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‘Todo Los profesionales’ de Carlos Giménez

Retrato reivindicativo cargado de humanidad

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‘Todo Los profesionales' Ed. Random House Mondadori.  Abril, 2011.

663 páginas; 19,95 euros.


Carlos Giménez (Madrid, 1941) ha desarrollado a lo largo de los muchos años que lleva dándole al lápiz, a la tinta y al papel, un trabajo completo e intenso como dibujante de tebeos, o historietista, que viene a ser lo mismo. En anteriores ocasiones he escrito sobre algunas de sus obras más significativas – tiene muchas – como ‘Todo Paracuellos’ y ’Todo 36-39. Malos tiempos’, su celebrada, y dura por real, tetralogía sobre la Guerra Civil Española. Y hoy me ocuparé de otro de sus trabajos, ‘Los profesionales’, tan extenso e interesante como todos los suyos, pero quizá un poco menos conocido entre el público lector a causa de lo específico de su temática.

‘Los profesionales’, publicado a lo largo del tiempo en cinco volúmenes, ahora recopilados en uno solo por la editorial Random House Mondadori, a los que se añade ‘Rambla arriba, Rambla abajo’, un álbum independiente pero que queda plenamente integrado en la obra,  cuenta la vida de los profesionales del dibujo de historietas, que desarrollan su cometido en una agencia, inventada, denominada ‘Creaciones Ilustradas’, dirigida por un tal Filstrup, nombre de claras reminiscencias tebeísticas. Como en algunas de sus otras obras, nos tropezamos con un trabajo de marcado carácter autobiográfico, aunque Giménez se esfuerza por dejar bien claro que habla de personajes irreales (“los personajes siempre son ficticios”), inspirados en seres humanos auténticos. Aunque también quedan recovecos para la ficción o, al menos, para ficcionar la realidad, independientemente de que las anécdotas contadas sean reales.

‘Creaciones ilustradas’ no es sino un remedo de una agencia en la que Giménez trabajó durante su etapa barcelonesa, entre los años sesenta y ochenta. Los tipos que allí se concitan constituyen un grupo profundamente humano, que desmitifica no poco el rol del dibujante, descendiendo a la realidad más cotidiana para iluminar ese otro lado que desconocemos y que les equipara a las personas que se desempeñan en bancos, colmados, ministerios, tiendas, colegios, hospitales o en la construcción. Y como tales, como seres humanos, viven momentos de tensión, de depresión, de fracaso y frustración, pero también de alegría, de fiesta y, por qué no,  de triunfo. Y lo cierto es que, vistas las condiciones en las que desarrollaron su tarea, obtenemos una clara conclusión: dibujar historietas es una ocupación puramente vocacional. Como artistas  que son dibujan porque les apasiona, sin importarles habitar pensiones de mala muerte o tener lo justo para comer, fumar y poco más. Por supuesto que les gustaría vivir mejor, a quién no, pero se adaptan a todo. De este planteamiento, otra de las cosas que queda clara en los cinco álbumes  es que el oficio de dibujante, al menos en los años en los que se centra la acción, es una ocupación muy mal pagada y los que la ejercen son explotados sin miramientos por sus superiores, aunque aparentemente parezca lo contrario. A veces el dibujo da la fama, pero dinero en raras ocasiones.

Igualmente, ‘Los profesionales’ es un retrato histórico de esa noche larga y triste que comenzó el uno de abril de mil novecientos treinta y nueve y duró casi cuarenta años, a la que siguieron los tiempos de la Transición y del advenimiento de la Democracia. Es también, cómo no, el arte de resistir, de rebelarse y especialmente de sobrevivir, sacándole todo el jugo posible y metiéndole mano a la vida, como diría Joaquín Sabina, aunque no se deje o, al menos, se resista.

Y también es un cuadro, colectivo y antológico, de seres humanos, con un abanico inagotable de tipos singulares muy bien perfilados: el guionista frustrado, el dibujante presumido, el aprendiz recién llegado, el ingenuo, el pajillero, el ligón impenitente, las prostitutas, el impertérrito, el bandarra, el jefe pagado de si mismo, el trabajador incesante, el triunfador, el chuleta, el borde, el editor desalmado, el falsificador de traducciones… Como en nuestra existencia diaria, en el libro encontramos de todo, porque el gremio de los dibujantes es vida y no podía ocurrir lo contrario.

‘Los profesionales’, teniendo como leitmotiv  e  hilo conductor de las historietas a los dibujantes, vive del humor, del absurdo, y del humor absurdo también. ¡Faltaría más! La mayoría de anécdotas narradas alcanza un notable muy alto a juicio del que esto escribe, pero algunas, como ‘El guionista’, que bordea lo kafkiano, son sencillamente excelentes, y otras, como ‘La vaca’, convierten en realidad el sueño imposible de muchos empleados con respecto a sus jefes.



No quisiera terminar sin escribir unas líneas sobre ‘Rambla arriba, Rambla abajo’, el álbum que pone colofón al libro. Como su propio título indica, de la mano de Carlos Giménez paseamos por el escaparate inagotable que eran (y son) las Ramblas barcelonesas, un caudaloso collage de tipos y paisajes, sacudidos por la conmemoración – palomas al viento –  de los XXV años de paz de la Dictadura. La acción se desarrolla en un solo día que parece eterno, pues no termina nunca, de la vida del dibujante Pablo, el sosias de Giménez en viñetas. Independientemente del hilo argumental, los paseos, “amunt i avall”, por el más típico escenario barcelonés, nos encontramos ante una historial coral, un auténtico álbum de álbumes certificado por la cantidad de personajes y microrrelatos que por él pululan. Puede que sea uno de los trabajos del antiguo dibujante de ‘El Papus’ en los que éste demuestra su indudable calidad artística y su enorme capacidad para metamorfosearse, adoptando trazos que no le son propios y resolviendo el reto con sobresaliente. Todas las microhistorias nos atrapan, pero quizá la de la paloma coja, la del enano y el perro, la del abuelo y los enamorados y la de la prostituta y el joven recién desvirgado, dejan en nosotros una profunda huella. La de la paloma, además, tiene ese puntito de crueldad real que volveremos a encontrar en ‘Todo 36-39. Malos tiempos’, a propósito de la historia del gato Sito. Sin duda, ‘Rambla arriba, Rambla abajo’ constituye un broche más que apropiado para cerrar esta recopilación, capaz de impregnar el paladar de lector con un sabor dulce, nostálgico, amargo y también reivindicativo.

En el prólogo del libro, el dibujante Josep Mª Bea afirma que ‘Los profesionales’ es una “interpretación magistral en imágenes realizada por Carlos Giménez de unos hechos lejanos y sumidos en la bruma del pasado, gracias a la cual queda inmortalizado gráficamente uno de los eslabones más peculiares e influyentes en la historia del cómic de nuestro país”. ‘Los profesionales’, en suma, es un libro apropiado para leer durante las próximas navidades, con calma y sosiego. Hacerlo implica dos cosas: por un lado, revisitar el trabajo imprescindible del historietista madrileño y, por otro, recuperar un trozo importantísimo de la memoria gráfica de este país. Por eso me atrevo a sugerir su lectura. Volver a los clásicos de vez en cuando, y Carlos Giménez indudablemente es un clásico, resulta muy recomendable. Y tanto. 

Retrato reivindicativo cargado de humanidad

‘Todo Los profesionales’ de Carlos Giménez
Herme Cerezo
jueves, 22 de diciembre de 2011, 09:10 h (CET)


‘Todo Los profesionales' Ed. Random House Mondadori.  Abril, 2011.

663 páginas; 19,95 euros.


Carlos Giménez (Madrid, 1941) ha desarrollado a lo largo de los muchos años que lleva dándole al lápiz, a la tinta y al papel, un trabajo completo e intenso como dibujante de tebeos, o historietista, que viene a ser lo mismo. En anteriores ocasiones he escrito sobre algunas de sus obras más significativas – tiene muchas – como ‘Todo Paracuellos’ y ’Todo 36-39. Malos tiempos’, su celebrada, y dura por real, tetralogía sobre la Guerra Civil Española. Y hoy me ocuparé de otro de sus trabajos, ‘Los profesionales’, tan extenso e interesante como todos los suyos, pero quizá un poco menos conocido entre el público lector a causa de lo específico de su temática.

‘Los profesionales’, publicado a lo largo del tiempo en cinco volúmenes, ahora recopilados en uno solo por la editorial Random House Mondadori, a los que se añade ‘Rambla arriba, Rambla abajo’, un álbum independiente pero que queda plenamente integrado en la obra,  cuenta la vida de los profesionales del dibujo de historietas, que desarrollan su cometido en una agencia, inventada, denominada ‘Creaciones Ilustradas’, dirigida por un tal Filstrup, nombre de claras reminiscencias tebeísticas. Como en algunas de sus otras obras, nos tropezamos con un trabajo de marcado carácter autobiográfico, aunque Giménez se esfuerza por dejar bien claro que habla de personajes irreales (“los personajes siempre son ficticios”), inspirados en seres humanos auténticos. Aunque también quedan recovecos para la ficción o, al menos, para ficcionar la realidad, independientemente de que las anécdotas contadas sean reales.

‘Creaciones ilustradas’ no es sino un remedo de una agencia en la que Giménez trabajó durante su etapa barcelonesa, entre los años sesenta y ochenta. Los tipos que allí se concitan constituyen un grupo profundamente humano, que desmitifica no poco el rol del dibujante, descendiendo a la realidad más cotidiana para iluminar ese otro lado que desconocemos y que les equipara a las personas que se desempeñan en bancos, colmados, ministerios, tiendas, colegios, hospitales o en la construcción. Y como tales, como seres humanos, viven momentos de tensión, de depresión, de fracaso y frustración, pero también de alegría, de fiesta y, por qué no,  de triunfo. Y lo cierto es que, vistas las condiciones en las que desarrollaron su tarea, obtenemos una clara conclusión: dibujar historietas es una ocupación puramente vocacional. Como artistas  que son dibujan porque les apasiona, sin importarles habitar pensiones de mala muerte o tener lo justo para comer, fumar y poco más. Por supuesto que les gustaría vivir mejor, a quién no, pero se adaptan a todo. De este planteamiento, otra de las cosas que queda clara en los cinco álbumes  es que el oficio de dibujante, al menos en los años en los que se centra la acción, es una ocupación muy mal pagada y los que la ejercen son explotados sin miramientos por sus superiores, aunque aparentemente parezca lo contrario. A veces el dibujo da la fama, pero dinero en raras ocasiones.

Igualmente, ‘Los profesionales’ es un retrato histórico de esa noche larga y triste que comenzó el uno de abril de mil novecientos treinta y nueve y duró casi cuarenta años, a la que siguieron los tiempos de la Transición y del advenimiento de la Democracia. Es también, cómo no, el arte de resistir, de rebelarse y especialmente de sobrevivir, sacándole todo el jugo posible y metiéndole mano a la vida, como diría Joaquín Sabina, aunque no se deje o, al menos, se resista.

Y también es un cuadro, colectivo y antológico, de seres humanos, con un abanico inagotable de tipos singulares muy bien perfilados: el guionista frustrado, el dibujante presumido, el aprendiz recién llegado, el ingenuo, el pajillero, el ligón impenitente, las prostitutas, el impertérrito, el bandarra, el jefe pagado de si mismo, el trabajador incesante, el triunfador, el chuleta, el borde, el editor desalmado, el falsificador de traducciones… Como en nuestra existencia diaria, en el libro encontramos de todo, porque el gremio de los dibujantes es vida y no podía ocurrir lo contrario.

‘Los profesionales’, teniendo como leitmotiv  e  hilo conductor de las historietas a los dibujantes, vive del humor, del absurdo, y del humor absurdo también. ¡Faltaría más! La mayoría de anécdotas narradas alcanza un notable muy alto a juicio del que esto escribe, pero algunas, como ‘El guionista’, que bordea lo kafkiano, son sencillamente excelentes, y otras, como ‘La vaca’, convierten en realidad el sueño imposible de muchos empleados con respecto a sus jefes.



No quisiera terminar sin escribir unas líneas sobre ‘Rambla arriba, Rambla abajo’, el álbum que pone colofón al libro. Como su propio título indica, de la mano de Carlos Giménez paseamos por el escaparate inagotable que eran (y son) las Ramblas barcelonesas, un caudaloso collage de tipos y paisajes, sacudidos por la conmemoración – palomas al viento –  de los XXV años de paz de la Dictadura. La acción se desarrolla en un solo día que parece eterno, pues no termina nunca, de la vida del dibujante Pablo, el sosias de Giménez en viñetas. Independientemente del hilo argumental, los paseos, “amunt i avall”, por el más típico escenario barcelonés, nos encontramos ante una historial coral, un auténtico álbum de álbumes certificado por la cantidad de personajes y microrrelatos que por él pululan. Puede que sea uno de los trabajos del antiguo dibujante de ‘El Papus’ en los que éste demuestra su indudable calidad artística y su enorme capacidad para metamorfosearse, adoptando trazos que no le son propios y resolviendo el reto con sobresaliente. Todas las microhistorias nos atrapan, pero quizá la de la paloma coja, la del enano y el perro, la del abuelo y los enamorados y la de la prostituta y el joven recién desvirgado, dejan en nosotros una profunda huella. La de la paloma, además, tiene ese puntito de crueldad real que volveremos a encontrar en ‘Todo 36-39. Malos tiempos’, a propósito de la historia del gato Sito. Sin duda, ‘Rambla arriba, Rambla abajo’ constituye un broche más que apropiado para cerrar esta recopilación, capaz de impregnar el paladar de lector con un sabor dulce, nostálgico, amargo y también reivindicativo.

En el prólogo del libro, el dibujante Josep Mª Bea afirma que ‘Los profesionales’ es una “interpretación magistral en imágenes realizada por Carlos Giménez de unos hechos lejanos y sumidos en la bruma del pasado, gracias a la cual queda inmortalizado gráficamente uno de los eslabones más peculiares e influyentes en la historia del cómic de nuestro país”. ‘Los profesionales’, en suma, es un libro apropiado para leer durante las próximas navidades, con calma y sosiego. Hacerlo implica dos cosas: por un lado, revisitar el trabajo imprescindible del historietista madrileño y, por otro, recuperar un trozo importantísimo de la memoria gráfica de este país. Por eso me atrevo a sugerir su lectura. Volver a los clásicos de vez en cuando, y Carlos Giménez indudablemente es un clásico, resulta muy recomendable. Y tanto. 

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