Los insaciables ricos saquean los recursos naturales de la Tierra, por lo que en muchos países los nativos caen en la pobreza cuando sus recursos naturales les han sido quitados. En la actualidad los ricos se vuelven cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. El acaudalado “camello” del que Jesús habló, precisamente en nuestra época sombría no tiene respeto por nada, a pesar de que Jesús por medio de la parábola del camello y del ojo de la aguja, les explicó a los ricos de forma inequivoca que tras su muerte no regresarían al Reino de Dios.
Esta afirmación de Jesús de Nazaret tiene validez tanto para el pasado como para el presente. Los ricos explotan los recursos naturales y prometen ayuda a los pobres, que casi siempre quedan en eso, en promesas. En determinados días festivos como por ejemplo en Navidad, algunos ricos dan de sus incalculables riquezas algunas migajas, que no obstante recuperarán durante el curso del año con sus variados negocios o con sus inversiones en bolsa.
El equilibrio entre ricos y pobres no sólo está distorsionado, sino que las diferencias entre unos y otros se han vuelto tan grandes que apenas pueden ya reducirse, lo que significa que los que han hecho su agosto, llaman “suyas” a las instituciones bancarias y esto es una bofetada a los pobres a quienes dejan morir con el brazo extendido junto a sus fortunas. Al mismo tiempo el insaciable camello, el más grande, cargado hasta lo imposible y ante el ojo de la aguja, anima a los camellos más pequeños a que hagan donativos. Tal vez ese insaciable camello que lleva tanta carga, ha pensado que así adelgazará y pasará por el ojo de la aguja.
En este punto hay que decir que en nuestro tiempo se cometen muchos abusos con la denominación de “cristianos”, pues el nombre del Maestro del Sermón de la Montaña, Jesús, es utilizado para muy diversos fines en los que lo único importante es conseguir los objetivos deseados; pero el fin no justifica los medios. Por eso quien sienta que forma parte del espejismo de la riqueza, puede estar seguro de que en su ceguera caerá en la fosa junto con sus guías ciegos. Esa podría ser la recompensa de la que habló Jesús de Nazaret: “...porque ya habéis recibido en esta vida vuestra recompensa”. ¿Qué suerte les tocará después del fallecimiento de sus cuerpos?
Hace 2000 años Jesús de Nazaret enseñó que la riqueza es como una piedra de molino al cuello de los que se aferran a sus bienes materiales. La parábola del joven rico nos puede llevar a reflexionar sobre ello: “En esto se Le acercó uno y Le dijo: “Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna? El le dijo: ¿Por qué Me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es el Bueno. Más si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos. ¿Cuáles?- Le dice él. Y Jesús dijo. No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. Le dice el joven: Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta? Entonces Jesús le dice: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; luego sígueme. Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido porque tenía muchos bienes”.
Pero ¿qué sucede en la actualidad? Muchos de los ricos que se asemejan al joven de la parábola de Jesús, son también entre otras cosas ricos en dogmas paganos, aunque se denominan a sí mismos cristianos. Ninguno de los ricos, incluidos los predicadores de una iglesia institucional inconcebiblemente rica, quiere intentar en su vida seguir al sencillo carpintero Jesús y abandonar todo aquello que le sobra. Más bien se abusa constantemente de Su nombre para obtener beneficios propios.
De hecho las Iglesias institucionales proyectan el Sermón de la Montaña como algo utópico e imposible de cumplir en nuestra época. Pero las enseñanzas de Jesús son siempre válidas, ayer, hoy y mañana, pues en el Reino de Dios no hay pobres ni ricos, no hay paganismo ni tradiciones, ni tampoco sacerdotes. ¿Adónde proyectan entonces las Iglesias esas afirmaciones? Cada vez se entiende mejor lo que dijo Juan de Patmos: “Sal de ella pueblo Mio, no sea que os hagáis cómplices de sus pecados y os alcancen sus plagas”.
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