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Nunca te empecines en ganar la última peseta

La irracional testarudez de los estibadores
Manuel Villegas
sábado, 4 de marzo de 2017, 12:05 h (CET)
La frase con la que encabezo este escrito, de pequeño, la oía a mis mayores, cuando hablaban de un trato o compra-venta de un bien, ya podría ser de un semoviente, un cortijo o una casa.

Cuando los que efectuaban el trato, comprador y vendedor, mantenían una postura dura e intransigente sobre el precio del bien en cuestión, a pesar de las advertencias del corredor o tratante (antes también se les llamaba así a los mediadores en los negocios entre particulares) que les manifestaba que la operación no iba a realizarse por la pertinacia de ambos, si estos no cedían, al final el trato no se llevaba a cabo.

Esto está sucediendo con los estibadores. La compra es la liberalización de una profesión que es una casta cerrada, un gremio al estilo del Antiguo Régimen, en el que quieren mantener sus prebendas, beneficios y sinecuras contra viento y marea sin importarle que sea Bruselas quien lo manda ni .la multa que tengamos que pagar todos los españoles para que ellos sigan disfrutando de lo que a todas luces es insostenible en pleno siglo XXI. No estamos en el XVI.

Es una profesión endogámica y un coto tan cerrado que sólo pueden pertenecer a él los familiares de los que ya ostentan ese privilegio, y he oído en los medios de comunicación a más de una persona que ha querido ser estibador que la han pedido un peaje o tributo de cierta cantidad de dinero, que, al ser tan elevada, no ha podido pagar.

La venta son los beneficios, prerrogativas e inmunidad con la que cuentan los estibadores. Éstos no se doblegan, se mantienen en su postura de ganar la última peseta, es decir mantener su coto cerrado y sus sueldos que ya quisieran muchos españoles ganar.

¡Bien! ¡Que sigan así! Perderán no sólo la última peseta sino, posiblemente hasta su puesto de trabajo. Ya más de una compañía naviera ha advertido-amenazado que, si continúan en esa postura de tozudez empecinada, cambiarán de puertos y no descargarán en España y ya se sabe el aforismo mercantil de “cliente perdido, cliente irrecuperable”. Además de que a los otros puertos a los que vayan no sólo tendrán costos mucho más bajos, sino que los tratarán hasta con mimo con tal de mantenerlos como clientes perennes.

Esta ceguera mental no les hace ver lo que les puede suceder. Sólo mantienen sus miras miopes del provecho inmediato. ¡Que tengan en cuenta lo que les puede ocurrir a no muy largo plazo, si mantienen esa inflexibilidad!

Pero lo que realmente es digno de admiración es la postura del PSOE y CIUDADANOS.

El Gobierno ha confeccionado un decreto para poner en marcha lo que Bruselas le exige a España. Estos partidos mencionados se van a mantener al margen y no prestarán su apoyo, pero ¿qué quieren? ¿A qué juegan?

Luego se quejan, nos quejamos, de que los independentistas catalanes no cumplen ni las leyes y mandatos del Tribunal Supremo.

Y nuestros políticos se pasan por salva sea la parte los mandatos y sugerencias de Bruselas. Es lógico. Las multas saldrán de los bolsillos de todos los españoles, no tendrán que pagarlas ellos. Por eso me afianzo cada vez más en la idea de que al final del mandato de cualquier cargo público se le debería de practicar un juicio en el que se investigara cómo ha llevado a cabo su función, y se actuase en consecuencia, si no ha cuidado bien del dinero de los españoles y los ha perjudicado de alguna forma, si se ha aprovechado de su oficio para su propio beneficio, que pague por ello, no sólo pecuniariamente, sino hasta judicialmente, y sea inhabilitado de por vida para ejercer cualquier ocupación pública.

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Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

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