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Crecimiento sostenible

El miedo es causa del expandido dolor que nace, una vez más, de la ira producto del temor, de la concupiscencia de los sentidos, del apego al deseo de las cosas y de la codicia de reconocimientos efímeros
José Carlos García Fajardo
sábado, 20 de mayo de 2017, 11:33 h (CET)
Con el triunfo de la informática, más aún que con el poder ilimitado de la energía nuclear y de los artefactos destructivos al servicio de los intereses de las potencias por medio de la guerra; con la proximidad y la instantaneidad de la información de lo que sucede en cualquier región del planeta tierra; con la agresión de los medios que nos bombardean con imperativos publicitarios aún en la más íntima estancia de nuestros hogares; con la tiranía del tener sobre la evidencia connatural del ser…

las mujeres y los hombres del planeta, los ancianos y los niños, los sanos y los enfermos, los pobres y aún los que se consideran ricos en bienes materiales, sobrevivimos desarraigados en un ambiente de angustia.

El miedo es causa del expandido dolor que nace, una vez más, de la ira producto del temor, de la concupiscencia de los sentidos, del apego al deseo de las cosas, de la codicia de reconocimientos efímeros y, en definitiva, de la desorientación producida por la pérdida del sentido para un vivir con dignidad, en armonía con todo lo que existe, en solidaridad con todos los demás seres y con una trascendencia nacida de la contemplación, de la auténtica experiencia (no de los experimentos) que se adapta a las leyes internas del universo y nos lleva a la plenitud del ser y de la existencia que es la perfecta felicidad a la que todo ser anhela aún sin saberlo.

Nunca el planeta estuvo en una situación tan próxima a la destrucción del ecosistema, a la extinción de millones de personas y a un cambio de paradigma que podría destrozar todos los logros de la humanidad en lugar de abrirse a nuevos modelos que antepongan lo social a lo estatal, lo humano a la tiranía de la tecnocracia y la felicidad al éxito de un crecimiento descontrolado.

En el mundo en que nos tocó vivir impera la desigualdad injusta entre los estados, entre los pueblos y aún entre los seres humanos. El medio ambiente no puede resistir por largo tiempo la agresión sistemática y continua que nos lleva al exterminio de las especies, de la vida en los ríos y en los mares, de los bosques y de la tierra con una galopante erosión y desertización, con situaciones de pobreza, de hambre, de enfermedades infecciosas, de falta de hogar, de incultura y falta de educación básica para más de mil millones de personas, de desarraigo para decenas de millones de emigrantes, de trabajo inhumano para millones de niños, de explotación de centenares de pueblos del Sur por unas decenas de pueblos del Norte, de muertes atroces por guerras en las que el número de víctimas civiles ya supera con creces al de los combatientes, de segregación y discriminación para centenares de millones de seres humanos en un mundo en el que es posible remediar todas estas plagas porque son producto de la injusticia de los hombres y porque el planeta es capaz de alimentar a sus habitantes con tal de que se actúe con justicia, con sabiduría, con inteligencia y con solidaridad.

Y con sentido común, porque en ello nos va la vida.

Por todo esto, corremos el indudable riesgo de institucionalizar los efectos al silenciar las causas de estas injusticias, de estas discriminaciones y de tanto dolor y marginación de seres humanos con idéntico derecho a una vida digna como cualquier otra persona, ya que somos ciudadanos del mundo convertido en comunidad global y con un destino solidario.

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