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Qué asco. Paro el coche en el semáforo rojo y ya está el mendigo pidiendo en mi ventanilla. El puerco esmirriado apesta, no sólo a alcohol y a sudor, es ese hedor de quien no se ha lavado en tres meses, que invade el coche, mi nariz y mi garganta. Para vomitar.
─Pañuelos ─dice─. Céntimos, comida.
─¿A qué hora te levantas? ¡Vete a tu país!
Me mira mal. Mete la mano por la ventanilla. Subo rápido el cristal de la ventanilla. No le pillo la mano, porque la saca rápido el muy cobarde.
Bajo el cristal de la ventanilla y grito:
─Debería estar prohibido que vinierais en patera, arriesgando así vuestra vida, con niños y mujeres embarazadas. Si hubiera buenas leyes en el mundo, deberíais ir todos a la cárcel muchos años por ese grave delito.
El mendigo coge una piedra. El semáforo se pone verde. Acelero rápido el coche para que no me alcance la piedra en el cristal de la ventanilla.
Todavía oigo al mendigo gritando a lo lejos, en el semáforo. Ningún policía le detiene ni lo lleva a la cárcel ni nada. Luego la rara soy yo.
En el mundo de la Cultura de las Artes así actúan muchos, sin sustento de base. Anochecía cuando llegó el tren, empero, el tren pudo haber llegado mucho antes. La verdad era que se había retrasado horas y aún no se sabía por qué. Era una conversación frívola, con intercambio de chismes sobre amistades del vecindario.
En su nuevo libro, el reputado economista Juan Torres López los analiza como expresiones de una crisis del capitalismo neoliberal que, ante la desorientación y la impotencia de la izquierda contemporánea, choca con la democracia y alimenta el auge de la extrema derecha.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
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