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Durante años, se nos pidió responsabilidad. Se nos exigió sacrificio, se nos decía que “vivíamos por encima de nuestras posibilidades”. Y mientras millones de ciudadanos aceptaban resignadamente recortes, congelaciones salariales y pensiones menguantes, otros, desde los despachos donde se decide el rumbo económico del país, jugaban con otras reglas.
En una época marcada por la confusión moral y el relativismo cultural, reaparece con fuerza la necesidad de saber quiénes somos y hacia dónde vamos. Esta necesidad no es un lujo intelectual ni un capricho romántico, sino una exigencia humana profunda de sentido y trascendencia, que la ideología globalista y desarraigada ha tratado de negar.
Tengo un amigo mexicano que está dando clases en la Facultad de Veterinaria de Zaragoza que un día me dijo que él siempre había sido de izquierdas. A lo que yo le contesté que ya era hora de que empezara a pensar por sí mismo.
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