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Cuando la vida pasa y no se ha cumplido

Vida Universal
martes, 24 de abril de 2012, 06:48 h (CET)
Mientras no desarrollemos nuestro ser espiritual, tampoco alcanzaremos ninguna estabilidad interna, iremos “dando tumbos” siempre a la búsqueda de nuevas personas, puestos de trabajo y comunidades, que creemos podrían darnos lo que no poseemos y tampoco queremos desarrollar. Mientras no seamos fieles a nosotros mismos y no desarrollemos nuestro verdadero yo, esperaremos siempre de nuestro prójimo lo que no tenemos y que por tanto tampoco podemos dar.

En el otoño de nuestra vida nos encontraremos con las manos vacías, pero con una abundante experiencia negativa, la que ha dado lugar a una especie de telaraña formada por incontables nudos e hilos que tenemos que deshacer, ya sea como almas en los ámbitos de purificación o nuevamente en la Tierra en posteriores encarnaciones.   

Quien no da frutos maduros, quien no ha aprovechado su verano, tampoco alcanzará soberanía en el otoño, será un viejo infantil que mirará retrospectivamente su existencia terrenal humanamente espectacular que cita una y otra vez, tal vez para recibir de alguna persona más joven el reconocimiento por sus desenfrenados apetitos que no han dado buenos frutos de amor a Dios y al prójimo, sino sólo el Yo-yo-yo en la red de los sentimientos, anhelos, pasiones, apetitos instintivos e inconstancia del ir de una persona a otra, de un lugar de trabajo a otro, de una comunidad a otra. Y ¿qué ha quedado? Un vacío, una vida que no se ha cumplido, una existencia avejentada que gira en torno a sí mismo. Tal como fue con esa persona en la primavera y en el verano, será también en el otoño.

En una única vida terrenal orientada a llevar a la práctica las enseñanzas del Sermón de la Montaña de Jesús en la vida cotidiana, podríamos deshacer muchos nudos y disolver muchos hilos de la red de analogías. Si perseguimos una meta de vida más elevada, prestaremos atención a la energía del día y aprovecharemos las oportunidades que nos ofrece la vida. Aunque también podemos ampliar considerablemente nuestra red de lo pecaminoso, es decir acumular situaciones sin resolver con las personas que han pasado por nuestra vida.

Precisamente nuestra pareja, en la ley de Siembra y cosecha, está muy cerca de nosotros. Por decirlo de modo especial, es nuestro más cercano prójimo. Si resolvemos lo que hay pendiente, la misericordia de Dios disuelve otros muchos hilos de culpa y ataduras, siempre en caso de que nuestro prójimo nos perdone. De la ley de la vida sabemos que si damos un paso hacia Cristo, haciendo lo que Él nos ha encomendado, Él dará varios pasos hacia nosotros, lo que significa que su ayuda y misericordia están siempre presentes.

De la publicación: “Yo, yo, yo, la araña en su telaraña”

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Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

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