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Kathleen Parker

Indignada con Inside Job

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NUEVA YORK - Si no ha estado tarareando canciones de "Les Miserables", es que no ha visto "Inside Job", el nuevo documental acerca de la evolución de nuestra crisis económica.

El más clemente de los estadounidenses va a desear agarrar una horca y desfilar hasta Wall Street. O Harvard Square. O la fachada de la Casa Blanca. Hay tantas partes despreciables que es difícil elegir una favorita. ¿Será momento de reconsiderar lo del Eje del Mal?

La cinta, escrita y dirigida por Charles Ferguson (y narrada por Matt Damon), se va a estrenar en las mejores ciudades esta semana. Aunque gran parte del argumento resulta familiar, Ferguson logra hilvanar décadas de fragmentos y piezas en una trama dramática que se desarrolla igual que una novela policíaca. Los nombres tienen cara, y la crónica combinada con ilustraciones gráficas ayuda a explicar la compleja serie de acontecimientos que condujeron a la debacle global.

He aquí unos aperitivos:

Uno, tratar de achacar la culpa a los Demócratas o a los Republicanos no tiene sentido. Todo el mundo es culpable. Desde principios de la década de los 80 cuando Ronald Reagan liberalizó la banca, pasando por los dos Bush, Bill Clinton y ahora Barack Obama, cada administración ha suscrito -- y cada Congreso ha ayudado a modificar -- las leyes y los reglamentos que no sólo hicieron posibles los abusos del sistema y la debacle sino que la hicieron, echando la vista atrás, inevitable.

Dos, muchos banqueros de inversión sabían que los créditos hipotecarios que se estaban titularizando y vendiendo eran basura. Lo sabían porque sus propios analistas se lo decían. Decenas de miles de créditos no cumplían los estándares básicos de respaldo, según un reciente testimonio ante la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera, un grupo bipartidista creado para examinar las causas de la quiebra. No sólo eso, los iniciados en el sector financiero invertían contra sus propios clientes e instituciones.

Por todo el sistema, desde las instituciones de crédito a los reguladores federales pasando por los inspectores del Congreso, los encargados de proteger al consumidor apartaron la vista.

Tres, la relación próxima entre el sector financiero y el estamento académico universitario con solera, dentro de la que los economistas imponen políticas que les benefician económicamente, es reveladora. En algunos casos, los profesores de empresariales y los economistas de los principales centros universitarios de América aparecen con conflictos de interés al proponer políticas por las que habían recibido remuneración directa o de las que se beneficiaban en algún otro sentido.

En otros ejemplos, vemos que las mismas personas que crearon las políticas que finalmente condujeron a estos abusos siguen estando -- o estaban hasta hace muy poco -- cortando el bacalao. Notablemente ausentes de la película, al negarse a ser entrevistados, están Larry Summers, Tim Geithner, Hank Paulson, Alan Greenspan o Robert Rubin.

Esto no viene a decir que lo que beneficia al sector financiero perjudica por fuerza al estadounidense medio ni que todos los banqueros sean corruptos, pero el sistema claramente toleró los abusos que han conducido a las circunstancias actuales. La postura parecía ser que todo el mundo lo hacía.

Cuando los grandes bancos se derrumbaron, por supuesto, al que se culpó fue al contribuyente. A pesar de que había un consenso generalizado en que los rescates eran imprescindibles para que el crédito volviera a circular, simplemente no había justificación para las primas y los colchones de oro destinados a las mismas personas que empujaron a sus instituciones -- y a nosotros -- al desastre. La recompensa por la quiebra era la distinción.

Aunque la mayor parte de lo que la película pone de relieve resulta familiar, tiene algo de chirriante ver a los culpables de cerca en todo su esplendor moreno financiado por el contribuyente -- sus múltiples propiedades y aviones privados yuxtapuestos a las casas subastadas y los estadounidenses en paro viviendo en tiendas de campaña. Obsceno es la palabra que viene a la mente.

No soy aficionada a impulsar la lucha de clases, y la mayoría de los estadounidenses sigue queriendo conservar un sistema de mercado que deja abierta la posibilidad de que también ellos puedan trabajar duro y prosperar. Pero de "Inside Job" queda claro que las normas han sido alteradas para que sólo unos pocos se encuentren en posición de enriquecerse a expensas de la clase media, no sólo aquí sino a nivel global.

La película no es perfecta. Me pregunte qué se quedó en la cabina de edición. Parte de los entrevistados, que evitan preguntas o dan respuestas inaceptables, también parecen idiotas. Ninguno de estos tipos es idiota.

Y, al final, Ferguson no se puede resistir a hacer un comentario editorial mientras la cámara encuadra la Estatua de la Libertad. "Ciertas cosas son dignas de lucha".

Lo entendemos. La película está tan bien hecha y presentada con tanta precisión que no hizo falta ninguna promoción hollywoodiense. Cualquiera que vea esta película se enfadará. Por tanto, el único interrogante que queda es el motivo de que no se esté procesando a algunas de estas personas por fraude o por lo menos negligencia fiduciaria.

Se diría que nunca antes la Casa Blanca ha tenido un fiscal especial. La película de Ferguson, que el presidente y su equipo económico harían bien en ver -- y pronto -- podría tener una secuela:

"El Paseíllo".

Indignada con Inside Job

Kathleen Parker
Kathleen Parker
viernes, 15 de octubre de 2010, 22:00 h (CET)
NUEVA YORK - Si no ha estado tarareando canciones de "Les Miserables", es que no ha visto "Inside Job", el nuevo documental acerca de la evolución de nuestra crisis económica.

El más clemente de los estadounidenses va a desear agarrar una horca y desfilar hasta Wall Street. O Harvard Square. O la fachada de la Casa Blanca. Hay tantas partes despreciables que es difícil elegir una favorita. ¿Será momento de reconsiderar lo del Eje del Mal?

La cinta, escrita y dirigida por Charles Ferguson (y narrada por Matt Damon), se va a estrenar en las mejores ciudades esta semana. Aunque gran parte del argumento resulta familiar, Ferguson logra hilvanar décadas de fragmentos y piezas en una trama dramática que se desarrolla igual que una novela policíaca. Los nombres tienen cara, y la crónica combinada con ilustraciones gráficas ayuda a explicar la compleja serie de acontecimientos que condujeron a la debacle global.

He aquí unos aperitivos:

Uno, tratar de achacar la culpa a los Demócratas o a los Republicanos no tiene sentido. Todo el mundo es culpable. Desde principios de la década de los 80 cuando Ronald Reagan liberalizó la banca, pasando por los dos Bush, Bill Clinton y ahora Barack Obama, cada administración ha suscrito -- y cada Congreso ha ayudado a modificar -- las leyes y los reglamentos que no sólo hicieron posibles los abusos del sistema y la debacle sino que la hicieron, echando la vista atrás, inevitable.

Dos, muchos banqueros de inversión sabían que los créditos hipotecarios que se estaban titularizando y vendiendo eran basura. Lo sabían porque sus propios analistas se lo decían. Decenas de miles de créditos no cumplían los estándares básicos de respaldo, según un reciente testimonio ante la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera, un grupo bipartidista creado para examinar las causas de la quiebra. No sólo eso, los iniciados en el sector financiero invertían contra sus propios clientes e instituciones.

Por todo el sistema, desde las instituciones de crédito a los reguladores federales pasando por los inspectores del Congreso, los encargados de proteger al consumidor apartaron la vista.

Tres, la relación próxima entre el sector financiero y el estamento académico universitario con solera, dentro de la que los economistas imponen políticas que les benefician económicamente, es reveladora. En algunos casos, los profesores de empresariales y los economistas de los principales centros universitarios de América aparecen con conflictos de interés al proponer políticas por las que habían recibido remuneración directa o de las que se beneficiaban en algún otro sentido.

En otros ejemplos, vemos que las mismas personas que crearon las políticas que finalmente condujeron a estos abusos siguen estando -- o estaban hasta hace muy poco -- cortando el bacalao. Notablemente ausentes de la película, al negarse a ser entrevistados, están Larry Summers, Tim Geithner, Hank Paulson, Alan Greenspan o Robert Rubin.

Esto no viene a decir que lo que beneficia al sector financiero perjudica por fuerza al estadounidense medio ni que todos los banqueros sean corruptos, pero el sistema claramente toleró los abusos que han conducido a las circunstancias actuales. La postura parecía ser que todo el mundo lo hacía.

Cuando los grandes bancos se derrumbaron, por supuesto, al que se culpó fue al contribuyente. A pesar de que había un consenso generalizado en que los rescates eran imprescindibles para que el crédito volviera a circular, simplemente no había justificación para las primas y los colchones de oro destinados a las mismas personas que empujaron a sus instituciones -- y a nosotros -- al desastre. La recompensa por la quiebra era la distinción.

Aunque la mayor parte de lo que la película pone de relieve resulta familiar, tiene algo de chirriante ver a los culpables de cerca en todo su esplendor moreno financiado por el contribuyente -- sus múltiples propiedades y aviones privados yuxtapuestos a las casas subastadas y los estadounidenses en paro viviendo en tiendas de campaña. Obsceno es la palabra que viene a la mente.

No soy aficionada a impulsar la lucha de clases, y la mayoría de los estadounidenses sigue queriendo conservar un sistema de mercado que deja abierta la posibilidad de que también ellos puedan trabajar duro y prosperar. Pero de "Inside Job" queda claro que las normas han sido alteradas para que sólo unos pocos se encuentren en posición de enriquecerse a expensas de la clase media, no sólo aquí sino a nivel global.

La película no es perfecta. Me pregunte qué se quedó en la cabina de edición. Parte de los entrevistados, que evitan preguntas o dan respuestas inaceptables, también parecen idiotas. Ninguno de estos tipos es idiota.

Y, al final, Ferguson no se puede resistir a hacer un comentario editorial mientras la cámara encuadra la Estatua de la Libertad. "Ciertas cosas son dignas de lucha".

Lo entendemos. La película está tan bien hecha y presentada con tanta precisión que no hizo falta ninguna promoción hollywoodiense. Cualquiera que vea esta película se enfadará. Por tanto, el único interrogante que queda es el motivo de que no se esté procesando a algunas de estas personas por fraude o por lo menos negligencia fiduciaria.

Se diría que nunca antes la Casa Blanca ha tenido un fiscal especial. La película de Ferguson, que el presidente y su equipo económico harían bien en ver -- y pronto -- podría tener una secuela:

"El Paseíllo".

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