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Los curas de la Cosa Nostra

Los manejos mafiosos en el gobierno del cura Fernando Lugo no se alejan de otros antecedentes en la Iglesia Católica
Luis Agüero Wagner
jueves, 10 de noviembre de 2011, 08:04 h (CET)
El encubrimiento por parte de la jerarquía católica paraguaya al los puntos oscuros que llevaba a cuestas el cura Fernando Lugo, apenas si forma parte de una simbiosis de vieja data entre miembros de una institución que siempre ha recibido por parte de la mafia el mismo trato que ésta dispensa a los políticos. Es decir, de hombre a hombre y devolviendo favor por favor.

De acuerdo con el experto en temas italianos de la University College de Londres, John Dickie, la iglesia y la mafia tenían también un trasfondo ideológico común en su odio al socialismo para aliarse a fines del siglo XIX. De aquella época recuerda que un canónigo del poblado siciliano de Corleone escribió a un arzobispo en 1902, pidiéndole que prohibiera a los curas de la localidad llevar pistola “tanto de día como de noche”.

Los curas paraguayos que constituyen el círculo más estrecho del cura Fernando Lugo, encubridores de solicitaciones y envueltos hasta en la mafia del cemento, no guardan mucha distancia de aquellos curas pistoleros de la caballería rusticana siciliana.

Los curas de la cosa nostra y la política

La historia recuerda que cuando se completó la unificación italiana en 1870 con la ocupación de Roma, el papa declaró instrucciones a los fieles de que no tomaran parte activa en la vida política del nuevo país ateo. Sólo hacia finales del siglo XIX los católicos, con la aprobación del clero, volvieron a intervenir en política. Lo que los llevó a la esfera pública fue la necesidad de proteger a su clientela de fieles del credo materialista y subversivo del socialismo.

Un combativo dirigente socialista de Sicilia, Bernardino Verro, denunció hacia 1910 a la “Mafia afiliada a los Católicos” que instalaba en las alcaldías a los personajes más corruptos que se pueda imaginar. Este dirigente de cooperativas siguió su arriegada campaña de denuncias y enfrentamientos con la mafia, hasta que se convirtió él mismo en alcalde de Corleone. Pero el desenlace que él mismo había previsto llegó el 3 de noviembre de 1915.

Mientras subía unas escaleras en una callejuela, fue acribillado por seis balazos disparados desde ángulos distintos. Uno de los sicarios se acercó y se arrodilló sobre su región lumbar, y lo remató de cuatro tiros más en la nuca. Luego le disparó un tiro más en la sien.

Como en todos los casos en que se hacía notar la mano de la mafia, la opinión pública de Sicilia acogió la noticia con apatía. Era obvio que nadie respondería por el asesinato.

Marcinkus
La mafia afiliada a los católicos, por supuesto, no se detuvo y siguió su curso hasta fechas próximas.

Uno de los paradigmas de nuestro tiempo, el cardenal Paul Marcinkus, llegó a arzobispo y presidente del Instituo per le Opere di Religione o Banco Vaticano, desde donde dirigió descomunales operaciones de lavado de dinero entre 1971 y 1989. Sólo se detuvo cuando debió abandonar su cargo a raíz de la quiebra del Banco Ambrosiano.

El principal accionista de dicho banco era el Banco del Vaticano, cuando el Banco de Italia lo obligó a declararse en bancarrota después de descubrirle una evasión fiscal de mil cuatrocientos millones de dólares y de que asesinaran a su vicepresidente Roberto Rosome. Esta bancarrota le costó al Vaticano cuatrocientos seis millones que les tuvo que pagar a acreedores de aquel. Ya en 1974 el siciliano Michele Sindona, banquero de la Cosa Nostra y que le movía dinero a América a Pablo VI para disimular la fortuna de la Iglesia, también había quebrado causándole pérdidas por treinta millones de dólares.
Sindona murió en la cárcel envenenado con cianuro que le espolvorearon en el café. El presidente del Ambrosiano, Roberto Calvi, conocido como “el banquero de Dios”, terminó colgado de un puente de Londres con los bolsillos de su abrigo llenos de cascotes y diez mil dólares en efectivo como viático para el más allá.
La pieza clave de toda la trama, Paul Marcinkus, escapó merced al Pacto de Letrán y con bendición Papal, huyó a Estados Unidos donde se recluyó en un refugio para religiosos católicos de Arizona. Allí murió impune, en febrero de 2006.

El heredero paraguayo
Evidentemente, la condescendiente iglesia católica paraguaya tiene en Lugo a su principal representante en esta galería de violencia, crimen organizado e impunidad.

Aunque la institución conocía de su inconducta y sus vínculos oscuros, guardó un sepulcral silencio cómplice durante el proselitismo que lo llevó a la presidencia. Hoy hablan de promesas incumplidas, pero en tono tan benevolente que se asemeja demasiado a la prensa adicta al gobierno arzobispal.

En el norte del Paraguay, un grupo de ex aliados de Lugo (el EPP) ha instalado una violencia sin precedentes en la zona, acusando al gobierno de haberlos traicionado y de haber torturado y ejecutado a varios de sus miembros con ayuda de represores extranjeros. En las oficinas públicas y los poderes del estado la corrupción siguen rampante, en tanto se consolida el oscuro entorno de Lugo en los principales negociados grosos del gobierno. Bajo el gobierno de Lugo la vendetta de narcotraficantes alcanzaron a los mismos jefes policiales, y las fugas espectaculares con fiestas incluidas se pusieron de moda en el Penal de Pedro Juan Caballero, al más puro estilo del Chapo Guzmán.

Por una casualidad muy casual, un ministro del Interior con apellido siciliano encabeza hoy las fuerzas del orden luguistas, ordenando callar y ocultar todas las pruebas ante cada brote de violencia contra las fuerzas policiales.

Poco margen queda para dudar de que ya lleva tiempo el crimen organizado instalado en el Paraguay, hoy en garras de los mismos curas de la Cosa Nostra.

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