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Decía Aristóteles que el hombre es un animal social por naturaleza, pero hay quien piensa, como yo, que más que social es apelotonadizo

15M: La generación Bruce Willis

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Sobre todo si se trata de españoles menores de treinta y cinco años. Permitidme que me presente. Mi nombre es Gonzalo, tengo 33 veranos y desde hace apenas un mes resido en Reykiavik, Islandia, en parte para olvidar de donde vengo.

Desde muy pequeño, y a pesar de proceder de una familia bastante progre, he sentido una gran aversión por las protestas masivas, la política, y el gregarismo cerril a golpe de megáfono. Considero que las manifestaciones son una gran menstruación exhibicionista de egos acomplejados donde la gente diluye alegremente su identidad individual, bajo cualquier pretexto, para decir y hacer cosas que en solitario jamás harían o dirían. Por eso también me parecen algo cobarde. Pero incluso dentro de estos baremos hay protestas y protestas. Y la del 15M tal vez sea la protesta más vergonzante con la que me he topado nunca.

En primer lugar, porque es un movimiento que se las da de revolucionario pero insta a sus seguidores a reclamar más de lo que les ha llevado a esa situación: en este caso, democracia. Y además real y además ya. En segundo lugar, porque en el mismo epicentro del alzamiento popular pueden atisbarse casi desde el principio las semillas de aquello contra lo que luchan: que si asambleas populares carpetovetónicas, que si guerras intestinas y partidistas por el poder, que si consignas de actuación ante mil y una contingencias, que si más preocupación por la forma que por el contenido, que si anteposición de los propios intereses ante los intereses de los demás… Vamos, que a efectos prácticos, los integrantes del 15M se comportan del mismo modo que los partidos de toda la vida, de los que tan hartos están. En tercer lugar, no se sostiene por ningún lado que si el sistema ha llegado a límites intolerables de putrefacción, que lo ha hecho, un movimiento de gente indignada por ello lo refuerze participando activamente en él ya sea promoviendo el voto a partidos minoritarios, nulo, en blanco o la abstención, ya sea promoviendo la resistencia pacífica y pasiva, pues, en última instancia, eso es asumir las reglas del juego y legitimarlas.

Unos verdaderos revolucionarios jamás acamparían en un guetto donde las autoridades pueden monitorizar todos sus movimientos y tenerlos controlados. Eso sería como si los judíos del guetto de Varsovia entraran en el recinto por su propia voluntad para protestar por la opresión nazi. O incluso peor: que lo construyeran. Los indignados, de pic-nic allí en sus plazas, solo son el hazmerreír de los políticos, pues, mientras pancarta en mano, se regodean en su propia autocomplacencia creyéndose los adalides heroicos de un cambio social inexistente, los mandamases se parten de risa desporrondingados bien a gusto en sus casas y despachos.

Para que realmente exista esa revolución "a la islandesa" (lo entrecomillo porque en Islandia ya saben y aceptan que no han conseguido nada. Y no hablo de boquilla) hay que molestar. Pero no molestar yendo de camping buenrollista a lo cumbayá, sino molestar utilizando valientemente las armas de las que se dispone en lugar de lamentarse y esperar a que llueva. Los políticos tienen el poder. Los indignados, supuestamente, el conocimiento, la fuerza, la juventud y la tecnología. Lo ideal sería una revolución otaku en la que en lugar de tanto hacinamiento y pancarteo los protorrevolucionarios demostraran, liándola parda desde casa, que realmente merecen destronar a ese antiguo régimen de burócratas estultos venidos a más porque son más listos que ellos. Lo único que han conseguido hasta ahora es que España entera sea monocolor, que me parece a mí que no era lo que pretendían.

Para que una revolución triunfe hay que aprovechar las fortalezas del enemigo, como en el Haikido, para atacarle usando su propio poder. Y estos indignados, en lugar de eso, se limitan a hacer ostentación de su debilidad y a situarse, con ello, por debajo de quienes denuncian. En resumen, si los políticos son realmente unos corruptos y unos ineptos debería ser muy fácil echarlos de su peana. Y si está siendo tan difícil, será que algunos autoproclamados agentes del cambio social no son tan listos como se creen.

España siempre ha sido un país de cobardes, y eso nunca cambiará. Muchos otros países han tenido que tirarse por la ventana primero para que a alguien se le iluminara la bombillita también por aquí y saltara detrás de ellos como un perrillo con la lengua fuera. Eso sí, luego todo el mundo a apuntarse a la fiesta de la revolución con el mismo espíritu lúdicofestivo con el que asistirían a un concierto del Primavera Sound o a una rave en los Monegros. Así somos los jóvenes españoles, una generación muerta desde su propio nacimiento que sueña con llenar su vacío con utopías huecas, tardías, esteriles, plagiarias, ingénuas y muy soft-core con tal de sentirse viva por un día. O mejor dicho, con tal de creer que está viva por un día, ya que, a la postre, igual que Bruce Willis en el Sexto Sentido, descubriremos que en realidad estamos muertos y que ya no hay vuelta atrás. Parece mentira que nadie haya aprendido nada de mayo del 68. Tal y como está el sistema educativo, la verdad es que no me extraña en absoluto.

15M: La generación Bruce Willis

Decía Aristóteles que el hombre es un animal social por naturaleza, pero hay quien piensa, como yo, que más que social es apelotonadizo
Gonzalo G. Velasco
viernes, 3 de junio de 2011, 07:17 h (CET)
Sobre todo si se trata de españoles menores de treinta y cinco años. Permitidme que me presente. Mi nombre es Gonzalo, tengo 33 veranos y desde hace apenas un mes resido en Reykiavik, Islandia, en parte para olvidar de donde vengo.

Desde muy pequeño, y a pesar de proceder de una familia bastante progre, he sentido una gran aversión por las protestas masivas, la política, y el gregarismo cerril a golpe de megáfono. Considero que las manifestaciones son una gran menstruación exhibicionista de egos acomplejados donde la gente diluye alegremente su identidad individual, bajo cualquier pretexto, para decir y hacer cosas que en solitario jamás harían o dirían. Por eso también me parecen algo cobarde. Pero incluso dentro de estos baremos hay protestas y protestas. Y la del 15M tal vez sea la protesta más vergonzante con la que me he topado nunca.

En primer lugar, porque es un movimiento que se las da de revolucionario pero insta a sus seguidores a reclamar más de lo que les ha llevado a esa situación: en este caso, democracia. Y además real y además ya. En segundo lugar, porque en el mismo epicentro del alzamiento popular pueden atisbarse casi desde el principio las semillas de aquello contra lo que luchan: que si asambleas populares carpetovetónicas, que si guerras intestinas y partidistas por el poder, que si consignas de actuación ante mil y una contingencias, que si más preocupación por la forma que por el contenido, que si anteposición de los propios intereses ante los intereses de los demás… Vamos, que a efectos prácticos, los integrantes del 15M se comportan del mismo modo que los partidos de toda la vida, de los que tan hartos están. En tercer lugar, no se sostiene por ningún lado que si el sistema ha llegado a límites intolerables de putrefacción, que lo ha hecho, un movimiento de gente indignada por ello lo refuerze participando activamente en él ya sea promoviendo el voto a partidos minoritarios, nulo, en blanco o la abstención, ya sea promoviendo la resistencia pacífica y pasiva, pues, en última instancia, eso es asumir las reglas del juego y legitimarlas.

Unos verdaderos revolucionarios jamás acamparían en un guetto donde las autoridades pueden monitorizar todos sus movimientos y tenerlos controlados. Eso sería como si los judíos del guetto de Varsovia entraran en el recinto por su propia voluntad para protestar por la opresión nazi. O incluso peor: que lo construyeran. Los indignados, de pic-nic allí en sus plazas, solo son el hazmerreír de los políticos, pues, mientras pancarta en mano, se regodean en su propia autocomplacencia creyéndose los adalides heroicos de un cambio social inexistente, los mandamases se parten de risa desporrondingados bien a gusto en sus casas y despachos.

Para que realmente exista esa revolución "a la islandesa" (lo entrecomillo porque en Islandia ya saben y aceptan que no han conseguido nada. Y no hablo de boquilla) hay que molestar. Pero no molestar yendo de camping buenrollista a lo cumbayá, sino molestar utilizando valientemente las armas de las que se dispone en lugar de lamentarse y esperar a que llueva. Los políticos tienen el poder. Los indignados, supuestamente, el conocimiento, la fuerza, la juventud y la tecnología. Lo ideal sería una revolución otaku en la que en lugar de tanto hacinamiento y pancarteo los protorrevolucionarios demostraran, liándola parda desde casa, que realmente merecen destronar a ese antiguo régimen de burócratas estultos venidos a más porque son más listos que ellos. Lo único que han conseguido hasta ahora es que España entera sea monocolor, que me parece a mí que no era lo que pretendían.

Para que una revolución triunfe hay que aprovechar las fortalezas del enemigo, como en el Haikido, para atacarle usando su propio poder. Y estos indignados, en lugar de eso, se limitan a hacer ostentación de su debilidad y a situarse, con ello, por debajo de quienes denuncian. En resumen, si los políticos son realmente unos corruptos y unos ineptos debería ser muy fácil echarlos de su peana. Y si está siendo tan difícil, será que algunos autoproclamados agentes del cambio social no son tan listos como se creen.

España siempre ha sido un país de cobardes, y eso nunca cambiará. Muchos otros países han tenido que tirarse por la ventana primero para que a alguien se le iluminara la bombillita también por aquí y saltara detrás de ellos como un perrillo con la lengua fuera. Eso sí, luego todo el mundo a apuntarse a la fiesta de la revolución con el mismo espíritu lúdicofestivo con el que asistirían a un concierto del Primavera Sound o a una rave en los Monegros. Así somos los jóvenes españoles, una generación muerta desde su propio nacimiento que sueña con llenar su vacío con utopías huecas, tardías, esteriles, plagiarias, ingénuas y muy soft-core con tal de sentirse viva por un día. O mejor dicho, con tal de creer que está viva por un día, ya que, a la postre, igual que Bruce Willis en el Sexto Sentido, descubriremos que en realidad estamos muertos y que ya no hay vuelta atrás. Parece mentira que nadie haya aprendido nada de mayo del 68. Tal y como está el sistema educativo, la verdad es que no me extraña en absoluto.

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