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El nuevo Obama de siempre

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Corren tiempos de no escuchar una palabra de ánimo para el Presidente Obama. Desde los momentos en que sus propios partidarios perdían la fe en su campaña presidencial durante el verano de 2007 Obama no se enfrentaba a tanta mala crítica y tanta frustración generalizada e indignación desde su propio bando.

Ahora la censura se consolida a través de las enormes mareas provenientes del exterior en forma de cambios bruscos de signo en las bolsas, paro tenaz y divisiones en el seno de la capital de la nación tan acusadas que hacen que los momentos en torno a la degradación presidencial del Presidente Clinton parezcan una era de buen rollo.

Para los lugartenientes de Obama, su vuelta de la calma estival de 2007 proporciona una moraleja más que aprendida que les alienta a ignorar las críticas externas y transitar con total confianza en los poderes de recuperación casi mágicos de su superior.

Los incondicionales del presidente aún tienen fe y todavía les encanta criticar las narrativas mediáticas que ellos piensan que le subestiman. Pero en esta ocasión, tanto él como ellos manifiestan un nivel de frustración que podría ser lo más salubre acaecido a Obama en el que por lo demás es un momento triste de su presidencia. Un círculo de íntimos de la Casa Blanca que a menudo se muestra demasiado seguro de sí mismo es totalmente consciente del enfrentamiento feroz al que se enfrenta Obama y la gravedad de los problemas que encara. Su tónica y anteriores experiencias sugieren que está a punto de reaparecer el nuevo Obama -- o, en muchos sentidos, el viejo Obama de 2008.

El principal factor es la desaparición de la amenaza de impago de la deuda soberana. No se lleve a error: la administración estuvo realmente paralizada porque los conservadores del Congreso realmente hubieran empujado al país al enfrentamiento del techo de la deuda. Los líderes Republicanos podrían haberse dado cuenta de los peligros en juego, pero Obama temía que de haber calculado mal, los legisladores Republicanos pudieran no reunir una mayoría para evitar que sucediera lo peor.

Los ayudantes de Obama afirman entender la indignación de la izquierda por la irresponsabilidad de los Republicanos en el uso de la amenaza de impago para mejorar su propia posición negociadora. Pero mientras que los progresistas querían que la Casa Blanca levantara el farol de la derecha, Obama insistió en que no era un riesgo que un presidente pudiera asumir. Optó por salir de la tesitura con el mejor acuerdo malo que pudo obtener, suponiendo poder arrancar el arma letal del techo de la deuda de manos Republicanas.

Habiéndolo hecho, la Casa Blanca suena ahora liberada. Hasta la clausura del estado por falta de liquidez hubiera sido un día de picnic en comparación con el apocalipsis económico que el impago habría desatado. Obama cuenta con un margen de maniobra y de acción que antes no tenía.

Luego está el propio carácter de Obama. Es tan alérgico a los conflictos como competitivo. Por una parte, está seguro de su viejo discurso que anuncia que no hay ni una América conservadora ni una América de izquierdas, y confía en su propia capacidad de unir a izquierda y derecha -- supuesto imprudente, teniendo en cuenta la naturaleza del Partido Republicano actual.

Permitir a esta parte de sí mismo una manifestación mucho mayor de lo recomendable es lo que ha desatado todos los recientes comentarios que le describen como alguien débil e indeciso. Pero ningún ser humano cuerdo (y la cordura sigue siendo el distintivo de Obama) puede simular ya que los Republicanos actuales siguen siendo el partido de Bob Dole o de Baker Howard. La prueba llegaba en el debate presidencial Republicano de la pasada semana cuando cada candidato sobre la tarima levantaba una mano para declarar inaceptable hasta el acuerdo del déficit que implicase 10 veces más recortes del gasto público que subidas tributarias. Esto brinda una nueva definición práctica del extremismo: cuando una pureza del 90,9091 no basta.

Obama sabe que está llegando al final de la negociación. Ahora tiene que ganar. Esto saca su lado competitivo. Las normas de unos comicios son comparables a las de los encuentros deportivos que tanto gustan a Obama. Se espera de los candidatos que sean duros, que vayan a por sus rivales, que se esfuercen y que decanten el equilibrio en su favor. Si usted duda de que Obama pueda hacer esto, pregunte a Hillary Clinton o a John McCain.

El discurso del presidente el pasado jueves en Holland, Mich., fue la primera señal de que el Obama competitivo vuelve a salir a la luz. Su objetivo, como el de Harry Truman en 1948, fue el Congreso Republicano que obstaculiza sistemáticamente cualquier medida legislativa. Condenó "la negativa de cierta gente del Congreso a anteponer el país al partido" y animaba a "empezar a tramitar proyectos de ley que todos sabemos van a ayudar a nuestra economía ahora mismo".

Con Obama, siempre está presente el peligro de una recaída en el estilo pasivo abierto a negociaciones. El Obama combativo ha aparecido brevemente con anterioridad, sólo para volver a hibernar. Esta vez las pruebas sugieren que seguirá con él -- y que, realmente, no le queda otra.

El nuevo Obama de siempre

E. J. Dionne
miércoles, 24 de agosto de 2011, 06:47 h (CET)
Corren tiempos de no escuchar una palabra de ánimo para el Presidente Obama. Desde los momentos en que sus propios partidarios perdían la fe en su campaña presidencial durante el verano de 2007 Obama no se enfrentaba a tanta mala crítica y tanta frustración generalizada e indignación desde su propio bando.

Ahora la censura se consolida a través de las enormes mareas provenientes del exterior en forma de cambios bruscos de signo en las bolsas, paro tenaz y divisiones en el seno de la capital de la nación tan acusadas que hacen que los momentos en torno a la degradación presidencial del Presidente Clinton parezcan una era de buen rollo.

Para los lugartenientes de Obama, su vuelta de la calma estival de 2007 proporciona una moraleja más que aprendida que les alienta a ignorar las críticas externas y transitar con total confianza en los poderes de recuperación casi mágicos de su superior.

Los incondicionales del presidente aún tienen fe y todavía les encanta criticar las narrativas mediáticas que ellos piensan que le subestiman. Pero en esta ocasión, tanto él como ellos manifiestan un nivel de frustración que podría ser lo más salubre acaecido a Obama en el que por lo demás es un momento triste de su presidencia. Un círculo de íntimos de la Casa Blanca que a menudo se muestra demasiado seguro de sí mismo es totalmente consciente del enfrentamiento feroz al que se enfrenta Obama y la gravedad de los problemas que encara. Su tónica y anteriores experiencias sugieren que está a punto de reaparecer el nuevo Obama -- o, en muchos sentidos, el viejo Obama de 2008.

El principal factor es la desaparición de la amenaza de impago de la deuda soberana. No se lleve a error: la administración estuvo realmente paralizada porque los conservadores del Congreso realmente hubieran empujado al país al enfrentamiento del techo de la deuda. Los líderes Republicanos podrían haberse dado cuenta de los peligros en juego, pero Obama temía que de haber calculado mal, los legisladores Republicanos pudieran no reunir una mayoría para evitar que sucediera lo peor.

Los ayudantes de Obama afirman entender la indignación de la izquierda por la irresponsabilidad de los Republicanos en el uso de la amenaza de impago para mejorar su propia posición negociadora. Pero mientras que los progresistas querían que la Casa Blanca levantara el farol de la derecha, Obama insistió en que no era un riesgo que un presidente pudiera asumir. Optó por salir de la tesitura con el mejor acuerdo malo que pudo obtener, suponiendo poder arrancar el arma letal del techo de la deuda de manos Republicanas.

Habiéndolo hecho, la Casa Blanca suena ahora liberada. Hasta la clausura del estado por falta de liquidez hubiera sido un día de picnic en comparación con el apocalipsis económico que el impago habría desatado. Obama cuenta con un margen de maniobra y de acción que antes no tenía.

Luego está el propio carácter de Obama. Es tan alérgico a los conflictos como competitivo. Por una parte, está seguro de su viejo discurso que anuncia que no hay ni una América conservadora ni una América de izquierdas, y confía en su propia capacidad de unir a izquierda y derecha -- supuesto imprudente, teniendo en cuenta la naturaleza del Partido Republicano actual.

Permitir a esta parte de sí mismo una manifestación mucho mayor de lo recomendable es lo que ha desatado todos los recientes comentarios que le describen como alguien débil e indeciso. Pero ningún ser humano cuerdo (y la cordura sigue siendo el distintivo de Obama) puede simular ya que los Republicanos actuales siguen siendo el partido de Bob Dole o de Baker Howard. La prueba llegaba en el debate presidencial Republicano de la pasada semana cuando cada candidato sobre la tarima levantaba una mano para declarar inaceptable hasta el acuerdo del déficit que implicase 10 veces más recortes del gasto público que subidas tributarias. Esto brinda una nueva definición práctica del extremismo: cuando una pureza del 90,9091 no basta.

Obama sabe que está llegando al final de la negociación. Ahora tiene que ganar. Esto saca su lado competitivo. Las normas de unos comicios son comparables a las de los encuentros deportivos que tanto gustan a Obama. Se espera de los candidatos que sean duros, que vayan a por sus rivales, que se esfuercen y que decanten el equilibrio en su favor. Si usted duda de que Obama pueda hacer esto, pregunte a Hillary Clinton o a John McCain.

El discurso del presidente el pasado jueves en Holland, Mich., fue la primera señal de que el Obama competitivo vuelve a salir a la luz. Su objetivo, como el de Harry Truman en 1948, fue el Congreso Republicano que obstaculiza sistemáticamente cualquier medida legislativa. Condenó "la negativa de cierta gente del Congreso a anteponer el país al partido" y animaba a "empezar a tramitar proyectos de ley que todos sabemos van a ayudar a nuestra economía ahora mismo".

Con Obama, siempre está presente el peligro de una recaída en el estilo pasivo abierto a negociaciones. El Obama combativo ha aparecido brevemente con anterioridad, sólo para volver a hibernar. Esta vez las pruebas sugieren que seguirá con él -- y que, realmente, no le queda otra.

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