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Cada mañana la vida en las aulas aglutina personas, convierte habitáculos en confortables
espacios, ilusiona rostros, miradas, cuerpos y ¿por qué no?... hasta almas, aviva y/o acorta
curiosidades, destruye y/o incrementa deseos, motivaciones, sueños incluso alas. Cada mañana se
conjugan funciones para comprender donde estamos y recibir la herencia cultural, la reproducción
social, y la función innovadora que (nos) ayuda a transformar la realidad existente. Cohabitan fuera
y dentro de la vida de las aulas. También está el poder de sanción o sanación de las propias palabras
que pululan en las aulas. No dejemos de reconocerlo o recordarlo así como el poder jerárquico y el
sistema de valores que inundan las (in)visibilidades.
Caer en el discurso catastrofista nos limita a crear espacios y tiempos donde palabras como
imaginación, creatividad y originalidad dejan de volar. <
Quiero aquí invitar a la reflexión sobre las interpretaciones que hacemos sobre la esfera de la
educación. Recordar la importancia de esos pensamientos, palabras o juicios que podamos emitir
sobre (las y los) docentes de hijas, hijos, sobrinas, sobrinos, conocidos o simplemente los
comentados a nivel general acerca de la profesión. Si tenemos una comprensión distinta de la
escuela quizá la innovación educativa (y no solamente metodológica sino a nivel filosófico que
engloba todos los ámbitos) proporcione espacios y tiempos más relevantes en nuestra comunidad.
Cada persona participamos en esta construcción.
¿Qué valor concedemos a las maestras y maestros? ¿Cómo vemos la escuela? ¿Qué pensamos y
decimos sobre ella? ¿Existe o no un desprestigio generalizado al estudiar Magisterio y desempeñar
la labor? ¿Qué entendemos por hacer política dentro de las aulas? No se les olvide que hoy están
leyendo estas líneas, probablemente, gracias a la perseverancia, paciencia, cariño y amor a la
profesión de una maestra o un maestro. Gracias Doña María por enseñarme(nos) el amor a la
sabiduría, ese que volaba por su aula. ¿Recordáis qué volaba en las vuestras?
No voy a matarme mucho con este artículo. La opinión de mi madre Fisioterapeuta, mi hermana Realizadora de Tv y mía junto a la de otras aportaciones, me basta. Mi madre lo tiene claro, la carne le huele a podrido. No puede ni verla. Sólo desea ver cuerpos de animales poblados de almas. Mi hermana no puede comerla porque sería como comerse uno de sus gatos. Y a mí me alteraría los niveles de la sangre, me sentiría más pesada y con mayor malestar general.
En medio de la vorágine de la vida moderna, donde la juventud parece ser el estándar de valor y el ascensor hacia el futuro, a menudo olvidamos el invaluable tesoro que representan nuestros ancianos. Son como pozos de sabiduría, con profundas raíces que se extienden hasta los cimientos mismos de nuestra existencia. Sin embargo, en muchas ocasiones, son tratados como meros objetos de contemplación, relegados al olvido y abandonados a su suerte.
Al conocer la oferta a un anciano señor de escasos recursos, que se ganaba su sobrevivencia recolectando botellas de comprarle su perro, éste lo negó, por mucho que las ofertas se superaron de 10 hasta 150 dólares, bajo la razón: "Ni lo vendo, ni lo cambio. El me ama y me es fiel. Su dinero, lo tiene cualquiera, y se pierde como el agua que corre. El cariño de este perrito es insustituible; su cariño y fidelidad es hermoso".
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