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La duda es el único camino para aprender y mejorar

Dudar

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Siempre he desconfiado de las personas que no dudan. La duda, al contrario de lo que puede parecer, es un indicativo de salud mental y el único camino para aprender y mejorar. Suele presentarse como una virtud el hecho de tener unas convicciones firmes, permanentes, inmutables; sin embargo, la persona que no duda de sus propias creencias significa que no contempla que en ellas pueda existir un posible error, y eso es peligroso. Es peligroso porque no deja espacio para el perfeccionamiento. Si uno considera que está en posesión de la verdad no escuchará otras opiniones ni tratará de buscar otras opciones. Y, en el peor de los casos, se sentirá justificado para tratar de imponer lo que él cree que es el bien absoluto.

Las filosofías orientales tienden a considerar la duda como la base de todo conocimiento. Del mismo modo, grandes filósofos de Occidente como Aristóteles o Descartes la han considerado la mayor prueba de sabiduría, frente a la necedad de aquellos que parecen tener respuesta para todo.

Al igual que he dicho que consideraba la duda como un síntoma de salud mental, la duda continua y total conduce a la desorientación y al absurdo. No es posible dudar de todo, pues, como decía Jaime Balmes, “dudar de todo es carecer de lo más preciso de la razón humana, el sentido común”. No es posible el escepticismo total, pues el mero hecho de vivir genera y necesita evidencias. Por ello han sido muchos los filósofos que a lo largo de la historia han buscado una certeza última. El ejemplo que se suele citar con más asiduidad es Descartes y su “cogito ergo sum”.

Uno de los campos en los que la duda cumple una función esencial, preservadora frente a radicalismos, es el de la política. Las ideologías, conjuntos de ideas más o menos coherentes entre sí, se sustentan precisamente en el intento de erradicar las dudas, de buscar unas premisas para la correcta organización de la sociedad. Son un intento de ofrecer una respuesta lo más completa posible a cada uno de los problemas a los que se enfrenta el hombre como animal social. Esto provoca que muchas veces las ideologías incurran en contradicciones que se justifican de forma irracional por aquellos que las suscriben. Y aquí es donde juega un papel fundamental la duda.

La duda es antídoto contra la prepotencia de todos aquellos que, creyendo estar en posesión de la verdad absoluta, tratan de imponer sus ideas a los demás o se muestran inflexibles frente a las opiniones del resto. Y es que no dudar es peligroso, porque el que no duda no contempla frenos a sus ideas y puede creerse justificado para aplicarlas a cualquier precio, puesto que siempre encontrará fácilmente una razón para ello.

No se trata de no creer en nada, sino de cuestionarnos periódicamente aquello en lo que creemos, porque sólo así podremos descubrir nuestros errores. El conocimiento necesita que existan pequeños espacios abiertos en nuestra razón por los que entre la luz, para que así salgan a la vista los fallos. No hace falta que nos volvamos locos ni que pongamos patas arriba todas nuestras convicciones, pero sí que es necesario que seamos conscientes de que la duda es el vehículo del conocimiento.

Dudar

La duda es el único camino para aprender y mejorar
Guillermo Valiente Rosell
viernes, 7 de abril de 2017, 00:01 h (CET)
Siempre he desconfiado de las personas que no dudan. La duda, al contrario de lo que puede parecer, es un indicativo de salud mental y el único camino para aprender y mejorar. Suele presentarse como una virtud el hecho de tener unas convicciones firmes, permanentes, inmutables; sin embargo, la persona que no duda de sus propias creencias significa que no contempla que en ellas pueda existir un posible error, y eso es peligroso. Es peligroso porque no deja espacio para el perfeccionamiento. Si uno considera que está en posesión de la verdad no escuchará otras opiniones ni tratará de buscar otras opciones. Y, en el peor de los casos, se sentirá justificado para tratar de imponer lo que él cree que es el bien absoluto.

Las filosofías orientales tienden a considerar la duda como la base de todo conocimiento. Del mismo modo, grandes filósofos de Occidente como Aristóteles o Descartes la han considerado la mayor prueba de sabiduría, frente a la necedad de aquellos que parecen tener respuesta para todo.

Al igual que he dicho que consideraba la duda como un síntoma de salud mental, la duda continua y total conduce a la desorientación y al absurdo. No es posible dudar de todo, pues, como decía Jaime Balmes, “dudar de todo es carecer de lo más preciso de la razón humana, el sentido común”. No es posible el escepticismo total, pues el mero hecho de vivir genera y necesita evidencias. Por ello han sido muchos los filósofos que a lo largo de la historia han buscado una certeza última. El ejemplo que se suele citar con más asiduidad es Descartes y su “cogito ergo sum”.

Uno de los campos en los que la duda cumple una función esencial, preservadora frente a radicalismos, es el de la política. Las ideologías, conjuntos de ideas más o menos coherentes entre sí, se sustentan precisamente en el intento de erradicar las dudas, de buscar unas premisas para la correcta organización de la sociedad. Son un intento de ofrecer una respuesta lo más completa posible a cada uno de los problemas a los que se enfrenta el hombre como animal social. Esto provoca que muchas veces las ideologías incurran en contradicciones que se justifican de forma irracional por aquellos que las suscriben. Y aquí es donde juega un papel fundamental la duda.

La duda es antídoto contra la prepotencia de todos aquellos que, creyendo estar en posesión de la verdad absoluta, tratan de imponer sus ideas a los demás o se muestran inflexibles frente a las opiniones del resto. Y es que no dudar es peligroso, porque el que no duda no contempla frenos a sus ideas y puede creerse justificado para aplicarlas a cualquier precio, puesto que siempre encontrará fácilmente una razón para ello.

No se trata de no creer en nada, sino de cuestionarnos periódicamente aquello en lo que creemos, porque sólo así podremos descubrir nuestros errores. El conocimiento necesita que existan pequeños espacios abiertos en nuestra razón por los que entre la luz, para que así salgan a la vista los fallos. No hace falta que nos volvamos locos ni que pongamos patas arriba todas nuestras convicciones, pero sí que es necesario que seamos conscientes de que la duda es el vehículo del conocimiento.

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