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Domingo Delgado

La dialéctica política de la 'guerra justa'

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Bien les valdría a los políticos españoles aprender de la historia y la pragmática que presentan sus homólogos de otros países en lo que a cuestiones de Estado se refiere. Pues no todo vale para la disputa política, y todo lo que se refiere a seguridad interior y exterior del Estado no puede ni debe ser objeto de diatriba para el rédito electoral a corto plazo, pues eso no es sino un ejercicio desleal e irresponsable de la política.

Traigo el anterior comentario a referencia de la anunciada intervención militar española en la crisis Libia, en el marco de un mandato de Naciones Unidas, en que probablemente será interpretado por la oposición como una contradicción del gobierno socialista –que probablemente no esté exento de razón, pero no es el momento de sacarlo a relucir, precisamente por “cuestiones de Estado”-; como no lo fue tampoco, la algarada que en su día montaron los socialistas al gobierno de Aznar por la intervención en la Guerra de Irak –pese a que pudiera haber razones objetivas para ello-, pero cuando un país aborda una decisión de este tipo, ante el exterior ha de actuar con unidad, por el bien, la responsabilidad y el prestigio internacional del propio país.

Ciertamente, entonces como ahora, se articulará la fórmula de “intervención humanitaria” –que dada la lentitud con que la ONU ha tomado la decisión, fruto de intereses particulares de terceros países, puede que sea poco eficaz en el orden humanitario, pues el sátrapa libio ha acelerado las operaciones militares para arrasar la insurrección-.

La experiencia y la responsabilidad política deberían de ser suficiente para que gobierno y oposición dejaran de hacer política de desgaste con temas de esta naturaleza, o análogos, como los de terrorismo. Pues podemos recordar que tanto Felipe González, en su día tuvo que pechar con la I Guerra del Golfo, Aznar con la II Guerra del Golfo, y ahora Zapatero con la Intervención militar en Libia, ya que la razón de Estado, derivada de las obligaciones internacionales que se tienen que asumir entre los aliados, genera este tipo de decisiones políticas comprometidas. Y ello sin contar las numerosas “misiones de paz” de nuestro ejército en el extranjero, para mediar en conflictos armados, que incluso nos han generado víctimas propias. Pero, ya se sabe que “nobleza obliga”…

Ello no obstante, habría que analizar sobre la tradicional calificación de “guerra justa”, que suele adornarse de “intervención humanitaria”, pues ya desde las tesis del tradicional “derecho de gentes” sobre la guerra justa de los teólogos españoles Francisco Vitoria, Domingo de Soto, Luís de Molina, o Francisco Suárez, hay toda una tesis sobre la legitimación del uso de la fuerza, conocida como la “guerra justa” que podrían legitimar éticamente esta intervención, sin perjuicio de añadir los fundamentos jurídicos con el amparo del Derecho Internacional, al haber sido aprobada por la ONU ante un atropello de la ciudadanía con los ataques militares a objetivos civiles que el régimen de Gadafi no ha dudado en desencadenar, para cortar de raíz todo tipo de insurrección contra él y su peculiar sistema dictatorial de gobierno.

Además Gadafi desde que llegó al poder instauró una dictadura personal, incialmente vinculada al bloque de influencia socialista panarabista, que no dudó en dar cabida a terroristas, e incluso se cernió sobre él la sospecha del atentado de de Lokerbie en Escocia, en que dos miembros de la inteligencia libia fueron acusados de haber llevado a cabo el derribo del avión de la PAM, además de albergar en su territorio a la OLP en la época de activismo terrorista de este movimiento, que le generó el bombardeo del país como castigo por ello, y que le conllevó la consideración de “sátrapa internacional”. Ello no obstante, tras este castigo, y desaparecido el bloque soviético, Gadafi supo adaptarse a la situación, al tiempo que se fue desarrollando su posición de productor petrolífero, volviendo a ser acogido internacionalmente, con las naturales reservas que generaban su régimen y su persona.

Aunque aquí, como también ocurrió en los otros conflictos, también se tensiona la unidad de acción de la UE, pues no hay una posición única, ya que frente a la decisiva acción de Francia, acompañada por el apoyo británico y estadounidense, y el entusiasmo español, y el arrastre final de los italianos hacia la determinación militar, nos encontramos con las reticencias alemana y polaca, que asumen las posiciones próximas turca y rusa de no intervención en Libia. Hecho que pone de manifiesto que la UE, está aún muy lejos de sus objetivos de mostrarse como una Confederación de Estados con una política exterior común, lo que debilita su posición, y la reafirma una vez más como un “entente mercantil” y de intereses políticos.

En cualquier caso, asistimos una vez más a una intervención militar, so pretexto de razones humanitarias, que previsiblemente pondrá fin a un régimen dictatorial, personalista e histriónico, pero albergamos serias dudas de la efectiva renovación a un régimen democrático de corte occidental y justo, dada cuenta la experiencia en este tipo de acciones, que muchas veces se tornan interminables.

La dialéctica política de la 'guerra justa'

Domingo Delgado
Domingo Delgado
martes, 22 de marzo de 2011, 07:54 h (CET)
Bien les valdría a los políticos españoles aprender de la historia y la pragmática que presentan sus homólogos de otros países en lo que a cuestiones de Estado se refiere. Pues no todo vale para la disputa política, y todo lo que se refiere a seguridad interior y exterior del Estado no puede ni debe ser objeto de diatriba para el rédito electoral a corto plazo, pues eso no es sino un ejercicio desleal e irresponsable de la política.

Traigo el anterior comentario a referencia de la anunciada intervención militar española en la crisis Libia, en el marco de un mandato de Naciones Unidas, en que probablemente será interpretado por la oposición como una contradicción del gobierno socialista –que probablemente no esté exento de razón, pero no es el momento de sacarlo a relucir, precisamente por “cuestiones de Estado”-; como no lo fue tampoco, la algarada que en su día montaron los socialistas al gobierno de Aznar por la intervención en la Guerra de Irak –pese a que pudiera haber razones objetivas para ello-, pero cuando un país aborda una decisión de este tipo, ante el exterior ha de actuar con unidad, por el bien, la responsabilidad y el prestigio internacional del propio país.

Ciertamente, entonces como ahora, se articulará la fórmula de “intervención humanitaria” –que dada la lentitud con que la ONU ha tomado la decisión, fruto de intereses particulares de terceros países, puede que sea poco eficaz en el orden humanitario, pues el sátrapa libio ha acelerado las operaciones militares para arrasar la insurrección-.

La experiencia y la responsabilidad política deberían de ser suficiente para que gobierno y oposición dejaran de hacer política de desgaste con temas de esta naturaleza, o análogos, como los de terrorismo. Pues podemos recordar que tanto Felipe González, en su día tuvo que pechar con la I Guerra del Golfo, Aznar con la II Guerra del Golfo, y ahora Zapatero con la Intervención militar en Libia, ya que la razón de Estado, derivada de las obligaciones internacionales que se tienen que asumir entre los aliados, genera este tipo de decisiones políticas comprometidas. Y ello sin contar las numerosas “misiones de paz” de nuestro ejército en el extranjero, para mediar en conflictos armados, que incluso nos han generado víctimas propias. Pero, ya se sabe que “nobleza obliga”…

Ello no obstante, habría que analizar sobre la tradicional calificación de “guerra justa”, que suele adornarse de “intervención humanitaria”, pues ya desde las tesis del tradicional “derecho de gentes” sobre la guerra justa de los teólogos españoles Francisco Vitoria, Domingo de Soto, Luís de Molina, o Francisco Suárez, hay toda una tesis sobre la legitimación del uso de la fuerza, conocida como la “guerra justa” que podrían legitimar éticamente esta intervención, sin perjuicio de añadir los fundamentos jurídicos con el amparo del Derecho Internacional, al haber sido aprobada por la ONU ante un atropello de la ciudadanía con los ataques militares a objetivos civiles que el régimen de Gadafi no ha dudado en desencadenar, para cortar de raíz todo tipo de insurrección contra él y su peculiar sistema dictatorial de gobierno.

Además Gadafi desde que llegó al poder instauró una dictadura personal, incialmente vinculada al bloque de influencia socialista panarabista, que no dudó en dar cabida a terroristas, e incluso se cernió sobre él la sospecha del atentado de de Lokerbie en Escocia, en que dos miembros de la inteligencia libia fueron acusados de haber llevado a cabo el derribo del avión de la PAM, además de albergar en su territorio a la OLP en la época de activismo terrorista de este movimiento, que le generó el bombardeo del país como castigo por ello, y que le conllevó la consideración de “sátrapa internacional”. Ello no obstante, tras este castigo, y desaparecido el bloque soviético, Gadafi supo adaptarse a la situación, al tiempo que se fue desarrollando su posición de productor petrolífero, volviendo a ser acogido internacionalmente, con las naturales reservas que generaban su régimen y su persona.

Aunque aquí, como también ocurrió en los otros conflictos, también se tensiona la unidad de acción de la UE, pues no hay una posición única, ya que frente a la decisiva acción de Francia, acompañada por el apoyo británico y estadounidense, y el entusiasmo español, y el arrastre final de los italianos hacia la determinación militar, nos encontramos con las reticencias alemana y polaca, que asumen las posiciones próximas turca y rusa de no intervención en Libia. Hecho que pone de manifiesto que la UE, está aún muy lejos de sus objetivos de mostrarse como una Confederación de Estados con una política exterior común, lo que debilita su posición, y la reafirma una vez más como un “entente mercantil” y de intereses políticos.

En cualquier caso, asistimos una vez más a una intervención militar, so pretexto de razones humanitarias, que previsiblemente pondrá fin a un régimen dictatorial, personalista e histriónico, pero albergamos serias dudas de la efectiva renovación a un régimen democrático de corte occidental y justo, dada cuenta la experiencia en este tipo de acciones, que muchas veces se tornan interminables.

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