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Antonio Pérez Omister

México y el narcotráfico

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Este gran país norteamericano está sufriendo con particular virulencia los efectos devastadores del narcotráfico. Sin embargo, derrotar definitivamente a los narcotraficantes es más sencillo de lo que parece. No son necesarios grandes despliegues policiales ó militares y, mucho menos, como se viene insinuando desde algunos medios estadounidenses, llamar a los “marines” o suscribir otro desastroso Plan Colombia a la mexicana. Basta con estrangular económicamente a los narcotraficantes.

¿Cómo se consigue eso? Asumiendo el Estado el control de la distribución de los estupefacientes. Sé que la propuesta puede parecer chocante, pero no hay otra solución. Si el Estado asume el control de este negocio ilícito, y las drogas pasan a ser distribuidas de forma reglamentada por la Sanidad Pública, el poder de los narcos habrá tocado a su fin en cuestión de horas. Esto no significa que el Estado deba promocionar el consumo de estupefacientes, pero sí que puede hacer mucho por las personas que sufren el terrible problema de la drogodependencia y que, por tal motivo, se ven obligadas a delinquir, a prostituirse o a asesinar.

Un drogodependiente tratado convenientemente, facilitándole las dosis necesarias de heroína, o de cualquier otra sustancia, en condiciones óptimas, no adulterando el producto, y proporcionándole los medios adecuados, como jeringuillas esterilizadas, puede vivir durante muchos años. De hecho, la droga sólo mata a los pobres, a los que deben adquirirla en las calles a individuos sin escrúpulos que la cortan para obtener pingües ganancias. Los ricos, los que pueden comprarla a través de personas de confianza, como médicos privados, no sufren los mismos problemas que los desheredados y raramente fallecen por sobredosis.

Y lo que es válido para México, también lo es para el resto del mundo: para acabar con el mercado negro de la droga, ésta debe suministrarse a través de los departamentos de Salud Pública a las personas drogodependientes.

Un drogodependiente es un enfermo al que se le debe proporcionar la oportuna ayuda profesional. De nosotros depende el que ese enfermo pueda acabar convirtiéndose en un delincuente.

La célebre Ley Seca aplicada en Estados Unidos durante los años treinta del pasado siglo, no sirvió, ni mucho menos, para erradicar el alcoholismo, todo lo contrario, agravó sus devastadoras secuelas. La gente pagaba cantidades abusivas para obtener una botella de licor adulterado cuyos efectos, aun eran más demoledores para la salud que los del alcohol convenientemente elaborado. Por otra parte, la Prohibición sólo sirvió para enriquecer a una nueva casta de criminales organizados: los célebres gánsteres.

Los gánsteres de ayer, son los narcotraficantes de hoy.

México y el narcotráfico

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
lunes, 6 de diciembre de 2010, 09:41 h (CET)
Este gran país norteamericano está sufriendo con particular virulencia los efectos devastadores del narcotráfico. Sin embargo, derrotar definitivamente a los narcotraficantes es más sencillo de lo que parece. No son necesarios grandes despliegues policiales ó militares y, mucho menos, como se viene insinuando desde algunos medios estadounidenses, llamar a los “marines” o suscribir otro desastroso Plan Colombia a la mexicana. Basta con estrangular económicamente a los narcotraficantes.

¿Cómo se consigue eso? Asumiendo el Estado el control de la distribución de los estupefacientes. Sé que la propuesta puede parecer chocante, pero no hay otra solución. Si el Estado asume el control de este negocio ilícito, y las drogas pasan a ser distribuidas de forma reglamentada por la Sanidad Pública, el poder de los narcos habrá tocado a su fin en cuestión de horas. Esto no significa que el Estado deba promocionar el consumo de estupefacientes, pero sí que puede hacer mucho por las personas que sufren el terrible problema de la drogodependencia y que, por tal motivo, se ven obligadas a delinquir, a prostituirse o a asesinar.

Un drogodependiente tratado convenientemente, facilitándole las dosis necesarias de heroína, o de cualquier otra sustancia, en condiciones óptimas, no adulterando el producto, y proporcionándole los medios adecuados, como jeringuillas esterilizadas, puede vivir durante muchos años. De hecho, la droga sólo mata a los pobres, a los que deben adquirirla en las calles a individuos sin escrúpulos que la cortan para obtener pingües ganancias. Los ricos, los que pueden comprarla a través de personas de confianza, como médicos privados, no sufren los mismos problemas que los desheredados y raramente fallecen por sobredosis.

Y lo que es válido para México, también lo es para el resto del mundo: para acabar con el mercado negro de la droga, ésta debe suministrarse a través de los departamentos de Salud Pública a las personas drogodependientes.

Un drogodependiente es un enfermo al que se le debe proporcionar la oportuna ayuda profesional. De nosotros depende el que ese enfermo pueda acabar convirtiéndose en un delincuente.

La célebre Ley Seca aplicada en Estados Unidos durante los años treinta del pasado siglo, no sirvió, ni mucho menos, para erradicar el alcoholismo, todo lo contrario, agravó sus devastadoras secuelas. La gente pagaba cantidades abusivas para obtener una botella de licor adulterado cuyos efectos, aun eran más demoledores para la salud que los del alcohol convenientemente elaborado. Por otra parte, la Prohibición sólo sirvió para enriquecer a una nueva casta de criminales organizados: los célebres gánsteres.

Los gánsteres de ayer, son los narcotraficantes de hoy.

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