma causa

Etimología de la indignación

|

Dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en lo que pueda valer en esta España eternamente aspirante al idioma inglés, que la “indignación” consiste en un “enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos” . Quizá no nos equivoquemos si convenimos en que esta definición resulta insuficiente, ante todo, porque no especifica las razones del enfado, enojo o ira contra aquella persona y sus acciones. Convendrán conmigo, creo, en que no todo enojo, enfado o ira, es indignación.

Para precisar más el concepto, acudiremos a un clásico entre los clásicos de la Historia de la Filosofía: Descartes y su Tratado de las Pasiones. Pues la indignación es una pasión, un sentimiento producido, para el pensador francés, por el “mal hecho por otros, no siendo contra nosotros mismos” . Cuando nosotros mismos sufrimos el mal, la indignación se convierte en ira.

No deja de ser ilustrativo, en este sentido, continuar con Descartes. Según el filósofo, la indignación suele ir acompañada de la risa, “vestirse de fiesta”, aunque esta risa “es generalmente artificial o fingida”. Ahora bien, “cuando es natural, parece provenir de que el mal que nos indigna no puede alcanzarnos” , o bien que creemos que está en nuestra mano conseguir que no nos alcance.

Específicamente hablando, Descartes define la indignación como una “especie de odio o aversión que se siente naturalmente hacia los que hacen algún mal, de cualquier naturaleza que sea”. Y, en muchas ocasiones, la indignación irá mezclada con la ira o con la piedad. Sin embargo, “solo se siente indignación contra los que hacen bien o mal a personas que no lo merecen”. Lo cual significa que la indignación va acompañada del juicio de que “nadie tiene lo que se merece”, ante todo, de que el indignado está recibiendo algún mal, en el que no tiene responsabilidad alguna, por parte de personas que gozan de bienes que no merecen ni han merecido.

Continúa nuestro filósofo: “también, en cierto modo, hacer el mal es recibirlo; por eso, algunos sienten, con la indignación, piedad, y otros tienden a la burla, según consideren de buena o mala voluntad a aquellos a quienes ven cometer faltas”. Quizá por ello, la risa de Demócrito y el llanto de Heráclito obedecían a la misma causa.

Por lo demás, como hemos anticipado, la indignación suele ir acompañada de sorpresa; “pues suponemos habitualmente que todas las cosas se harán de la manera que nosotros creemos buena. Por eso, cuando no ocurre así, nos sorprende y lo admiramos”. En fin, este sentimiento “no es tampoco incompatible con la alegría, aunque por lo general vaya unida a la tristeza”.

Finalmente, “la indignación se observa mucho más en quienes quieren parecer virtuosos que entre los que verdaderamente lo son; pues, aunque los que aman la virtud no pueden ver sin ninguna aversión los vicios de los demás, solo se apasionan contra los más grandes y extraordinarios”. Y, además, “sentir indignación por cosas que no son censurables es ser injusto, y es ser impertinente y absurdo no limitar esta pasión a las acciones de los hombres y llevarla hasta las obras de Dios o de la naturaleza” (es decir, en nuestro lenguaje, resulta absurdo indignarse contra las leyes económicas, como resultaría irrisoria una manifestación contra el virus de la gripe o contra la ley de la gravedad).

Curiosamente, termina el inventor de los ejes geométricos, las personas que enrojecen de indignación son muchos menos temibles que aquellas que palidecen por este sentimiento. Porque, “cuando una persona no puede vengarse más que con el gesto y la palabra, emplea todo su calor y toda su fuerza desde el primer momento que siente la ira, y por eso enrojece. En cambio, las que se reservan y se determinan a mayor venganza, se entristecen de pensar que se ven obligadas a ella por la acción que eles enfurece”. Por ello, se ponen pálidas.

De este modo, una vez hemos precisado el significado de la palabra, y dado que no disponga de una alternativa a la democracia parlamentaria, dado que no considero que todo debe hacerse como yo pienso que debe hacerse (porque no sé, ni puedo saber, qué es los que habría que hacer en la mayoría de los caso), porque creo que tengo mucha parte de responsabilidad en lo que me ocurre, a través de mis acciones, porque no creo, ni pienso, que el Estado tenga ni la obligación ni la potestad de entrar en mi vida ni siquiera para tratar de resolver mis problemas; por todo ello, más de un año después, puedo confirmar, y confirmo, que no soy un indignado.

¿A quién le importa?, dirán ustedes.

Pues eso.

Etimología de la indignación

Quizá la risa de Demócrito y el llanto de Heráclito obedecían a la misma causa
Felipe Muñoz
martes, 22 de mayo de 2012, 06:54 h (CET)
Dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en lo que pueda valer en esta España eternamente aspirante al idioma inglés, que la “indignación” consiste en un “enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos” . Quizá no nos equivoquemos si convenimos en que esta definición resulta insuficiente, ante todo, porque no especifica las razones del enfado, enojo o ira contra aquella persona y sus acciones. Convendrán conmigo, creo, en que no todo enojo, enfado o ira, es indignación.

Para precisar más el concepto, acudiremos a un clásico entre los clásicos de la Historia de la Filosofía: Descartes y su Tratado de las Pasiones. Pues la indignación es una pasión, un sentimiento producido, para el pensador francés, por el “mal hecho por otros, no siendo contra nosotros mismos” . Cuando nosotros mismos sufrimos el mal, la indignación se convierte en ira.

No deja de ser ilustrativo, en este sentido, continuar con Descartes. Según el filósofo, la indignación suele ir acompañada de la risa, “vestirse de fiesta”, aunque esta risa “es generalmente artificial o fingida”. Ahora bien, “cuando es natural, parece provenir de que el mal que nos indigna no puede alcanzarnos” , o bien que creemos que está en nuestra mano conseguir que no nos alcance.

Específicamente hablando, Descartes define la indignación como una “especie de odio o aversión que se siente naturalmente hacia los que hacen algún mal, de cualquier naturaleza que sea”. Y, en muchas ocasiones, la indignación irá mezclada con la ira o con la piedad. Sin embargo, “solo se siente indignación contra los que hacen bien o mal a personas que no lo merecen”. Lo cual significa que la indignación va acompañada del juicio de que “nadie tiene lo que se merece”, ante todo, de que el indignado está recibiendo algún mal, en el que no tiene responsabilidad alguna, por parte de personas que gozan de bienes que no merecen ni han merecido.

Continúa nuestro filósofo: “también, en cierto modo, hacer el mal es recibirlo; por eso, algunos sienten, con la indignación, piedad, y otros tienden a la burla, según consideren de buena o mala voluntad a aquellos a quienes ven cometer faltas”. Quizá por ello, la risa de Demócrito y el llanto de Heráclito obedecían a la misma causa.

Por lo demás, como hemos anticipado, la indignación suele ir acompañada de sorpresa; “pues suponemos habitualmente que todas las cosas se harán de la manera que nosotros creemos buena. Por eso, cuando no ocurre así, nos sorprende y lo admiramos”. En fin, este sentimiento “no es tampoco incompatible con la alegría, aunque por lo general vaya unida a la tristeza”.

Finalmente, “la indignación se observa mucho más en quienes quieren parecer virtuosos que entre los que verdaderamente lo son; pues, aunque los que aman la virtud no pueden ver sin ninguna aversión los vicios de los demás, solo se apasionan contra los más grandes y extraordinarios”. Y, además, “sentir indignación por cosas que no son censurables es ser injusto, y es ser impertinente y absurdo no limitar esta pasión a las acciones de los hombres y llevarla hasta las obras de Dios o de la naturaleza” (es decir, en nuestro lenguaje, resulta absurdo indignarse contra las leyes económicas, como resultaría irrisoria una manifestación contra el virus de la gripe o contra la ley de la gravedad).

Curiosamente, termina el inventor de los ejes geométricos, las personas que enrojecen de indignación son muchos menos temibles que aquellas que palidecen por este sentimiento. Porque, “cuando una persona no puede vengarse más que con el gesto y la palabra, emplea todo su calor y toda su fuerza desde el primer momento que siente la ira, y por eso enrojece. En cambio, las que se reservan y se determinan a mayor venganza, se entristecen de pensar que se ven obligadas a ella por la acción que eles enfurece”. Por ello, se ponen pálidas.

De este modo, una vez hemos precisado el significado de la palabra, y dado que no disponga de una alternativa a la democracia parlamentaria, dado que no considero que todo debe hacerse como yo pienso que debe hacerse (porque no sé, ni puedo saber, qué es los que habría que hacer en la mayoría de los caso), porque creo que tengo mucha parte de responsabilidad en lo que me ocurre, a través de mis acciones, porque no creo, ni pienso, que el Estado tenga ni la obligación ni la potestad de entrar en mi vida ni siquiera para tratar de resolver mis problemas; por todo ello, más de un año después, puedo confirmar, y confirmo, que no soy un indignado.

¿A quién le importa?, dirán ustedes.

Pues eso.

Noticias relacionadas

Pedro Sánchez se habría despertado con un inesperado cisne negro que amenazaba seriamente su estancia en la Moncloa. El término “cisne negro” designa a un acontecimiento inesperado e impredecible que produce consecuencias a gran escala y que es explicable solamente a posteriori y en el caso de Sánchez, ese cisne negro habría adoptado la forma de una denuncia del seudo sindicato Manos Limpias contra la mujer de Sánchez por "presunto tráfico de influencias".

"No todo es oro lo que reluce y la investigación científica también tiene un lado oscuro. Distintas empresas encargan estudios con animales con fines lucrativos, para tratar de demostrar que su producto es mejor que la competencia. Los laboratorios buscan que se sigan financiando estudios con animales, es su manera de mantener el negocio", declara Emi Navarro, una de las personas activistas que dedica voluntariamente su tiempo a la defensa de los animales.

Como decía la zarzuela: “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Lo que sabíamos ayer es totalmente obsoleto hoy. Las actuales generaciones están más preparadas de lo que los mayores podemos pensar. He descubierto que, hoy en día, los niños ayudan a hacer los deberes a los abuelos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto