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Arturo Saldívar ¿Osiries reencarnado en torero?

Indultando la pena de muerte a… inocentes
Julio Ortega Fraile
miércoles, 29 de febrero de 2012, 08:08 h (CET)
“Es bonito perdonarle la vida a un toro”. Tal frase ha sido pronunciada hace muy poco por su verdugo. El mismo que después de año y medio de convertirse en “matador”- un término que a él le llena de orgullo y a mí me causa espanto - y tras martirizar y acabar con la vida de varias docenas de toros como profesional y otras muchas como ensartavísceras y desgarramúsculos en proceso de formación, decidió, no sin haberlo torturado previamente, no ejecutar a “Potosino”. Estoy hablando del torero Arturo Saldívar. ¡Gracias, Oh suerte de Osiris redivivo, Señor de la vida y de la muerte, por tu compasión ante otra víctima en el cruento haber de tu existencia! Magnífica es tu generosidad por conformarte con dejarla sólo malherida.

En las comunidades tribales primitivas la pena de muerte se solía reservar para ser utilizada por determinados delitos contra los individuos llegados de fuera. Esa discriminación letal con tintes endogámicos es equiparable a la que hoy en día tiene lugar con los toros en las corridas en razón de su especie. Pero la cuestión es que en cualquier punto de la historia, cuando la infamante pena capital se ha llevado (y se lleva) a cabo, ha sido motivada por la presunta comisión de algún crimen. Dejando claro que condenar a muerte no tiene para mí otro nombre que asesinato de estado, ¿cuál es la infracción cometida por el toro para aplicarle tan terrible sentencia?

El negocio taurino designa a “Potosino” como reo de suplicio y muerte, Saldívar es el ajusticiador encargado de someterlo a espantosos tormentos para posteriormente ultimarlo, pero cuando el animal está herido física y psíquicamente, he aquí que el matachín recibe la “llamada” de la pose mediática y decide no rematarlo, para así poder declarar que: “Ha sido un momento de mucha grandeza” y añadir que: “Es impresionante cómo se llega al entendimiento entre el toro y uno mismo”. Y todo esto cuando lo único que consta es que este mamífero cometió la “osadía” de nacer, pues no se le conoce otra afrenta. ¿Alguien puede explicarme en qué código penal viene contemplada la espeluznante fechoría perpetrada por “Potosino”?

Y bueno, lo del “entendimiento con el toro” no tiene desperdicio. Este matador afirma entrar en una especie de “éxtasis” (palabra literal), y llegar al máximo grado de complicidad con el astado. Resulta curioso y sobre todo dramático por las consecuencias para el torturado, que con tanta capacidad como presume disponer para entender al animal, desprecie voluntariamente el terror y el sufrimiento que experimenta durante la faena y que incluso los que no estamos dotados de su “admirable don” podemos percibir. No Saldívar, tú no entiendes al toro: lo atormentas y ejecutas valiéndote de él para tu único interés, pero ya no es sólo que desprecies a esa criatura, sino que tus palabras suenan con un ramalazo de sadismo cuando fustigarlo y matarlo con brillos de acero te produce tal placer.

¿Quiénes sois para perdonar no sé sabe qué, sayones de bragueta ajustada y corazón flácido? Ya que mostráis esa deleznable pasión y codicia por atesorar un currículum de cadáveres lacerados, al menos no hagáis gala de tan profunda cobardía con semejante maquillaje para aparentar ser hombres sensibles con el dolor de terceros. Por muchas capas de hipocresía con las que os embadurnéis, la sangre de los inocentes que asesináis siempre es visible en vuestras manos. Habláis con todo el descaro de indulto para el toro. ¿Tú indultando a un inocente?, ¿tú, que eres culpable - puede que no legal en algunas zonas del planeta pero sí moral en todas - de ser un “maestro” docto en impartir la asignatura de la violencia? Dime, si es que en tu cerebro ávido de agonía ajena todavía queda un resquicio para la reflexión: ¿quién nos indultará a todos nosotros del cargo de pusilánimes cuando la historia nos juzgue por consentir vuestros crímenes? De momento, Arturo Saldívar, muchos nos hemos cansado de vuestra impunidad para cometerlos, por eso cada vez el diámetro de vuestro ruedo de saña e infamia disminuye un poco más. Más pronto de lo que imaginas no tendrás a quien perdonar porque no hallarás a quien condenar.

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