Lo vemos todos los días y así resulta rutinario, aburrido incluso. La fascinación es efímera y no deja huella. Nos olvidamos de lo extraordinario con pasmosa normalidad. En los últimos días Internet nos ha agraciado con al menos tres imágenes o vídeos virales, todos ellos muy patéticos. La primera imagen es la de Muammar Gaddafi muerto, y la de su hijo también. Nada como beberse el café por la mañana ante la foto de un cadáver cubierto de sangre. Gracias, prensa mundial. El hijo de Gaddafi despertó mi imaginación. Su cuerpo semidesnudo, pálido y barbudo, con la boca abierta y los ojos perdidos en el aire me recordó al Che Guevara en Bolivia (esa fotografía) y a los santos pintados por El Greco. De ahí pasé a Facebook, luego a Gmail y Twitter, luego revisé mi blog y otra vez Facebook, y por fin di por comenzada la jornada laboral.
http://www.youtube.com/watch?v=86sAQQQi-lw
Todos somos responsables de esta apabullante falta de sensibilidad. Decimos que el sátrapa se merecía la muerte, pero lo que queremos decir es que nosotros merecíamos ver la imagen de su cadáver. Lo que haga falta para evadirnos de esa gran tragedia que es ser feo y vivir en un mundo hostil. Somos cobardes y carecemos de imaginación y con lo que nos pagan no podemos comprar nada o casi nada. El sufrimiento ajeno consuela, sobre todo si puede ser justificado. Ya lo sabía Nerón: si sube el pan, que echen a un cristiano a las fieras. “Novocaine for the soul”, que dice la canción. Es como si el humanismo que –en teoría– define a la democracia fuera suspendido ante la oportunidad de ser testigos del horror. Lo paradójico del asunto es que las oportunidades se multiplican con la democratización de los medios.
La segunda imagen de la semana es menos icónica, porque no hubo sangre. Se trata de un vídeo difundido por el gobierno peruano en el que dos turistas (peruanos, me parece, por el acento) graban, desde una lancha a motor, el progreso de una tribu sobre la playa. Se trata de un grupo indígena “no contactado”, es decir, una familia extensa que sabe de la existencia del mundo exterior y elige vivir al margen. El contacto significa la muerte, la muerte cultural y con toda probabilidad la muerte física también, ya que estas poblaciones carecen de defensas contra cosas tales como el resfriado común. Seguramente haya cientos de casos similares en el mundo. Sucede que en el Alto Amazonas no hace falta ser “explorador” para conocer de primera mano el mundo “salvaje”. Basta con ser un triste turista, con sus kilos de más y sus vacaciones en lugares exóticos y su obscena frivolidad de voyeur: un tipo que graba esto como si grabara a un gato tocando el piano. De nuevo es pertinente preguntarse qué significa ser “civilizado”.
Somos así desde al menos la aparición de la prensa sensacionalista en el siglo XIX: las andanzas de Jack el Destripador en el East End londinense (con abundantes y jugosas ilustraciones) convirtieron la tragedia y el dolor en entretenimiento de masas. Entonces, quienes disfrutaban de la casquería desde la distancia eran unos cientos de miles. Hoy somos miles de millones. Los tiempos cambian, de acuerdo con el espectacular avance de la tecnología. Una hora en YouTube es una hora perdida picando de la nevera: accidentes, con o sin banda sonora, nano-documentales, reality shows accidentales. Sea lo que sea, es una hora de indolencia y de ebria fabulación. En la foto del cadáver de Gaddafi se veían varias manos sacando instantáneas con sus teléfonos móviles. De ahí, imagino, a Facebook y a esperar a que le “guste” a alguno de sus “amigos”. A los turistas peruanos los indios les disparan una flecha disuasoria. La flecha se hunde sin fuerza en el río, a veinte metros de distancia. La aventura de un gordito en el Amazonas.
Por fin, la tercera imagen es la más terrible. Lo es porque sí y porque todo lo que afecta a niños (y animales, por algún motivo) nos conmueve especialmente. Es el vídeo de una niña china atropellada dos veces sin que ninguno de los testigos se detenga para ayudarla. Una actitud extraña, que en China y en todas partes ha causado consternación. En la selva de Internet uno aprende a no hacer “click” siempre, a pesar de las muchas invitaciones, porque a menudo lo que ve es demasiado traumático. Yo me imaginé cómo sería el video de la niña (ya había visto a un motorista, precisamente chino, ser partido en dos bajo las ruedas de un camión) y elegí no verlo. Hasta ahora, que tengo que comentarlo. Lo visto nunca se olvida por completo, y ya que lo veo y lo comento me hago partícipe de la barbarie.
Y en la era digital está claro que los culpables ya no son ellos, los medios, sino también nosotros, los espectadores. Somos una misma cosa. El vídeo de la niña china inunda YouTube en cientos o miles de canales personales. Uno de los usuarios, al terminar, añade esto: “¿Aún no te sientes enfermo? Haz CLICK aquí para ver a mi hermano vomitar”. Leí también, en cierto periódico digital español, que no este, la obligatoria sarta de comentarios racistas. Sirvan dos ejemplos: “CHINOS de mierda TIRENLES UNA NUCLEAR por no ser civilizados...”; y “todo lo de ellos es malo,barato y ordinario, de mala calidad, sucio, son unos desalmados, asì como matan animales, matan gente sin dàrseles nada”. Canela fina, vaya. No puedo sino pensar que vivimos en una sociedad leída (todo el mundo se pasa todo el tiempo leyendo algo en Internet) y letrada (eso sí, de ortografía creativa), que no deja de ser simple, profundamente subnormal y salvaje.
Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.
La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.
Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.