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En cada ser humano habitan dos personas, la que somos y la que creemos ser

Laberinto de yoísmos

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El problema de es que muchas veces, tal y como señaló Berger, acabamos convirtiéndonos en aquello que representamos o, como mínimo, convenciéndonos tanto del papel que a nuestro yo verdadero lo llamamos El Otro. Y al final todo se transforma en un cuento de Borges con espejos, laberintos y libros de autores que nunca existieron, y a eso le llamamos Mi Realidad.

No dejo de encontrarme con personas que intentan auto convencerse hablando en alto. Una cree que están conversando con nosotros, pero lo que hacen es colmarse de explicaciones sobre quiénes son, el motivo por el cual actúan y el sentido que tiene su vida, que es bastante más complejo que lo que ellos opinan con sus veinte, treinta, cuarenta años. El sentido es un maratón de metas invisibles que sólo uno atina a ver con los ojos vueltos hacia dentro. Están estos, los redichos, que adoctrinan para adoctrinarse, y los que creen que todo en esta vida es una enorme conspiración hilvanada por la Iglesia Católica o el Club Bildenberg. Aunque mi intriga favorita, y créanme que también la tengo oída argumenta sobre la existencia de entidades extraterrestres jugando a confundir fenómeno con noúmeno, que algún remake borgiano de turno podría llamarse ‘La Casa de Asterión en terreno recalificado’, aun cuando Asterión sigue siendo víctima, sólo que gusta de llamarse cazador y verdugo. ¿Por qué estamos tan ciegos en este laberinto de convenciones sociales que creemos que es un camino recto?

“Yo sé por qué actúo de esta manera – dice ella -. Yo soy una mujer resuelta, subvierto roles”. La otra contesta: “Está mal lo que haces, yo sí entiendo de la vida. Yo sí sé cómo funciona el mundo y el mundo es…”. Y entonces entró en la conversación y añado que el mundo es lo que uno quiere que sea; soy yo y mis circunstancias y lo que otros me dicen que deben ser mis circunstancias y lo que otros calificaban como ‘él/ella es…’: malo, bueno, un ser patético o un triunfador, entre lo que yo proyecto y lo que tú proyectas respecto a lo que soy, laberinto de Asterión. Pero, ¿quién soy yo realmente, cuando es el Otro el que decide quién debo ser y yo asiento y digo ‘sí’, y me lo creo?
Hay que buscar siempre un culpable, como manda la convención. Así, yo acuso a nuestro sistema educativo, que no es ni socrático ni humanista, y no nos enseña a pensar y mucho menos a conocernos. Hoy vivimos una adolescencia que se prolonga más allá de la pubertad – que también alargamos, cuarentón con deportivo y luego barrer bajo la alfombra de las orejas-. Y en suma, si la adolescencia es la búsqueda de uno mismo, seguimos construyéndonos siempre, siendo dependientes del yo y del Otro, de los infinitos Otros y sus opiniones, veneno de miedo e inseguridad. ¿No deberíamos dejar de tallar máscaras sin agujeros en los ojos, dejar la peluca que nos cubre de pelos las orejas, y oír los gritos del yo encerrado aun cuando el metalcore de The Judge no deja de atronar?

"...en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío".

El Túnel, Ernesto Sábato

Laberinto de yoísmos

En cada ser humano habitan dos personas, la que somos y la que creemos ser
Beatriz García
lunes, 17 de octubre de 2011, 07:53 h (CET)
El problema de es que muchas veces, tal y como señaló Berger, acabamos convirtiéndonos en aquello que representamos o, como mínimo, convenciéndonos tanto del papel que a nuestro yo verdadero lo llamamos El Otro. Y al final todo se transforma en un cuento de Borges con espejos, laberintos y libros de autores que nunca existieron, y a eso le llamamos Mi Realidad.

No dejo de encontrarme con personas que intentan auto convencerse hablando en alto. Una cree que están conversando con nosotros, pero lo que hacen es colmarse de explicaciones sobre quiénes son, el motivo por el cual actúan y el sentido que tiene su vida, que es bastante más complejo que lo que ellos opinan con sus veinte, treinta, cuarenta años. El sentido es un maratón de metas invisibles que sólo uno atina a ver con los ojos vueltos hacia dentro. Están estos, los redichos, que adoctrinan para adoctrinarse, y los que creen que todo en esta vida es una enorme conspiración hilvanada por la Iglesia Católica o el Club Bildenberg. Aunque mi intriga favorita, y créanme que también la tengo oída argumenta sobre la existencia de entidades extraterrestres jugando a confundir fenómeno con noúmeno, que algún remake borgiano de turno podría llamarse ‘La Casa de Asterión en terreno recalificado’, aun cuando Asterión sigue siendo víctima, sólo que gusta de llamarse cazador y verdugo. ¿Por qué estamos tan ciegos en este laberinto de convenciones sociales que creemos que es un camino recto?

“Yo sé por qué actúo de esta manera – dice ella -. Yo soy una mujer resuelta, subvierto roles”. La otra contesta: “Está mal lo que haces, yo sí entiendo de la vida. Yo sí sé cómo funciona el mundo y el mundo es…”. Y entonces entró en la conversación y añado que el mundo es lo que uno quiere que sea; soy yo y mis circunstancias y lo que otros me dicen que deben ser mis circunstancias y lo que otros calificaban como ‘él/ella es…’: malo, bueno, un ser patético o un triunfador, entre lo que yo proyecto y lo que tú proyectas respecto a lo que soy, laberinto de Asterión. Pero, ¿quién soy yo realmente, cuando es el Otro el que decide quién debo ser y yo asiento y digo ‘sí’, y me lo creo?
Hay que buscar siempre un culpable, como manda la convención. Así, yo acuso a nuestro sistema educativo, que no es ni socrático ni humanista, y no nos enseña a pensar y mucho menos a conocernos. Hoy vivimos una adolescencia que se prolonga más allá de la pubertad – que también alargamos, cuarentón con deportivo y luego barrer bajo la alfombra de las orejas-. Y en suma, si la adolescencia es la búsqueda de uno mismo, seguimos construyéndonos siempre, siendo dependientes del yo y del Otro, de los infinitos Otros y sus opiniones, veneno de miedo e inseguridad. ¿No deberíamos dejar de tallar máscaras sin agujeros en los ojos, dejar la peluca que nos cubre de pelos las orejas, y oír los gritos del yo encerrado aun cuando el metalcore de The Judge no deja de atronar?

"...en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío".

El Túnel, Ernesto Sábato

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